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Querida comunidad contextataria y muy contestataria,
Hay poetas que nos dicen que escribamos en el aire para así conducir el tiempo. Mi madre diría “poeta tenía que ser” y le atribuiría al verso o al autor una carga de idealismo o de ignorancia de esas que hacen temblar el misterio: nadie, decía ella, puede escribir en el aire. Sin embargo, algunas mecanógrafas nos sentimos tentadas de, al menos, juntar letras y lanzarlas ventanas afuera, a ver qué pasa. Porque, decidme, si no gritamos en el teclado o en la calle, ¿qué otra cosa podemos hacer cuando vemos que el planeta se nos va de las manos? Y oye, que esta no es una pregunta retórica, es que da mucha rabia saber que están muriendo emigrantes en el mar en el que nos bañamos cada verano, que el estado de Israel dispara bombas sobre hospitales porque “allí se esconden terroristas”, o podrían esconderse, añadirán de un momento a otro, que Siria es lo que es, que de Yemen hacemos como que no vemos, que Mozambique vive en la cuerda floja de la violencia total, que en Haití no hay paraíso, y que se va destruyendo por distintos países para, tal vez, venir a reconstruir mañana, ya sin la gente que no puede consumir, esos hombres y mujeres tan molestos que se creen que el pan y el agua son gratis o que tiene derecho a respirar sin haber hecho nada para eso, solo nacer. ¿Qué, gritamos o simplemente decimos que así es la vida y nos resignamos? Los Contextatarios tenemos respuestas y seguro que distintas a las de mi madre, la pobre, que creía que la obediencia patriarcal era un mandamiento divino y que las cosas son lo que son, que intentar enmendar la plana tiene castigo y el infierno es peor.
El año 25 se presenta dudoso. Las personas que podrían ser nuestros asideros están amenazadas. El amigo Trump no reparte caramelos, viene con amenazas y mucha saña. “Tanta desmesura por su parte debe de ser señal de algo”, comentan un grupo de Contextatarias muy radicales. Alguna dice que mandar tantos cohetes con forma de pene relucientemente bombástico debe significar alguna falla sexual, y nos ponemos a revisar las caras de quienes mandan disparar y no vemos ternura, poesía o amor en la mirada, entonces bajamos la voz por si hubiera algún artefacto oyéndonos mientras nos hacemos la manicura y decimos que es broma y pasamos a otra cosa. En el fondo tenemos miedo, sentimos que valemos menos de lo que creemos, que el mundo, sin nosotras, sería igual, que nos exponemos diciendo en voz alta nuestros sueños y esa exposición al fin y al cabo no sirve para nada. O sí: ¿y si fuéramos millones y millones interceptando, no las bombas que persiguen a los palestinos, sino los lugares donde se engendran y construyen? Tiene que haber un mapa de fábricas de armas en el mundo, el negocio más floreciente del momento no se hace en los sótanos de los hospitales de Gaza, esas fábricas serán como las de las naves que mandan al espacio, con cientos de ingenieros trabajando vestidos de blanco, felices cuando cumplen su objetivo, que es, en el caso de las armas, matar mucho, matar bien. Y rematar con drones cuando alguien se ha quedado vivo. Sí, el mapa de las fábricas de armas existe, lo que pasa es que está guardado como el del tesoro, pero hay que encontrarlo para que podamos rodear esas empresas con testimonios vivos, y luego enseñar los libros de contabilidad, los movimientos bursátiles que genera el negocio de la guerra, la brillantez de algunas economías y la ruina de otras. También el papel principal que los impulsores de las fábricas otorgan al concepto “patria” y desinterés por la agonía casi invisible de tantas personas.
Hay quien dice que para descubrir el foco del crimen hay que seguir la pista del dinero. Seguro que sí, quién soy yo para dudarlo, así que me pongo a observar y veo una actividad sorprendente que mueve economías, gobiernos y medios de comunicación: se trata de la fabricación de conflictos. Antes de que las armas entren en los hornos ya está en marcha la muy poderosa fabricación de conflictos, es decir, la creación de enemigos, fronteras, amenazas religiosas, raciales y económicas sin límite. No esperan a que un conflicto acabe para ir generando otros, que los múltiples rendimientos de la fabricación, venta y distribución de armas por el mundo no se puede parar, tampoco el ritmo de las bolsas, los movimientos financieros multinacionales y multicontinentales, por eso hay que repetir el mensaje caritativo de que fabrican armas para que nos podamos defender de los enemigos. No añaden que ellos mismos fabricarán los enemigos que sean necesarios para su negocio, pero se entiende. Quieren hacer creer que matar es un deber humano, pero no lo consiguen siempre.
¿Y para contar esto escribes, querida? Me dirá algún escéptico Contextatario, que haberlos, haylos: eso ya lo sabemos y este es el mundo en que vivimos, añadiría. Vale, de acuerdo, lo sabemos todo, pero la vida nos pasa como si los seres humanos fuéremos almanaques, números que cada día se van tachando sin mayor dolor. Sin embargo, no somos papel cuadriculado, tenemos ansias, conciencia, sueños y hasta una buena porción de materia gris en el cerebro. Y rebeldía, mucha rebeldía, por eso se puede escribir a los Reyes Magos, que somos nosotros, pidiendo paz en la tierra, como la miss mundo de la película aquella. Escribimos a los Magos no para pedir regalos sino para exigirnos otros modos sociales donde la guerra no sea la señora y el ambicioso, de cara destemplada y cierta impotencia afectiva, el señor. Ese modelo no nos conviene, queremos otro donde la tierra sea lo que es, un archipiélago con islas mayores y menores, vecinos cercanos o más distantes, todos iguales en íntimos deseos de felicidad y compañía. Y, por supuesto, que siga habiendo industria, pero no de ingenios de matar, sí de lavadoras que funcionen incluso donde no hay agua ni luz. Y frigoríficos para mantener los alimentos necesarios en el desierto. Y que el pan con aceite sea desayuno universal y las calles sirvan para que los niños jueguen, no solo para que pasen coches a alta velocidad, no hay que correr tanto si el amor está seguro y espera.
Mi carta es rarita, lo sé, pero no tengo otra. La verdad es que me gusta tanto la gente que no quiero que muera ni que la maten. Tampoco que haya odio desatado, esa cosa criminal y absurda que es odiar a quienes ni conocemos, simplemente porque así lo dictan poderes más maléficos para la condición humana que la madrastra con que nos asustaba el tal Disney de Hollywood. Tecleo para esta comunidad, que siempre está en hora. Para la que deseo lo mejor en lo personal y en lo colectivo. Y mucha fuerza, por si tenemos que parar los motores y usar la esplendorosa y humana voz que fuimos perfeccionando a lo largo del tiempo para negociar y resolver, no para triturar personas hermosas y conceptos que nos dignifican. Hay motivos para no desistir de ser humanos. Ánimo.
Pilar del Río
Querida comunidad contextataria y muy contestataria,
Hay poetas que nos dicen que escribamos en el aire para así conducir el tiempo. Mi madre diría “poeta tenía que ser” y le atribuiría al verso o al autor una carga de idealismo o de ignorancia de esas que hacen temblar el misterio: nadie, decía ella,...
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Pilar del Río
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