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Cuando estalló la Guerra Civil española, Peter Stansky tenía cuatro años y, aunque vivía en Brooklyn (Nueva York), no le escapaba cuánto el tema preocupaba en su entorno. Pero sus recuerdos más nítidos son de los años inmediatamente posteriores a la guerra, cuando sus padres tocaban Seis canciones para la democracia, un álbum de Ernst Busch grabado en Barcelona en 1938, mientras caían las bombas franquistas, y distribuido en Estados Unidos a partir de 1940. Todavía hoy, a sus 92 años, cuando el profesor emérito de Stanford escucha “Die Thälmann-Kolonne” o “Die Moorsoldaten”, se transporta directamente a su infancia neoyorquina.
En su adolescencia, Peter quedó fascinado con la política y la cultura inglesas, sin abandonar su interés por la guerra española. Así fue que, en 1953, cuando estudiaba Historia en Yale, decidió escribir su tesis sobre cuatro escritores ingleses que se sintieron atraídos por España: John Cornford (bisnieto de Darwin), Julian Bell (sobrino de Virginia Woolf), Stephen Spender y Eric Blair. Este último, que adoptó el pseudónimo de George Orwell, había muerto de tuberculosis en enero de 1950, sólo tres días después de que Stansky cumpliera los 18 años.
El fantasma de Orwell acompañaría a Stansky durante el resto de su vida. En la década de 1970, él y su coautor William Abrahams publicaron dos estudios pioneros: The Unknown Orwell, que se centraba en los años de juventud del escritor, y Orwell, the Transformation, que sostenía que la estancia de Orwell en España marcó un punto de inflexión en su vida. En los ochenta, Stansky editó una colección sobre la novela 1984; su libro más reciente, de 2023, es The Socialist Patriot: George Orwell and War.
A principios de los cincuenta, cuando Stansky estaba terminando sus estudios en Yale, la fama mundial de Orwell no era ni de lejos la que es hoy, aunque la publicación de Rebelión en la granja en 1945 y la novela distópica 1984 cuatro años más tarde le habían conferido cierta celebridad. En 1952, Harcourt Brace publicó la primera edición estadounidense de Homenaje a Cataluña, el relato de Orwell de sus seis meses en España luchando por la República, en el que narraba con vívido detalle su experiencia del conflicto entre la izquierda revolucionaria no estalinista, con la que él estaba asociado como miliciano del POUM, y el gobierno republicano apoyado por el PCE/PSUC.
Homenaje a Cataluña había pasado desapercibido cuando se publicó por primera vez en 1938 en Inglaterra. Si se convirtió en un éxito de ventas en Estados Unidos 14 años más tarde, fue en gran parte gracias al prólogo de Lionel Trilling, el crítico literario más conocido del país, que describió el libro como “uno de los documentos importantes de nuestro tiempo” que en su “tono moral” era “singularmente sencillo y verdadero”. “En uno de sus aspectos más significativos”, añadió, “habla de la desilusión con el comunismo”. Orwell, para Trilling, no era un genio sino “un hombre virtuoso” que se enfrenta al mundo “con inteligencia simple, directa, sin engaños” y “nos dice que podemos entender nuestra vida política y social simplemente mirando a nuestro alrededor”. A diferencia de la mayoría de los intelectuales de su generación, afirmaba Trilling, Orwell pensaba por sí mismo y “sólo le interesaba contar la verdad”.
La edición póstuma de Homenaje certificó el estatus de Orwell como escritor anticomunista por excelencia. Junto a intelectuales como Arthur Koestler, Louis Fischer, André Gide y Stephen Spender, que habían renegado públicamente de su pasado comunista en The God That Failed (‘El dios que fracasó’, 1949), Orwell –que se identificaba como socialista demócrata– se convirtió en un icono moral de la Guerra Fría.
Hoy, a casi 75 años de su muerte, está mucho menos claro qué representa George Orwell en términos políticos, morales o literarios. Mientras el adjetivo “orwelliano” se emplea por doquier, su figura inspira más libros y debates que nunca. “No hay duda de que la reputación de Orwell como hombre virtuoso está en declive”, me dijo Stansky entre risas cuando hablé con él en noviembre. “Pero, curiosamente, no parece haber afectado al interés que suscita”.
¿Cómo era escribir sobre Orwell a principios de los años cincuenta?
Muy divertido, en parte porque se había trabajado muy poco sobre él. Pasé mucho tiempo en la biblioteca de Yale rastreando sus ensayos, que estaban dispersos por un gran número de publicaciones periódicas.
Hábleme del ambiente político de la época.
La actividad política en los campus universitarios era muy escasa. Hay que recordar que los años cincuenta eran muy tranquilos en comparación con la agitación de los sesenta. También era la época del macartismo, así que la gente era muy prudente.
Los años cincuenta eran muy tranquilos en comparación con la agitación de los sesenta
¿En qué sentido?
Te daré un ejemplo. En Yale, yo había realizado un curso absolutamente fabuloso sobre el teatro griego antiguo impartido por el gran clasicista Bernard Knox. Ahora bien, Knox era un veterano británico de las Brigadas Internacionales. En España, había luchado junto al poeta John Cornford, que había muerto al principio de la guerra. Knox incluso había colaborado en un libro conmemorativo dedicado a Cornford que se publicó en 1938. En mi penúltimo año de carrera, escribí un trabajo sobre Cornford para un estupendo seminario impartido por el historiador Leonard Krieger. En mi texto, se me ocurrió mencionar que el propio profesor Knox de Yale había luchado con Cornford en España. Bueno, Krieger me llamó a su despacho y me regañó: no debí haber mencionado a su colega. ¡Y eso que se trataba de un trabajo de seminario que sólo leería Krieger!
¿Pero no escribió Knox abiertamente sobre su experiencia en las Brigadas Internacionales y su trabajo para la OSS norteamericana durante la Segunda Guerra Mundial?
Sí, pero eso no fue hasta mucho más tarde. De hecho, a principios de los sesenta, cuando Billy Abrahams y yo entrevistamos a Knox para Journey to the Frontier (‘Viaje a la frontera’), nuestro libro sobre Cornford y Bell, él todavía insistía en que se le citara bajo seudónimo.
Al estudiar a Orwell y otros, ¿estaba usted pisando un terreno políticamente arriesgado? ¿Se sintió presionado para elegir un tema diferente?
No, la verdad es que no. Irónicamente, mi asesor de tesis era un profesor muy derechista, William Emerson, que era muy exigente en cuanto al estilo, pero no en cuanto al contenido. Eso sí, uno de mis dos lectores externos era Richard Herr, un historiador de España, a quien no le gustó mucho el capítulo en el que esbocé el contexto de la guerra. Supongo que pensó que no era lo suficientemente profundo. Pero luego la tesis se envió al historiador L.P. Curtis, que tuvo una lectura muy favorable. Incluso acabé ganando uno de los premios del último curso.
En los años posteriores a su muerte, Sonia Orwell, su viuda, se hizo cargo de la herencia. ¿Cómo era su relación con ella?
Al principio, Billy y yo nos llevábamos muy bien con Sonia, aunque ella no parecía muy interesada en lo que hacíamos. Ya se había creado el archivo de Orwell en el University College de Londres, y tener acceso a él era muy útil porque contenía muchos de los materiales impresos dispersos. El acuerdo con Sonia era que no escribiéramos una biografía, en honor a la petición del propio Orwell en ese sentido. Pero entramos en conflicto con Sonia porque opinó que nuestro trabajo era demasiado biográfico. Cuando insistió en leer y controlar nuestro trabajo, nos negamos. Rompimos con ella y vimos vetado nuestro acceso al archivo, pero en verdad ya habíamos visto todo el material importante. Mientras tanto, Sonia estaba tan furiosa con nuestro libro que encargó la biografía oficial a Bernard Crick, con quién también acabó peleada. Pretendió impedir la publicación, pero Crick tenía un contrato blindado y el libro salió de todos modos.
¿Cómo fue su relación con Crick y otros biógrafos de Orwell como Jeffrey Meyers?
En 1984, Crick, Meyers y yo fuimos invitados a un encuentro sobre Orwell en la Biblioteca del Congreso. Los libros que Billy y yo escribimos tenían algunos errores, que tanto Crick como Meyers se deleitaron en señalar. Eso no era muy agradable. Pero tampoco se llevaban bien entre ellos. En un momento dado, Crick se me acercó y me preguntó: “¿Qué tal si enterramos nuestras hachas... en el cráneo de Jeffrey?” (Risas.) Hubo muchas peleas así. En los años ochenta, cuando Norman Podhoretz intentó apropiarse de lo que él consideraba el Orwell de derechas, Christopher Hitchens se peleó con él por eso. Pero cuando llegó el centenario de Orwell, en 2003, Hitchens se había pasado a la derecha y se apropiaba del Orwell de derechas, mientras que Louis Menand y Stefan Collini defendían al Orwell de izquierdas.
Orwell pensó que la guerra mundial que todos sabían que se avecinaba sería una guerra imperialista
¿Qué tiene Orwell que la gente está tan ansiosa por reclutarlo póstumamente para su causa? ¿Qué hace que su capital cultural sea tan valioso?
Dos cosas. En primer lugar, lo que Billy y yo intentamos destacar en nuestro trabajo es que Orwell fue un gran escritor. Un artista. Obviamente, en su obra la política es tremendamente importante. Pero me parece que su mayor logro es su gran habilidad como escritor, un aspecto que a menudo se ignora. Si se le puede llamar pensador político, es porque escribe bien sobre cosas importantes. En segundo lugar, su evolución hacia el socialismo fue gradual. Eso también se olvida a menudo. Es exagerado, por ejemplo, afirmar que volvió de Birmania [donde había trabajado como oficial del imperio británico] como un antiimperialista convencido. Tenía dudas sobre el imperialismo, ciertamente. Pero su evolución hacia la izquierda fue bastante gradual. En su famoso ensayo Why I Write (‘Por qué escribo’), afirmó que fue su estancia en España la que le convirtió en socialista. Pero si nos fijamos en la cita, hay dos matizaciones importantes. “Cada línea de trabajo serio que he escrito desde 1936”, dice, “ha sido escrita, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático, tal como yo lo entiendo”. Fíjate que se trata de un socialismo democrático, tal y como él lo entiende. Lo que quiero decir no es solo que Orwell es un pensador muy matizado, sino también que, con el tiempo, cambió de opinión. Una cosa que a la gente le parece extraña, y difícil de aceptar, es que volvió de España hecho un pacifista. Durante los dos años que transcurrieron desde su regreso de España en 1937 hasta el pacto nazi-soviético de 1939, Orwell pensó que la guerra mundial que todos sabían que se avecinaba sería una guerra imperialista. Y no quería que Gran Bretaña entrara en esa guerra. Tampoco era tan antialemán como lo eran otros en aquel momento. En una reseña que escribe sobre Mein Kampf en 1940, afirma sobre Hitler: “Desde que llegó al poder... he reflexionado que sin duda lo mataría si me pudiera acercar a él” pero que no sentía “ninguna animosidad personal” hacia el Führer.
No deja de ser una confesión sincera. ¿Tiene razón Trilling al relacionar la calidad de la escritura de Orwell con su honestidad?
No, no lo creo. Cuando Orwell vuelve de Birmania, se da cuenta de que quiere ser escritor. Pero ve esa vocación principalmente como un oficio. Quiere ser un buen escritor de novelas y reportajes. Si se condena a la vida de miseria que le permite escribir Down and Out in Paris and London, es sólo en parte por la culpabilidad que siente por haber servido al imperialismo. Fue más importante la búsqueda de material sobre el que escribir. Esa fue la fuerza motriz. De hecho, lo mismo ocurrió con su viaje a España. No va a España a luchar. Va a escribir. Es sólo cuando llega a Barcelona que decide alistarse en una milicia. Esa no era su intención original.
Y luego la milicia a la que se une está afiliada al POUM...
Correcto. Y esa es otra prueba a favor de la idea de que Orwell era un escritor más que un pensador político. Era políticamente ingenuo. Cuando se pone a buscar una forma de llegar a España, primero se dirige a los comunistas, pidiendo ayuda a Harry Pollitt, secretario general del Partido Comunista de Gran Bretaña. Pollitt no se fía de él, y probablemente con razón. Es sólo entonces que Orwell acude al Partido Laborista Independiente (ILP por sus siglas en inglés), que resultó estar afiliado al POUM. Pero todo eso fue bastante casual. No creo, por ejemplo, que Orwell supiera que el ILP era semitrotskista. Para nuestro libro, Billy y yo entrevistamos a John McNair, que era el representante del ILP en Barcelona en aquella época. Nos dijo que su primera reacción fue: “¿Quién necesita a este periodista?”. Sólo cuando descubrió que Eric Blair era en realidad George Orwell, cuya obra admiraba, cambió de opinión.
Mientras tanto, la obra de Orwell es de dominio público, y la avalancha de ediciones y libros no da señales de amainar. Si hoy es uno de los autores más canónicos del mundo, es en parte gracias a su labor pionera.
Es muy amable. Pero todo es relativo. Un amigo mío, el cineasta Christopher Angel, lleva años intentando hacer una película o una serie de televisión sobre Orwell basada en mi trabajo. Pero hasta el día de hoy sigue sin conseguir financiación.
Cuando estalló la Guerra Civil española, Peter Stansky tenía cuatro años y, aunque vivía en Brooklyn (Nueva York), no le escapaba cuánto el tema preocupaba en su entorno. Pero sus recuerdos más nítidos son de los años inmediatamente posteriores a la guerra, cuando sus padres tocaban Seis canciones para la...
Autor >
Sebastiaan Faber
Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'
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