RACISMO ELECTORAL
Viaje a Ohio, el termómetro del país convertido en un laboratorio trumpista
La ciudad de Springfield, cuya minoría haitiana fue acusada falsamente de comer carne de perro y gato, es el ejemplo de un territorio moldeado por los bulos y la xenofobia de Trump
Enric Bonet Springfield (Ohio) , 5/11/2024
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“Aquí todos van armados”. Giuvener Dimard repite de manera casi obsesiva esta frase. Hace dos años, este treintañero de Haití emigró a Estados Unidos con el sueño de estudiar un máster en Criminología en una prestigiosa facultad. Primero encontró un empleo como repartidor de UPS y luego en un almacén de Amazon. Una de sus costumbres era aprovechar las horas en que no trabajaba para ir a la biblioteca a estudiar inglés. Desde septiembre, sin embargo, evita todo lo que puede los lugares públicos ante el miedo a una agresión racista contra la comunidad haitiana de Springfield, en Ohio (norte).
En Estados Unidos hay hasta 67 localidades que se llaman Springfield, un nombre que los Simpson hicieron mundialmente conocido. Millones de estadounidenses ignoraban que una de esas Springfield se encontraba en Ohio y aún menos se imaginaban que sería una de las grandes protagonistas de la campaña de las elecciones presidenciales de este martes. Con uno de sus bulos grotescos, el ultraderechista Donald Trump puso esta ciudad, de 60.000 habitantes, en el centro del mapa político del país.
“Comen carne de perro”, dijo el expresidente refiriéndose a los haitianos de Springfield
“Comen carne de perro”, dijo el expresidente refiriéndose a los haitianos de Springfield durante su único duelo televisivo con Kamala Harris. La vicepresidenta reaccionó con una carcajada y ese momento le valió el apoyo de la estrella musical Taylor Swift. De hecho, sentó las bases de una campaña crispada y polarizada: por un lado, la apuesta trumpista de canalizar los malestares a través del nacionalismo y la xenofobia; y por el otro, la de la aspirante demócrata por la moderación y la preservación del statu quo ante la huida hacia ninguna parte que supondría un retorno de Trump a la Casa Blanca.
Tras la propagación de esa fake news por parte del candidato del Partido Republicano, hubo más de 30 falsas amenazas de bomba en Springfield. Tuvieron que cerrar las escuelas y una facultad universitaria, además de reforzar la seguridad en el Ayuntamiento. Un mes y medio después, parece haber vuelto la normalidad en esta localidad, rodeada por áreas de servicio y cuyo elevado número de iglesias compite con el de los restaurantes de comida rápida. Esta aparente calma no logra ocultar una realidad impregnada de racismo y hostilidad contra los extranjeros.
“Ahora muchos haitianos se esconden”
“Antes había muchos haitianos por las calles de Springfield. Parloteaban entre ellos, se paseaban… Ahora muchos de ellos se esconden”, lamenta Dimard, sentado en la mesa de un restaurante de comida caribeña. Este joven haitiano, de 32 años, cuenta que a uno de sus amigos, hace poco, una persona blanca le apuntó con una pistola y le dijo que regresara a su país. A otro miembro de esa comunidad lo señalaron en un reportaje de una cadena de televisión estadounidense, y le recriminaron que condujera un Toyota de gama alta. “La semana pasada vinieron a increparnos mientras asistíamos a misa”, recuerda este licenciado en Derecho en una universidad de Marsella.
“Muchos haitianos de Springfield se han ido a Columbus o a Cincinnati –dos de las principales ciudades de Ohio–. Otros también se plantean huir hacia otro estado”, reconoce Ima Saint, de 23 años, que emigró junto con sus padres a Estados Unidos a causa de la inseguridad en Haití, un país ensangrentado por la violencia de bandas mafiosas: “Las escuelas cerraban y oíamos disparos todos los días”. Eran las cinco de la tarde del 3 de noviembre y esta enfermera salía de la iglesia de San Rafael, donde había terminado una misa de su comunidad. Algunos de sus miembros calculan que 2.000 de ellos han abandonado la ciudad, bajo el ojo del huracán debido a los bulos de Trump y su delfín, JD Vance.
Sus declaraciones legitimaron las delirantes acusaciones de algunos vecinos, que reprochaban a los haitianos haber secuestrado a perros y gatos para comérselos. La policía local negó la veracidad de esas acusaciones, pero eso no impidió que creciera el resentimiento xenófobo contra ese grupo. Un sentimiento que ya era palpable desde el verano del año pasado. Entonces, se produjo un accidente entre un autobús escolar y un vehículo conducido por un haitiano, en el que murió un niño de 11 años. Todo ello contribuyó a la demonización de esta minoría.
“Saben perfectamente que no comemos ese tipo de carne, pero difundieron esta mentira con una voluntad electoralista”, denuncia Jules Venne, de 29 años, también presente en la iglesia de San Rafael, cuyo alto campanario es uno de los puntos de referencia de la ciudad. “Tengo la sensación de que Trump ha utilizado a los haitianos como un laboratorio para propagar su racismo”, añade Dimard.
Resentimiento xenófobo y sentimiento de declive
La elección de Springfield como probeta del odio racial no resultó casual. JD Vance, el encargado de llevar este bulo a la arena nacional, no solo es senador por Ohio, sino que también pasó su infancia y adolescencia en Middletown, situada a apenas 80 kilómetros de distancia de la localidad de los haitianos. La opinión pública estadounidense descubrió su existencia gracias al éxito comercial, incluso con una versión cinematográfica, del libro Hillbilly, una elegía rural. En ese best-seller, el número dos de Trump describe Middletown como “algo más que una reliquia de la gloria industrial de América”, que sufre en el presente “una hemorragia de puestos de trabajo y esperanza”.
Por su pasado de bonanza económica gracias a la siderurgia, un presente marcado por la desindustrialización y su identidad mayoritariamente blanca, Springfield y Middletown comparten el mismo modelo. Solo las diferencia la gran comunidad haitiana (hasta 15.000 miembros) que se instaló en la primera y que aportó cierto dinamismo económico. Sin embargo, “la administración no se dotó de los recursos necesarios para hacer frente a ese aumento demográfico, lo que provocó cierta saturación en los servicios locales, como los hospitales o las escuelas”, explica Obed Lamy, 32 años, un periodista haitiano de la cadena estatal Voice of America que ha pasado los últimos meses documentando el acoso racista sufrido por sus conciudadanos.
Resentimiento xenófobo, dificultades económicas y sentimiento de declive. Estos elementos se mezclan en Springfield en un cóctel genuinamente trumpista. El expresidente aspira a imponerse en la carrera a la Casa Blanca –los sondeos dan una ligera ventaja a Harris– gracias a ello, sobre todo en el cinturón industrial del norte (Pennsylvania, Ohio, Michigan, Wisconsin…). En el caso de Ohio, considerado durante décadas un termómetro del país debido a la igualdad entre republicanos y demócratas, el éxito del experimento de Trump ha sido tal que la mayoría de los estudios de opinión no prevén ningún suspense en ese escrutinio, aunque nunca puede descartarse una sorpresa.
La apuesta de Ohio a favor de Trump parece confirmarse cuando uno se pasea por Springfield
Los trumpistas creen que “las elecciones están trucadas”
La apuesta de Ohio a favor del candidato ultraderechista parece confirmarse cuando uno se pasea por Springfield, donde están sobrerrepresentados los votantes de Trump. Incluso aquellos que no acaban de creerse del todo los bulos grotescos. “No creo que se coman la carne de perro o gato, pero sí que sacrifican a esos animales. Eso forma parte de su cultura del vudú”, afirmaba sin despeinarse Angie, de 54 años, mientras comía con un par de amigas en un restaurante mexicano. Esta empleada de la industria cosmética decía que no apoyaba al Partido Republicano, “sino a un hombre que aportará transparencia al país. Trump es muy transparente, dice lo que piensa y hace lo que dice”.
Cerca de ese restaurante hay un bar que, pese a su aspecto moderno y hipster, representa la versión decadente de una reunión de la Asociación Nacional del Rifle. Casi todos sus clientes son trumpistas. “Estuve investigando por internet y la verdad es que no puedo afirmar si resulta cierto o falso que los haitianos se comen los gatos. De la misma forma que hay personas que practican el canibalismo, todo puede suceder”, sostenía Alan Overholser, de 62 años. “No quiero que hagan con mi país lo mismo que han hecho con Springfield. Decidimos ser una ciudad de acogida, pero eso nos ha estallado en los morros”, añadía.
“No tenemos dinero para socorrer a las víctimas de las recientes inundaciones (en el sudeste) y, sin embargo, les damos todas las ayudas a los migrantes ilegales (en el caso de los haitianos se trata de refugiados y migrantes en situación regular) o lo utilizamos para financiar guerras en Ucrania o Gaza”, se quejaba Bart, de 52 años, que trabaja en el sector financiero. Lamentaba, de hecho, el declive de las clases medias: “El Partido Demócrata pretende que en este país solo haya gente muy rica y muy pobre, que dependa del Estado. Quiere convertirnos en Rusia”.
Aún más contundente se mostraba su suegro, Gary Jenkins, de 73 años, que acababa de beberse una pinta de cerveza. Parecía haberse aprendido de memoria el manual trumpista, incluido el argumentario más peligroso con el que se cuestiona el resultado de las urnas en caso de una derrota. “Están llevando a migrantes ilegales por todo el país para que voten. Estas elecciones están trucadas”, defendía. Y no descartaba una espiral violenta tras los comicios: “Si ganan los demócratas y se atreven a modificar el derecho a poseer armas, tendremos un problema gordo”.
“Aquí todos van armados”. Giuvener Dimard repite de manera casi obsesiva esta frase. Hace dos años, este treintañero de Haití emigró a Estados Unidos con el sueño de estudiar un máster en Criminología en una prestigiosa facultad. Primero encontró un empleo como repartidor de UPS y luego en un almacén de Amazon....
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