El desastre
El curso más difícil para la izquierda
La escalada bélica, la crisis climática y la desafección política ponen a prueba la capacidad de los partidos progresistas para salir de la inercia institucional
Pablo Castaño 10/09/2024
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La ‘vuelta al cole’ política trae un panorama sombrío para la izquierda. La última encuesta de 40dB para la Cadena Ser y El País confirmaba la caída de Sumar, que apenas supera el 6% de intención de voto, mientras que Podemos sigue al borde de la extinción con menos del 3%. El PP, y hasta cierto punto el PSOE, han abrazado el discurso xenófobo de la ultraderecha, colocando el debate público en un lugar complicado para la izquierda. Las perspectivas de Podemos y Sumar para el nuevo curso tampoco hacen soñar: el partido de Irene Montero se conformará con no desaparecer y el que lideraba hasta hace poco Yolanda Díaz corre el riesgo de sumergirse en la enésima ronda de batallas intestinas, con la supervivencia del gobierno de coalición con el PSOE como su gran prioridad –a pesar de frustraciones como la parálisis en materia de vivienda, que se ha convertido en uno de los grandes problemas sociales de nuestro país–.
Ante este panorama desolador, vale la pena mirar más allá de nuestras fronteras para entender los factores globales que le están poniendo las cosas tan difíciles a las izquierdas, más allá de los errores de sus líderes. Tres de estos factores son la escalada bélica en Europa, la contradictoria politización de la crisis climática y –relacionado con los anteriores– un ambiente social de desafección política y conservadurismo, con la xenofobia y el racismo como eje central.
Robles es un ejemplo de cómo la socialdemocracia europea está asumiendo las posturas belicistas de la derecha
Tambores de guerra
La invasión rusa de Ucrania inauguró en Europa una época de militarismo desbocado que se ha traducido en un incremento inédito del gasto militar –también en España– y la normalización de discursos belicistas delirantes, que presentan una guerra entre la OTAN y Rusia como una posibilidad realista o incluso deseable. En nuestro país, Margarita Robles es una de las principales representantes de esta corriente. Robles es un ejemplo de cómo la socialdemocracia europea está asumiendo las posturas belicistas de la derecha, que se ve beneficiada por la atmósfera de miedo. Con su agresión contra Ucrania, el gobierno ultranacionalista de Vladímir Putin proporcionó a los conservadores occidentales un enemigo contra el que construir un ambiente de unión patriótica, ocupando el lugar que tuvo el yihadismo en años anteriores. El genocidio cometido por Israel en Gaza no ha hecho más que agravar la sensación de que la guerra generalizada ya no es una opción remota.
Los partidos a la izquierda del PSOE no tienen más opción que formular una propuesta firme de paz, con la defensa de la autodeterminación de los pueblos y la oposición al imperialismo como principios comunes que permitan articular una postura coherente respecto a Ucrania, Palestina y otros conflictos que arrasan regiones del Sur global como Sudán o el Sahel, lejos de los focos mediáticos. La izquierda necesita una posición propia en relaciones internacionales, más allá de repetir el mantra de “la Europa de la defensa” (que obvia el carácter imperialista de la Unión Europea). Más bien hace falta una propuesta postcolonial que mire a África y América Latina, inspirada en el tercermundismo que consiguió construir un bloque geopolítico alternativo a las dos superpotencias durante la Guerra Fría.
Política climática
El otro gran palo en las ruedas de la izquierda es la manera en que se está politizando la crisis climática. Al menos desde los años sesenta se percibió el ecologismo como un movimiento intrínsecamente progresista. El rápido crecimiento de la conciencia social sobre la crisis climática gracias a figuras como Greta Thumberg, movimientos como Fridays for Future y el Acuerdo de París de 2018 parecía una buena noticia para la izquierda, que tradicionalmente había abanderado las políticas verdes. Sin embargo, el retroceso del negacionismo climático explícito y el incremento de la preocupación ciudadana por las cuestiones ambientales no se ha traducido en más votos a la izquierda; más bien al contrario. Las últimas secuencias electorales, tanto en Europa como en España, muestran el éxito de las falsas soluciones tecno-optimistas y económicamente continuistas, además de los primeros esbozos de ecofascismo.
El otro gran palo en las ruedas de la izquierda es la manera en que se está politizando la crisis climática
El pasado mes de marzo, una encuesta del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) de la Generalitat de Cataluña mostraba que el cambio climático y la sequía eran la primera preocupación de los catalanes. Dos meses después, el PSC y Junts fueron los partidos más votados, a pesar de su defensa de la ampliación del aeropuerto del Prat y la construcción de más autovías, demostrando que la crisis climática por ahora no es un factor importante de movilización del voto a la izquierda transformadora. Ese mismo mes de mayo, la extrema derecha experimentaba una subida espectacular en las elecciones europeas en Francia y Alemania, dos de los países con mayor conciencia ambiental. La preocupación por la crisis climática no está impidiendo el crecimiento de las fuerzas reaccionarias (de hecho, la politización de la oposición social a algunas políticas verdes percibidas como perjudiciales en ámbitos rurales es uno de los motivos del éxito de los partidos ultras). Además, fuerzas políticas como el Agrupamiento Nacional francés están transitando del negacionismo climático a un conservacionismo xenófobo y ya se han producido experimentos políticos que compatibilizan agenda verde y xenofobia: en Austria, conservadores y ecologistas formaron en 2020 una coalición de gobierno para “proteger el clima y las fronteras”.
Sería un error que la izquierda abrazase acríticamente el Pacto Verde europeo. Las actuales políticas ambientales de la UE son económicamente continuistas y tecnooptimistas: pretenden descarbonizar Europa sin salir de la lógica de acumulación infinita del capitalismo, con una mera sustitución tecnológica (de energías fósiles a renovables). Un ejemplo de esta orientación ‘ecoliberal’ se produjo la pasada primavera: en respuesta a las protestas de agricultores y ganaderos, la Comisión Europea suavizó los límites previstos al uso de pesticidas, pero mantuvo intacta su defensa de los tratados de libre comercio, que amenazan la agricultura europea y promueven un modelo agroindustrial globalizado y altamente contaminante. Si quiere ser útil políticamente y atractiva electoralmente, la izquierda necesita construir una propuesta autónoma de transición socioecológica, que la distancie claramente del ecoliberalismo europeo. El programa del Nuevo Frente Popular francés o las políticas de Gustavo Petro en Colombia son inspiradoras.
Desafección política y conservadurismo
El tercer eje del actual contexto hostil para la izquierda –relacionado con los dos anteriores– es el clima social de desafección política y creciente conservadurismo. Durante la pandemia, los Estados europeos demostraron que eran viables políticas de intervención estatal que antes parecían impensables. Pero pronto se vio que la emergencia sanitaria fue un paréntesis y desde entonces los gobiernos han vuelto a renunciar a luchar de manera efectiva contra las desigualdades y la pobreza. Ni siquiera el ejecutivo de coalición español –que ha aprobado medidas importantes a favor de la mayoría social, sobre todo en el ámbito laboral– ha hecho frente de manera efectiva a la inflación de los productos básicos o la subida desenfrenada del precio de la vivienda.
El primer Podemos –en un contexto muy distinto– consiguió capitalizar la desafección política de millones de personas, hoy la izquierda institucional es percibida como parte del problema: al participar en el gobierno de Pedro Sánchez, Sumar se hace corresponsable de sus promesas incumplidas y de la frustración que provocan –mientras que Podemos no es una alternativa creíble en solitario–. La creciente desconfianza ciudadana hacia el sistema político se entremezcla con un giro sociológico conservador. Esto, junto a una izquierda débil, hace que la ultraderecha esté bien posicionada para capitalizar el descontento.
Algunos factores globales que explican este crecimiento de los posicionamientos conservadores son la reacción al movimiento feminista, el éxito del trabajo político de la ultraderecha para normalizar el racismo y la xenofobia y un clima de incertidumbre (guerras, una crisis climática descontrolada, el temor a cambios tecnológicos como el desarrollo de la inteligencia artificial y, por todo ello, una sensación difusa de falta de certezas). El movimiento de las sociedades europeas hacia posiciones más conservadoras es terreno abonado para la ultraderecha, que a su vez fomenta esta derechización social.
Se puede debatir hasta qué punto los factores explicados son los más importantes para entender la situación de la izquierda española (seguro que faltan muchos más) o qué parte se debe a motivos locales, como los errores de sus dirigentes o la buena salud del PSOE de Pedro Sánchez. Sin embargo, es evidente que este campo político atraviesa un momento difícil. La estrategia de centrar la actividad política en el gobierno, intentando arrastrar al PSOE a posturas más transformadoras ha mostrado sus límites: Pedro Sánchez incumple continuamente sus promesas, frustrando al conjunto del electorado progresista, y, cuando aprueba políticas de izquierdas, acapara el rédito político en solitario. Parece que el ‘gobierno progresista’ es el objetivo de Sumar y no un medio para aplicar su programa, una estrategia cada vez más incomprensible.
La relación entre Díaz y Sánchez parece tan armoniosa que a menudo no se percibe la influencia de Sumar en la toma de decisiones del ejecutivo
Cuando Pablo Iglesias era vicepresidente, muchos se cansaron del ambiente de enfrentamiento permanente dentro del gobierno de coalición. Ahora la sensación es la opuesta; la relación entre Díaz y Sánchez parece tan armoniosa que a menudo no se percibe la influencia de Sumar en la toma de decisiones del ejecutivo. La alternativa está en algún lugar entre los dos extremos: redefinir un proyecto político autónomo. Algunos ámbitos programáticos en los que Sumar (o como se llame la nueva reencarnación de la izquierda) podría distinguirse del PSOE son: una propuesta sólida de transición socioecológica – en la que la descarbonización de la economía se convierta en un proyecto de superación del neoliberalismo –, una política de socialización de la vivienda, la apuesta por la paz y el control democrático de la tecnología. No se trata solo de escribir un buen programa sino de tener una estrategia para hacerlo visible en la acción política diaria, sin supeditarse a la agenda marcada por el PSOE.
La buena noticia es que hay algunos ejemplos de procesos exitosos de reconstrucción de la izquierda política, como los del BNG y Bildu. Por otro lado, algunas formaciones ecosocialistas nórdicas obtuvieron muy buenos resultados en las elecciones europeas y el Nuevo Frente Popular (NFP) francés ganó las elecciones con un programa más radical que el de Sumar, en un país tan derechizado como Francia. Nadie tiene la receta mágica y no se pueden copiar modelos sin tener en cuenta las diferencias de contexto (como algunos sugerían con el NFP). Pero una mirada más allá de nuestras fronteras arroja motivos para la esperanza, siempre que los partidos tengan la audacia de salirse de la inercia institucional y pensar más allá de los próximos dos años.
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Pablo Castaño
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