Liberación de Auschwitz
La estrategia de exterminio nazi: hambre, frío y explotación más allá de las cámaras de gas
Una investigación reciente denuncia cómo el Tercer Reich se valió de la concentración de sus víctimas en campos como una forma de ejecución. Asesinaron a millones de personas usando la inanición y el frío
Guillermo Martínez Madrid , 4/02/2025
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Ocho décadas después del final de la Segunda Guerra Mundial y la liberación de todos los campos nazis, todavía queda por desentrañar el significado de algunos elementos relacionados con el Holocausto. Los trenes, símbolo del traslado de miles de personas a los centros de reclusión, también fueron empleados como un sistema de exterminio en sí mismos. La ejecución tenía que ser efectiva, es decir, rápida y barata. Todo formaba parte del mismo plan desde el principio: asesinaron en total a 17 millones de personas. Además de matar, también había que explotar y sacar un alto rendimiento a esos cuerpos famélicos.
El hambre, la miseria, la violencia cotidiana y el miedo continuo a la muerte son elementos que ahora se repiten en otras latitudes, como ocurre actualmente en Palestina por causa de Israel. El genocidio, la plena extinción de un pueblo, y con ello sus costumbres, su comida, su folclore, su idiosincrasia más esencial, es lo que aborda Xabier Irujo en su obra recién publicada La mecánica del exterminio. La industrialización de la muerte en los campos de concentración nazis (Crítica, 2025). Se trata de una amplísima investigación que repasa cómo la ‘solución final’ siempre estuvo presente en el ideario de Hitler.
“El exterminio comienza en enero de 1933. A partir de 1939, con el inicio de la guerra, la cantidad de asesinatos se acelera, sobre todo desde 1941. En ese entonces, los nazis mataban con armas de fuego”, introduce el también director del Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada. Las cifras estremecen: para enero de 1942, solo en la zona de los países bálticos las unidades de acción nazis habían asesinado a 230.000 civiles.
La aparición de Herbert Backe, “un personaje siniestro” según Irujo, confirmó que el ejército alemán había logrado asesinar en poco tiempo a dos millones de personas. “Era experto en alimentación, y certificó que el hambre y el frío eran formas de matar mucho más efectivas que los disparos”, añade el experto.
A partir de 1942 se crearon una serie de campos que pusieron en práctica estas formas de asesinato junto con las cámaras de gas, que se empezaron a utilizar de forma generalizada en la primavera de ese mismo año. “Para entonces, el 85% de las víctimas mortales del Holocausto todavía estaban vivas”, cifra el autor, lo que supone una tasa de ejecución de aproximadamente 12.000 personas al día durante los tres últimos años de la contienda, hasta abril de 1945.
Reconquistar la zona aria
Irujo recalca que el llamado Plan General del Este recogía toda esta estructura de exterminio en base a unos cálculos no científicos. Querían que la región que históricamente había sido aria, según la mitología nazi, lo volviera a ser. “Concluyeron que en esa zona vivían 45 millones de personas. Los no arios eran 31 millones, que según el Plan habría que eliminar en treinta años, lo que supone casi 3.000 personas al día. Unos 15 millones de personas eran mestizas, contaminadas, a las que había que concentrar y esterilizar para evitar su reproducción. Por último, unas 250.000 personas serían arias, pero no eran alemanas ni nazis, así que había que reeducarlas”, explica el especialista.
Por su parte, Heinrich Himmler, uno de los pocos personajes que permaneció leal al Führer hasta el último de sus días, tenía el mando de las Schutzstaffel (SS), una organización paramilitar, policial, política, penitenciaria y de seguridad al servicio de Adolf Hitler y del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. Las SS fueron las encargadas de controlar cualquier aspecto relacionado con la solución final, incluidos los 44.000 centros de reclusión extendidos por toda la Alemania nazi.
Un exterminio escalonado
El régimen nazi concluyó que lo mejor sería concentrar a los judíos dentro de los lugares en los que vivían
La solución final, más allá de las cámaras de gas, constaba de otros tantos escalones. Irujo la sintetiza en una estrategia de desplazamiento-concentración-desplazamiento-exterminio. “Son cuatro pasos, letales todos, en los que según se avanza va quedando menos gente con vida, y las últimas víctimas son directamente exterminadas”, resume. El régimen nazi concluyó, tras el plan fallido de concentrar a los millones de judíos en la isla de Madagascar, que lo mejor sería concentrarlos dentro de los lugares en los que vivían. “Judíos, gitanos y otras minorías consideradas para ellos indeseables terminaron en guetos, se contabilizó un millar en el territorio del Tercer Reich”, explica el investigador.
“La concentración ya significa muerte. El problema que tenía el régimen era qué hacer con los muertos, porque no tenían cámaras crematorias para hacer desaparecer los cuerpos. Por eso los vuelven a desplazar”, desarrolla. Ahí entran en juego los trenes como elemento esencial. No tenía sentido que las personas llegaran con vida a un sitio en el que iban a ser asesinadas. “Metieron a miles de personas durante más de cuatro días sin ropa, sin agua, con frío en invierno y calor en verano, con cal viva para dificultar su respiración en estos trenes solo con el objetivo de asesinarlos ahí mismo”, sentencia Irujo.
El azar, la única forma de esquivar la muerte
Los nazis creyeron haber pensado en todo, pero se les escapó el factor psicológico. “Una de las grandes motivaciones para utilizar cámaras de gas es que el verdugo apenas estaba en contacto con la víctima, y el registro de los cuerpos lo realizaban otros prisioneros de guerra. Los verdugos evitaban el contacto directo con la muerte porque sería algo insostenible”, refleja el autor del libro. Y añade: “Precisamente porque sufrían, porque eran conscientes de lo que hacían, son responsables de ello”.
Los supervivientes, en cambio, tuvieron que vivir toda su vida con la muerte a las espaldas. Irujo ha entrevistado a diversos antiguos internos de los campos y todos concluyen en que se libraron de ser ejecutados por pura fortuna, por puro azar, sin ninguna lógica de supervivencia más allá de la suerte.
Los judíos internados intentaron abrazar esa suerte de cualquier forma, incluso cometiendo transgresiones que al otro lado de las concertinas estarían penadas moral y éticamente. “Sobrevivir en un campo significaba mentir y robar, porque si comían solo lo que les proporcionaban no conseguirían seguir con vida. En algunos casos extremos, hubo internos que recurrieron al canibalismo al ingerir partes del cuerpo muerto de algún compañero”, ilustra el historiador.
Tuvieron que olvidar todo lo vivido ahí dentro para poder reintegrarse en la sociedad tras la liberación. En la obra aparece el caso paradigmático de un niño pequeño, liberado junto a su padrastro, que tuvo que dejar de hacer fuera todo lo que su mentor le había indicado que era necesario hacer dentro para sobrevivir.
Abrir las tripas para robar el oro
La investigación realizada por Irujo señala la explotación total y el robo que los nazis alemanes efectuaron sobre los prisioneros. En los últimos años de la contienda, muchos de los perseguidos conducidos a campos de concentración intentaron esquivar ese robo de sus propiedades escondiendo lo más preciado que tenían: anillos con oro, diamantes o plata, que terminaban en la vagina o el recto. “Los alemanes lo sabían, así que tras gasearlos les extraían los dientes de oro, si tenían, pero también les abrían las tripas en canal, el recto y la vagina para buscar piezas de valor”, determina Irujo. Obtuvieron tanto material que al lado de la mesa de quirófano montaron una pequeña fundición.
Los nazis también utilizaron la carne humana para crear cultivos bacterianos. “Una vez asesinados, procedían a tomar trozos de carne de sus muslos y pantorrillas. Esa carne terminó en un Instituto de Higiene donde se utilizó para producir los cultivos”, desgrana Irujo. Un médico nazi en Birkenau, Walter Quakernack, afirmaba que “la carne de caballo hubiera servido para eso, pero en tiempos de guerra era demasiado valiosa para malgastarla”, según recoge la monografía.
El pelo también era muy codiciado. “Lo cortaban antes del gaseamiento, porque además el cabello no se quema bien”, apunta el experto. En el libro Irujo esgrime que “el pelo se recogía y procesaba para varios propósitos, incluida la producción de textiles como mantas para el ejército, hilo y fieltro”. Cuando entraron los soviéticos en Birkenau en enero de 1945, descubrieron 6.800 kilos de cabello humano empaquetado en fardos de aproximadamente 18 a 22 kilos, listos para ser enviados a Alemania. Esto equivalía a 293 sacos de cabello femenino, lo que representa el cabello de más de 28.000 víctimas, considerando que el peso medio de una cabellera larga es de aproximadamente 0,25 kilos.
Cómo matar a 4.000 personas al día
Si hablamos de las cifras, aunque varían según la fuente, hay consenso en que el régimen nazi mató a 17 millones de personas en las 44.000 instalaciones de reclusión que extendieron por el territorio que controlaban. Entre ellos se cuentan seis millones de judíos, 5,7 millones de civiles soviéticos, tres millones de prisioneros soviéticos, 1,8 millones de polacos y un millón de personas de otros colectivos, como opositores políticos, homosexuales, gitanos y miembros de diversas congregaciones religiosas. Es decir, los nazis mataron 1,4 millones de personas al año desde principios de 1933 y abril de 1945. “Eso significa que asesinaron a unas 4.000 personas al día, que es más o menos lo que consta en su Plan General del Este”, apunta Irujo.
La mayoría murieron cuando los nazis perfeccionaron el sistema de exterminio con el hambre y el frío
La inmensa mayoría de estos 17 millones de personas murieron durante los últimos tres años de guerra, cuando los nazis habían perfeccionado el sistema de exterminio con el hambre y el frío, además de con el trabajo esclavo en condiciones de extenuación. En las cámaras de gas se estima que murieron tres millones de personas, entre el 12 y 15% de las víctimas totales.
La responsabilidad de Europa en el genocidio palestino
Desplazamientos forzosos, hambre, asesinatos indiscriminados, planes estratégicos para liquidar a todo un pueblo, persecución. Todos estos elementos que caracterizan al Tercer Reich se repiten ahora, casi un siglo después, en la indiscriminada masacre continua de Israel sobre Palestina. “Históricamente no se puede esperar que tras semejante ola de atrocidad en Europa se vaya a vivir un periodo absoluto de paz. Netanyahu desciende de ese odio visceral que hace que ahora cometa crímenes de guerra. El pueblo judío no es el responsable, sino el gobierno concreto de un país como Israel, al igual que el pueblo palestino no es responsable de las acciones de Hamás”, sostiene Irujo.
El investigador defiende que tanto Netanyahu como su gabinete presidencial tendrían que enfrentarse a la Corte Penal Internacional de Justicia, que ya ha dictado una orden de detención contra el mandatario hebreo. Por otro lado, Irujo incide en que “Europa debería mirarse más a sí misma, repensar qué responsabilidad ha tenido en todo esto e intentar estar a la altura, porque no creo que esté respondiendo como debería”, concluye.
Ocho décadas después del final de la Segunda Guerra Mundial y la liberación de todos los campos nazis, todavía queda por desentrañar el significado de algunos elementos relacionados con el Holocausto. Los trenes, símbolo del traslado de miles de personas a los centros de reclusión, también fueron empleados como...
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Guillermo Martínez
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