MALOSERÁ
Déjalos, Yolanda
Echarle la culpa a Díaz de las anemias orgánicas de Sumar se antoja tan injusto como culpar a Xavi de los problemas del Barça. Es verdad, pero ni de lejos es toda la verdad
Antón Losada 14/06/2024
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Qué gran verdad, especialmente en España, esa de que el éxito acostumbra a tener mil padres y el fracaso suele ser huérfano. Si hablamos de la verdadera izquierda española, resulta aún peor. El éxito sólo tiene un padre –y ojito con cabrearlo, que te fulmina con su rayo multiusos– y el fracaso no sólo sale huérfano, sino que lo encontraron en la calle.
Ahora que Yolanda Díaz lo hace todo mal y no tiene ni idea de cómo montar un proyecto político, ni de cómo liderar una organización política, ni sabe integrar, ni sabe negociar, ni sabe elegir candidatas, ni sabe dimitir, ni nada de nada, porque ni siquiera lo del empleo acabará siendo mérito propio, sino de la coyuntura internacional y de –por supuesto– Pedro Sánchez, tal vez sería un buen momento para preguntarse si realmente nada tienen que ver en las desgracias de la verdadera izquierda los mismos que llevan décadas explicándonos los destrozos que provocan en la verdadera izquierda.
Yolanda Díaz aceptó al salir de la pandemia una herencia en ruinas, con un vicepresidente a la fuga en nombre de la noble causa de parar al fascismo en Madrid, con el brillante resultado –a dos manos con Pedro Sánchez y su estratega en jefe entonces, Iván Redondo– de facilitarle su primera mayoría a Isabel Díaz Ayuso. La buena gestión y la trabajada imagen de la ministra de Trabajo se convirtieron en el principal activo político de un espacio sin más proyecto entonces que sobrevivir y que parecía presa fácil para los socialistas.
La vicepresidenta ponía la candidata y el discurso, los demás debían poner la organización. Parecía un trato justo y ella lo ha cumplido en su mayor parte. Ahora que la corte de aduladores y cronistas oficiales se diluye en el siempre frío si-te-he-visto-no-me-acuerdo, seguramente queda más claro que podría haber sido mejor candidata; de hecho, aún podría serlo –más le vale a la verdadera izquierda que lo sea– si cae en la cuenta de que no hay que tener razón siempre, ni quedar bien siempre; muchas veces conviene remangarse, bajar al barro, ensuciarse y quedar mal, pues no hay que estar siempre como si fueras a una boda y todo consistiera en repartir besos y abrazos. También podríamos alcanzar un cierto consenso en torno a la necesidad de abandonar el recurso a una dicotomía para todo entre la política y la gente, tan absurda en boca de un político; o dotar de mayor claridad un discurso que reparte bien los beneficios, pero no maneja con tanta claridad los costes.
Si alguien no ha cumplido aquí ha sido más bien la verdadera izquierda. Entre todos y todas debían proveer de una organización competitiva a la candidata y su programa, pero hicieron exactamente lo contrario. Echarle la culpa a Yolanda Díaz de las anemias orgánicas de Sumar se antoja tan injusto como culpar a Xavi de los problemas del Barça. Es verdad, pero ni de lejos es toda la verdad.
La habilidad organizativa de Yolanda Díaz se antoja manifiestamente mejorable. Pero no ha sido ella sola quien ha convertido cada proceso de confección de listas en la jarana que todos hemos visto. Tampoco fue ella quien se ocupó durante aquellos meses de aquel mítico proceso de escucha en dejar claro que muy pocos parecían dispuestos a ceder su pequeño Shangri-La orgánico para disolverlo en un proyecto común y mayor. Tampoco fue ella quien, forzada por el adelanto electoral, exigió a bofetadas en los medios una presencia sustancial en las listas y luego un ministerio, sabiendo que la idea siempre ha sido aprovechar el soporte vital de Sumar, largarse a la primera ocasión y asaltar desde fuera la casa patricial.
Los mismos que se ofrecen voluntarios para arreglar todas las cosas que ahora Yolanda Díaz ha hecho tan mal, y antes hacía tan bien, tienen idéntica o más responsabilidad en la inhabilidad de Sumar para convertirse en la fuerza que represente el espacio a la izquierda del PSOE sin aburrir o desesperar a sus hipotéticos votantes. La mejor prueba de que Irene Montero no debía concurrir en las listas del 23J la tienen en el espacio que la ley del solo sí es sí ha tenido en su larga campaña como candidata europea. Menos drama. Déjalos, Yolanda. Ya se cansarán de andar en círculos.
Qué gran verdad, especialmente en España, esa de que el éxito acostumbra a tener mil padres y el fracaso suele ser huérfano. Si hablamos de la verdadera izquierda española, resulta aún peor. El éxito sólo tiene un padre –y ojito con cabrearlo, que te fulmina con su rayo multiusos– y el fracaso no sólo sale...
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Antón Losada
Profesor Titular de Ciencia política y de la administración en la USC. Doctor europeo en Derecho por la USC. Máster en Gestión pública por la UAB. Escritor y analista político. Padre de Mariña.
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