Pre-textos para pensar
‘1984’. La nueva jaula totalitaria
La despersonalización, la cosificación y la alienación del hombre contemporáneo son preocupaciones denunciadas por novelistas y filósofos desde hace tiempo
Liliana David 3/12/2022
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Hay quienes dudan todavía de que la distopía que George Orwell denunció en su novela 1984 se haya cumplido y, en cambio, siguen imaginando que se trata de un libro que recrea la profecía de un futuro alejado del mundo en que vivimos. Sin embargo, permítanme decirles, apreciados lectores, que no cabe la menor duda de que la visión de la utopía negativa que nos ofreció el periodista británico en forma de ciencia-ficción es la que lleva desplegándose desde hace tiempo y la que sigue avanzado en su dominación global, cual totalitarismo larvario y bajo un tipo de violencia política que padecemos en el terreno de nuestra vida cotidiana.
Pierre Bourdieu ya nos hablaba de dos tipos de violencia: una explícita y otra implícita, más terrible aún, que no es dicha, que se quiere ocultar, que es simbólica. Es en ese sentido que me refiero a la metáfora del totalitarismo larvario que pulula hoy por doquier. Pero, francamente, no veo por qué tengamos que dar tantos rodeos para describir lo que hoy nos acontece; nos enfrentamos al yugo de un control social y una dominación total, aunque sutilmente difusa, que se perpetúa y amplía no solo por medio de la tecnología, sino como tecnología, pues esta, a su vez, proporciona la gran legitimación a un poder expansivo que se impone tanto en el ámbito de lo público como en lo privado hasta conseguir lo que George Orwell, con energía visionaria, anticipó hacia el final de su obra por medio de la vida de Winston, el protagonista de su novela: vencerse a sí mismo y terminar adorando al “Hermano Mayor” o, lo que es lo mismo, resignarse a acatar la violencia institucionalizada para vivir amando la pérdida de su libertad en el interior de una jaula de hierro moderna, por usar la metáfora de Max Weber.
Son varios los autores que han subrayado que la denominación totalitaria se orienta, por encima de cualquier otra cosa, hacia la restricción de la libertad, así como a la eliminación de la espontaneidad humana en general
La despersonalización, la cosificación y la alienación del hombre contemporáneo son preocupaciones denunciadas por novelistas y filósofos desde hace tiempo, y son varios los autores que han subrayado el hecho de que la denominación totalitaria se oriente, por encima de cualquier otra cosa, hacia la abolición o restricción de la libertad, así como a la eliminación de la espontaneidad humana en general. De este modo, es posible advertir que las nuevas ideologías, impulsadas por medio de la tecnociencia, han ido extendiendo su dominio e instaurando un tipo de relación entre el individuo y las instituciones públicas que muestra un funcionamiento inducido por los intereses privados.
Pensemos, por ejemplo, cómo desde el comienzo de la pandemia los gobiernos han encontrado un laboratorio idóneo para experimentar y tomar medidas cuyas funciones no se centran en el beneficio de los individuos, pues, lejos de garantizarles o hacer más eficiente su acceso a distintos servicios, lo que han hecho es reducir sus posibilidades de acceder a ellos. El sector de la sanidad es un caso muy claro, pero no es el único. Así, cualquiera que desee actualmente mejorar sus condiciones de vida (en salud, empleo, educación, etc.) se enfrentará con la violencia institucional, es decir, con aquella que se desentiende de sus necesidades mientras le obliga a disponer de algún dispositivo, ya sea un teléfono móvil o un ordenador, con el que tendrá que habérselas para hacerle frente al nuevo rostro despersonalizado de unas instituciones que insisten en asegurar que sus funciones se tornan así más eficientes, sin considerar el modo en que las privatizan. Y esta forma de proceder, que caracteriza a las empresas privadas, es la administración pública la que hoy se encarga de promover, excluyendo a todo aquel que no cuente con los mismos recursos y ejerciendo de esta forma una violencia simbólica y silenciosa. Bajo tal lógica, la supervivencia queda reservada únicamente para los más aptos, mientras que los inadaptados pasan a ser el primer flanco débil de este nuevo totalitarismo de cara “más accesible”. El supuesto beneficio que conlleva esta práctica de la administración al proporcionar el acceso a sus servicios a través de un sistema digital, o bien por medio de sus portales en internet, no es otra cosa que aquello que, en su novela, Orwell resumió bajo el lema “la libertad es la esclavitud”, puesto que sin duda se trata de una forma sutil de violencia institucional que ejercen los organismos para desentenderse de las circunstancias particulares de cada cual. La aplicación de tales procedimientos en el ámbito público no tiene nada que ver con la idea de mejorar las condiciones vitales, sino con la perpetuación del statu quo a costa del tiempo y la vida de las personas y bajo el dictado del aceleramiento tecnológico. Este es el mundo de la supuesta “libertad digital”, escenario de nuestras vidas actuales, y es en esta moderna jaula de hierro donde la libertad ya no significa lo mismo, pues estamos sometidos a un permanente control y manipulación de nuestra vida privada y pública.
Les pregunto, entonces, ¿no es otra forma de control la que nos anima a compartir nuestra información privada con emojis de sonrisas y corazones, mientras negocia con ella el vigilante amable que nos vende como parte del Big Data en el gran mercado de la red? Es de este modo como también se ejerce el terror en este estado de totalitarismo larvario: por medio de la ejecución de un movimiento cuyo objetivo último no es el de atender el interés o bienestar de los seres humanos, sino la fabricación de una humanidad uniformada, que elimine a los individuos y sacrifique las “partes” en favor de un “todo”, bajo la lógica de la tecnopolítica y la dominación digital. Mientras tanto, nos entregamos a Facebook, Twitter, Instagram, Google y a todas estas formas de estar en una cárcel virtual, una prisión que nos une y de la que, al parecer, nadie puede escapar. Allí, todos hablamos el mismo idioma, el Newspeak (la “Nuevalengua”), al que se refería Orwell en su novela. Con él, compartimos hoy una visión empobrecida del mundo, dirigida por pseudoconceptos y palabras que han perdido tanta riqueza semántica como sentido. Precisamente, esta nueva lengua sirve al totalitarismo larvario al que me refiero, imposibilitando que podamos realmente pensar con ella, pero enredándonos en ella para asegurar nuestra dócil manipulación. Desgraciadamente, ya no podemos negar, en este sentido, que los nocivos medios de comunicación, incluidas las parasitarias redes sociales, en las que lo que menos hacemos es socializar, se hayan convertido en parte del problema, al contribuir para que las cosas sigan reproduciéndose de este perverso modo. A esta forma de continua manipulación, Orwell la describe con el rostro de un “Ministerio de la Verdad”, el cual se dedica a fabricar las noticias y los espectáculos, y a fortalecer, así, el control que aseguran el engaño, la difusión de mentiras y la omisión de cualquier asunto que pueda resultar incómodo para que sea rápidamente olvidado.
También es así como hoy libramos la batalla contra la memoria y los valores comunes; desgraciadamente, lo hacemos alimentando el caos y la confusión, que son los que reinan actualmente en este mundo de individuos agobiados, cansados, llenos de maledicencia y desinformación, y cuyo deseo por conocer y pensar parece haber sido abandonado. Es esta otra de las grandes revelaciones que el novelista nos ofrece como diagnóstico de nuestro presente: “La ignorancia es la fuerza”. Pero, en la medida en que abandonamos la reflexión, el sinsentido sigue avanzando con fuerza y, cada vez, tenemos la impresión de que son menos las personas que se cuestionan por qué aceptamos vivir así, en la reducción del pensamiento o el ataque al sentido de las palabras, las cuales se han ido convirtiendo en poco más que meros instrumentos de manipulación y odio. Sin embargo, para pensar en el combate que tenemos por delante, apreciados lectores, y que no es otro que el que nos enfrenta al avance del totalitarismo larvario, su mala fe y su violencia política, dejo aquí otro de los lemas de la distopía orwelliana que es indispensable pensar y cuestionarse ahora: “¿La Guerra es la Paz?”.
Hay quienes dudan todavía de que la distopía que George Orwell denunció en su novela 1984 se haya cumplido y, en cambio, siguen imaginando que se trata de un libro que recrea la profecía de un futuro alejado del mundo en que vivimos. Sin embargo, permítanme decirles, apreciados lectores, que no cabe la...
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Liliana David
Periodista Cultural y Doctora en Filosofía por la Universidad Michoacana (UMSNH), en México. Su interés actual se centra en el estudio de las relaciones entre la literatura y la filosofía, así como la divulgación del pensamiento a través del periodismo.
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