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Casi todo tiene sentido. El hecho de que no se lo encontremos tan solo habla de que estamos perdidos, desorientados, ante algo incompleto y cuya visión no abarcamos. Si fuéramos inmortales, si tuviéramos el tiempo infinito para observar el mundo en su desmesura, quizás palparíamos el sentido de todo, como de pequeños comprendíamos cada rincón de nuestro limitado paisaje.
El inicio del amor se parece a su final en su sinsentido. Recuerdo poco nuestro final, salvo por el hecho de que fue, como siempre, incomprensible. La facilidad gratuita para todo se transformó en algo sumamente parecido, la imposibilidad gratuita para todo. Todo era fuente de conflicto. Pero, de entre todos los conflictos posibles, había uno recurrente y diario. La sal. Como aún me sucede hoy, en aquellos tiempos de gran precariedad se me olvidaba salar los alimentos en el trance de cocinarlos. Y eso la enfurecía sobremanera, de una forma que nunca había visto tan cercana. La ferocidad era tan grande que, cuando se producía, me prometía a mí mismo ahorrarme ese trance, de manera que al día siguiente recordaría, sin falta, echarle sal a los alimentos. Pero al día siguiente volvía a olvidarlo, sin remedio. De alguna manera, estábamos condenados a que yo olvidara la sal y a que ella se enojara por ello. Por lo que fuera, ni ella ni yo podíamos cambiar nuestra actitud. Finalmente, y en lo que es otra simetría del desamor con el amor absoluto y joven, un día dejamos de vernos, de manera abrupta y, como en nuestro primer encuentro, también copados por la necesidad imperiosa e innegociable de hacerlo. El alivio facilita el olvido, y yo he olvidado todo de aquella época. Salvo lo de la sal, aquella relación extraña asentada en el olvido de la sal y en su reclamación agresiva, donde mi olvido y su reclamación eran una suerte de gramática elaborada, que hablaba y decía cosas por nosotros, cosas que no sabíamos, y que debían de ser tan importantes que no las entendíamos. ¿Qué decíamos con nuestra polémica de la sal? ¿Era puro sinsentido o todo poseía un entendimiento profundo? Nunca lo he sabido. Hasta esta mañana.
Casi todo tiene sentido. El hecho de que no se lo encontremos tan solo habla de que estamos perdidos, desorientados, ante algo incompleto y cuya visión no abarcamos. Si fuéramos inmortales, si tuviéramos tiempo, aprehenderíamos el sentido de todo. Pero no lo somos, por lo que, en ocasiones, el sentido de las cosas acude a nosotros casualmente y a su propia velocidad. Por ejemplo, ojeando al azar un diccionario etimológico, y descubriendo una entrada, que me permitió recordar que la palabra sal dio su origen a la palabra salarium, palabra que evolucionó en la palabra salario, cuya raíz es sal, aquello de lo que creíamos que hablábamos, si bien, en realidad, era tan solo una parte de la palabra que nos ocupaba. No veíamos el resto, no abarcábamos su visión, por lo que lo vivido carecía de sentido.
Ahora entiendo que lo demandado y lo no ofrecido no era la sal. No, no discutíamos por la sal. Y sí, utilizábamos una gramática, que yo pensaba que nos era lejana y desconocida.
Casi todo tiene sentido. El hecho de que no se lo encontremos tan solo habla de que estamos perdidos, desorientados, ante algo incompleto y cuya visión no abarcamos. Si fuéramos inmortales, si tuviéramos el tiempo infinito para observar el mundo en su desmesura, quizás palparíamos el sentido de todo, como de...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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