DIARIO ITINERANTE
No lloremos por USAID
Parte de la izquierda defiende la agencia de desarrollo estadounidense, pese a que haya sido un colaborador de la CIA en la desestabilización de gobiernos de izquierda en América Latina
Andy Robinson 14/02/2025
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Paquetes de suministros preparados para enviar a Haití (2010). / USAID
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Londres. ¿Quién no puede estar de acuerdo con las dos jóvenes estrellas de la izquierda demócrata estadounidense, Alexandria Ocasio-Cortez (AOC) e Ilhan Omar, cuando lamentan el desmantelamiento de la agencia estadounidense para la cooperación internacional USAID a manos de Elon Musk y Donald Trump?
Musk calificó a la agencia como “un nido de víboras de ideas marxistas de la izquierda radical”
“Yo viví en un campo de refugiados y los programas esenciales de USAID eran los que salvaron a mi familia del hambre”, dijo Omar, nacida en Somalia, en una protesta contra el plan de cierre delante de la sede de USAID en Washington, horas antes de que dos funcionarios colocaran una cinta adhesiva negra para tapar el letrero de la enorme agencia de ayuda al desarrollo, con 10.000 empleados y 50.000 millones de dólares anuales de presupuesto. “USAID es nuestro soft power”, elogió la diputada musulmana por Minnesota.
Cuando llegaron las noticias del impacto inicial de la suspensión de los programas humanitarios de USAID en África –distribución de vacunas esenciales para niños en Asia, despido de miles de expertos en sanidad y ayuda alimentaria…– ¿quién podía oponerse a los llamamientos de la izquierda demócrata en defensa de USAID? Aún más cuando Musk calificó a la agencia como “un nido de víboras de ideas marxistas de la izquierda radical”.
Pero nada es fácil en este momento políticamente complejo en el que el horror que se siente ante la llegada al poder de la derecha populista nubla la percepción del resto. Al margen de sus actividades humanitarias, USAID ha sido un arma de la política exterior neoconservadora de Estados Unidos: ha participado activamente a lo largo de décadas en intentos de golpe en América Latina y abonó el terreno para la guerra en Ucrania.
Tiene una larga historia de colaboración con la CIA mediante la promoción de los supuestos grupos pro-democracia, el inicio de todas las estrategias golpistas de Estados Unidos en América Latina, desde Guatemala en 1954 y Chile en 1973 hasta Venezuela, Bolivia y Brasil en este siglo. USAID ha sido el perfecto socio de la llamada National Endowment for Democracy, un organismo creado en 1983 pomposamente para promover la democracia, que ha participado en diversos golpes e intentos de golpe en América Latina, desde Centroamérica como parte de las sangrientas políticas contrainsurgentes en Nicaragua, en los ochenta, hasta Haití y Venezuela en este siglo.
Asimismo, la agencia de ayuda al desarrollo fue utilizada para impulsar las fuerzas antirrusas en Ucrania, donde el 80% de los medios supuestamente independientes sobrevivían gracias al dinero de USAID. En Rumanía, USAID también ha ayudado a grupos opuestos al candidato prorruso.
Increíblemente, según se ha logrado averiguar esta semana tras la auditoría relámpago de Musk, 700 medios de comunicación a escala mundial –entre ellos la BBC y el medio Politico– habían recibido financiación de USAID, bien fuera por subvención directa o por suscripciones a sus servicios. Según Wikileaks, USAID canalizó más de medio millón de dólares a una ONG estadounidense, Internews Network, que ha “entrenado” a más de 7.000 periodistas en África, Asia y Europa para que estos entiendan bien cuáles son los “valores occidentales”. Este, desde luego, es el “soft power” elogiado por Omar, sumamente necesario para allanar el camino al “hard power” del golpe.
La utilización neoconservadora en los programas de USAID del discurso del feminismo, antirracismo, solidaridad con indígenas, o defensa de derechos LGBTQ ha formado parte del plan. De ahí los sorprendentes programas de USAID de financiación de grupos trans y raperos afro en Bangladesh y Cuba, a proyectos como la enseñanza de finanzas a mujeres en Afganistán. No hay mejor ejemplo de lo que algunos califican como imperialismo woke.
Sheinbaum sabe que la agencia intentó desestabilizar al gobierno de Andrés Manuel López Obrador mediante la financiación de oenegés
De ahí la diferente reacción entre demócratas, incluso los de la izquierda como AOC o Omar, así como otros progresistas pro USAID en Europa, y los líderes latinoamericanos de gobiernos de izquierda. Estos ven más allá de la fachada de la ayuda al desarrollo del hegemon. “USAID tiene tantas cosas que la verdad es mejor que la cierren”, dijo la semana pasada Claudia Sheinbaum, la presidenta mexicana. Sheinbaum sabe que la agencia intentó desestabilizar al gobierno de Andrés Manuel López Obrador mediante la financiación de oenegés como la llamada Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), creada por el empresario millonario, vinculado a la derecha mexicana, Claudio X. González, quien ha montado una campaña implacable contra López Obrador y Sheinbaum.
En Cuba, USAID ha apoyado a la oposición al gobierno socialista. En 2010 intentó crear una plataforma digital al estilo de Twitter para facilitar una “primavera cubana” similar a la primavera árabe. La agencia ha esponsorizado a diversos raperos cubanos con el fin de desestabilizar al gobierno, otro ejemplo de la apropiación cultural por el golpismo de Washington. En Haití, que es el segundo país beneficiario de USAID, después de Colombia, la agencia financió a principios de esta década a oenegés que desempeñaron un papel clave en el golpe contra Bertrand Aristide.
En 2010 intentó crear una plataforma digital al estilo de Twitter para facilitar una “primavera cubana” similar a la primavera árabe
Omar tiene toda la razón cuando destaca la importancia del “soft power” de USAID. Por eso precisamente la izquierda debería denunciar enérgicamente las actividades encubiertas de la agencia. Ese poder blando fue utilizado, por ejemplo, para entrenar a una nueva generación de activistas antichavistas en Venezuela –entre ellos Juan Guaidó y Leopoldo López– que participaron en las violentas protestas guarimbas contra los gobiernos democráticamente elegidos de Chávez en la primera década de este siglo. La oposición venezolana ha sido uno de los principales beneficiarios de la financiación de USAID: se embolsó más de 200 millones de dólares en 2023. Trump, con sus amenazas de invasión de Panamá, Groenlandia, México y Canadá, solo entiende del poder duro. Pero todo indicaría, por el papel demócrata en sucesivas guerras y genocidios, que el poder blando es un complemento necesario del poder duro.
Yo personalmente, conocí el endurecimiento del poder blando de USAID en la ciudad colombiana de Cúcuta en febrero de 2019, cuando la agencia coordinó un intento de golpe contra el gobierno de Nicolás Maduro en un plan conocido como el “cerco humanitario”. Tras celebrar el infame concierto Venezuela Aid organizado por USAID y Richard Branson, se intentó sin éxito cruzar la frontera forzosamente en camiones cargados de ayuda de la agencia de ayuda estadounidense. Los millones de dólares transferidos desde USAID al gobierno interino del autoproclamado presidente Guaidó han sido despilfarrados y malversados, según las denuncias de otros segmentos de la oposición
Según se supo por una filtración de Wikileaks del embajador estadounidense en Caracas, William Brownfield, los objetivos de USAID en Venezuela durante aquellos años consistían en “penetrar la base del chavismo” y “dividir a los chavistas”. La agencia canalizaba el apoyo hacia oenegés, grupos de la sociedad civil y algún partido político.
Para entender del todo el papel que desempeñaba USAID para convertir el poder blando en poder duro, hablé el jueves pasado con Tim Gill, de la Universidad de Tennessee, quien realizó cientos de entrevistas a funcionarios de USAID en Venezuela para investigar el papel de la agencia en la desestabilización de Chávez.
“Formaba parte de un mosaico de fórmulas de ayuda al desarrollo iniciado tras la Segunda Guerra Mundial”, me explicó. “La idea que guiaba eso en aquellos años era que, si los países podían básicamente emular a Estados Unidos mediante el desarrollo económico, serían capaces de combatir el atractivo del socialismo. Porque la Unión Soviética proporcionó su propio modelo de desarrollo. Y Washington quería combatirlo”.
Pero, tras la caída de la URSS, en los años noventa del siglo pasado “comenzaron las críticas de senadores conservadores, entre ellos, Jesse Helms y Mitch McConnell, como sucede ahora. Atacaron la burocracia gubernamental sobredimensionada. Estos grupos conservadores exigieron que se incorporara un criterio más político para forzar a USAID a apoyar a gobiernos amigos y desestabilizar a gobiernos considerados enemigos. En el caso de Venezuela y Bolivia, por ejemplo, se estableció el objetivo de quitar de en medio a Chávez y, luego, a Evo Morales. Hubo directivos del Departamento de Estado que dejaron claro que el trabajo de USAID iba más allá del desarrollo económico, y buscaban resultados políticos. En el caso de Venezuela, era sacar a Chávez de la presidencia”, dijo Gill.
Eso provocó rupturas con los economistas de desarrollo que aún creían que la agencia era un vehículo de ayuda. “Yo hablé con gente en USAID que en ese momento estaban furiosos porque se sentían comprometidos con el desarrollo económico. Estaban motivados por el deseo de mejorar la vida de la gente sobre el terreno y no por el espionaje político. Hubo mucha guerra interna”.
La lectura más clara de lo que ha ocurrido en los últimos días es que ya no se considera que la apariencia de poder blando sea necesaria
USAID ya era el principal organismo estadounidense responsable de desestabilizar a Chávez y acabar con su proyecto de democracia participativa. “Ya sabes, la USAID estaba trabajando con los grupos de estudiantes y opositores –entre ellos, Leopoldo López y Juan Guaidó– que estaban protestando en la guarimba, alrededor de 2007 y 2008. Organizaban seminarios para ellos, USAID creaba estos grupos comunitarios falsos en los barrios de Venezuela, escribía todos los materiales y trataba de hacer que la gente diera la espalda a Chávez”, sostiene Gill. Se hizo lo mismo con Evo Morales, que terminó expulsando a la agencia del país en 2013.
Más allá de América latina, USAID se empleó a fondo en Oriente Medio, Asia y Ucrania, donde se aplicó la misma fórmula que en Venezuela: financiar a los medios de comunicación y think tanks afines para poner en entredicho las credenciales democráticas de los gobiernos que no apoyaban a Estados Unidos. También proporcionaron cursos de entrenamiento a estudiantes de la oposición y financiaron grupos llamados pro-democracia. “Son estrategias a largo plazo; no esperan resultados inmediatos”, explica Gill. Pero el resultado fueron golpes de Estado o intentos de golpe contra gobiernos desde Kiev hasta La Paz.
Ya en la primera administración Trump, con el fanático John Bolton al mando de política exterior, se decidió convertir USAID directamente en una herramienta golpista tal y como ocurrió en Cúcuta en 2019. La lectura más clara de lo que ha ocurrido en los últimos días es que ya no se considera que la apariencia de poder blando sea necesaria. “Trump ve todo como poder duro”, dice Gill. “Él está usando descaradamente un discurso: vamos a invadir Groenlandia, vamos a apoderarnos del Canal de Panamá, vamos a anexionar Canadá. Ya sabes, no le importa el poder blando”. Pero, lo que la izquierda demócrata y sus aliados en Europa tienen que entender es que bien sea blando o duro, el poder de la superpotencia siempre tiene los mismos objetivos. Una manera rápida de aprender es leer El americano impasible de Graham Greene, cuyo protagonista, Pyle, trabaja en Saigón para la American Aid Commission, una tapadera de la CIA en la guerra contra el comunismo en Indochina.
Londres. ¿Quién no puede estar de acuerdo con las dos jóvenes estrellas de la izquierda demócrata estadounidense, Alexandria Ocasio-Cortez (AOC) e Ilhan Omar, cuando lamentan el desmantelamiento de la agencia estadounidense para la cooperación internacional USAID a manos de Elon Musk y Donald Trump?
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Andy Robinson
Es corresponsal volante de ‘La Vanguardia’ y colaborador de Ctxt desde su fundación. Además, pertenece al Consejo Editorial de este medio. Su último libro es ‘Oro, petróleo y aguacates: Las nuevas venas abiertas de América Latina’ (Arpa 2020)
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