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En la novela Culpas compartidas, de Michael Hjorth y Hans Rosenfeldt, un personaje, aludiendo a otro, dice lo siguiente: “Sonaba como un niño herido. Peor aún, parecía ofendido, la nueva enfermedad nacional en Suecia”. Llevo varios días con esas palabras en el cerebro, que me parecen una pequeña explosión, un latigazo de la época, esa cosa fácil de percibir y difícil de explicar, formada por miles de objetos constantes y dispares, que se inclinan en la misma dirección, sin posibilidad de variar y paliar esa fuerza inaudita. La época aún carece de definición, de una palabra que la condense y ello nos alivie y nos permita dejar de pensar en ella. El fragmento de esa novela sueca, en ese sentido, parece dibujar esa palabra aún inexistente. Lo hace al hablar de nosotros, como adultos poseedores de una infancia prolongada, desmesurada y, por ello, inoperante –somos “un niño herido”–, y de la ofensa como el matiz central de nuestra vida y al que somos más sensibles, al punto que hacemos de la ofensa un uso patológico –“parecía ofendido, la nueva enfermedad”–. Sin embargo, lo más notorio del dibujo de la época que realiza ese fragmento no es, tal vez, nada de lo que he dicho, según voy descubriendo mientras observo el fragmento como en un calidoscopio. Lo extraño, lo que no encaja en todas esas palabras alineadas, es el uso de la palabra Suecia. Sin duda es la palabra menos congruente en toda esta cadena lógica, que quiere hablar con precisión quirúrgica de cosas concretas –un esfuerzo para establecer un nuevo fenómeno que vuelve niños a los adultos: la ofensa constante como único acontecimiento, algo lo suficientemente extraño como para ser considerado una suerte de enfermedad social–. ¿Qué pinta Suecia, ese extenso y diverso territorio, inabarcable, en esa exposición breve, acotada, meditada y con el empaque de operativa y verosímil? Nada. Es más, es un lastre en el conjunto, que podría aludir, por sí mismo, a cualquier sociedad europea. Hasta que, de pronto, descubres que ese lastre –Suecia, una nación, el mismísimo concepto de nación– es el verdadero y real lastre, expuesto en el fragmento, que simplemente habla de la nación en cada una de sus palabras. La nación es el peso desmesurado que provoca la infancia eterna, la indignación y la ofensa incesante, la vida en sociedad como conflicto, como enfermedad. No puede ser, al menos, que todo lo que nos pase a lo largo del día, tenga una repercusión y una trascendencia nacional, lo que indicaría la sensación de que todo lo que nos pase ocurra en la nación, y no, pongamos, en la vida. La época, la “enfermedad nacional”, quizás consista, tan sólo, en los estertores de la nación, esa identidad antigua, vieja, que nos hizo héroes, pero que hoy nos hace niños ofendidos a la caza de ofensas. Tras doscientos años, la nación tan solo puede aportar la vivencia de la ofensa. Lo que es poco, nada, si bien también es algo crispante y efectista, un gran volumen de energía que impide ver que la nación ya es solo eso. Lo que es muy poco, nada. La época, tal vez, consiste en ver a un anciano, de doscientos años, comportándose como un niño ofendido, para llamarnos la atención, aterrado por morir solo. Ignoro cuál será la palabra que explique eso en el futuro.
En la novela Culpas compartidas, de Michael Hjorth y Hans Rosenfeldt, un personaje, aludiendo a otro, dice lo siguiente: “Sonaba como un niño herido. Peor aún, parecía ofendido, la nueva enfermedad nacional en Suecia”. Llevo varios días con esas palabras en el cerebro, que me parecen una pequeña...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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