Dorothy Parker hubiese querido ser Nora Ephron
Claudia Lorenzo 13/01/2015
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Dorothy Parker (1893–1967) era tan lista ya a los veintipocos años que la echaron de Vanity Fair por ello. Por lista, por ingeniosa y porque, aunque con mucha gracia, llevaba una temporada poniendo a parir cada obra de teatro que le tocaba cubrir en Manhattan. Y eso, claro, no era del gusto de los empresarios de espectáculos, a pesar de la honestidad de sus críticas. Era tan lista que, cuando le dieron puerta, dos compañeros de fatigas en la revista, Robert Benchley -su amigo más íntimo- y Robert E. Sherwood, también se fueron como protesta por la injusticia cometida. Era tan lista que fue uno de los inversores iniciales de una revista que comenzó a gestarse en la Gran Manzana, una idea algo revolucionaria que acabaría desembocando en The New Yorker. Ahí publicó relatos, poemas y críticas y dejó su impronta como escritora que hablaba al lector a la cara, bromeando y mofándose de lo escrito, siempre de forma brillante, siempre tratando al receptor como a un ser igual de listo que ella.
Parker hacía sencillo lo difícil, dándoles forma a sus opiniones con una pátina de sarcasmo que convertía la crítica en un producto, en ocasiones más interesante que lo criticado. Así, por ejemplo, en The New Yorker del 24 de mayo de 1928 analizaba un libro de divulgación médica titulado Appendicitis, que intentaba explicarle la enfermedad al “vulgo”. Material de primera para una pieza que contiene fragmentos como: “Y cuando vi que comenzaba diciendo ‘Vamos a dividir la cavidad abdominal en cuatro partes a partir de cuatro líneas imaginarias’, sólo pude murmurar ‘mejor no vayamos. Seguro que podemos pensar en algo mejor a lo que jugar que eso”. La jocosidad de muchos de sus escritos periodísticos daba paso a un humor amargo y negro en los relatos y poemas que publicaba, todos ellos inspirados en aspectos de su propia vida.
También activista política, escribió artículos sobre la Guerra Civil española, fue miembro del movimiento antinazi, se opuso a la caza de brujas comunista de Estados Unidos y solía decir que el momento de mayor orgullo de su vida había sido ser detenida por manifestarse contra la ejecución de los anarquistas Sacco y Vanzetti.
“Todo lo que quería en el mundo era llegar a Nueva York y ser Dorothy Parker. La dama divertida. La única mujer en la mesa. La que se ganaba la vida gracias a su ingenio. Que escribía para el New Yorker. Que siempre encontraba la frase perfecta en el momento perfecto, que nunca volvía a casa y se quedaba despierta preguntándose qué debería haber dicho porque había dicho exactamente lo que debería haber dicho. Yo me crié con las frases de Dorothy Parker”. Así explicaba Nora Ephron (1941-2012) el motor de sus deseos de adolescente, cuando ansiaba aterrizar en la gran ciudad y convertirse en alguien como la Parker de leyenda: la lista, la divertida, aquella que tan pronto provocaba las risas de sus amigos como les dejaba patitiesos con unos cortes verbales imponentes.
Cuando Ephron quería ser Parker, quería ser solamente el mito. Pero Dorothy era un ser humano tan real como los demás. Y su realidad fue tan triste que incluyó varias rupturas de corazón, intentos de suicidio, un alcoholismo iniciado simplemente para encontrar puntos en común con su primer marido, amigos con los que dejó de hablarse, un desdén legendario por las debilidades habitualmente atribuidas a su propio sexo y un odio también legendario al sexo contrario, causante de tanta infelicidad. Querer ser la única dama en la mesa, la que siempre sabía qué decir, era mucho más divertido que serlo.
Periodista, guionista, directora de cine, novelista, ensayista y reciente bloguera, Nora Ephron desapareció en 2012 a causa de una leucemia, enfermedad que ella, tan proclive a compartir su vida sin pudor, había guardado celosamente. The Most of Nora Ephron, una recopilación de sus mejores trabajos, se publicó un año después. El editor Robert Gottlieb la divide en diferentes apartados que encapsulan las identidades de la autora (la novelista, la autora teatral, la guionista…) y los tres primeros engloban la esencia de su espíritu: la periodista, la defensora de causas, la retratista.
Ephron, conocida sobre todo por sus trabajos cinematográficos, todavía tiene que ser descubierta como reportera, una profesión que ejerció de forma incisiva, personal y mordaz, no siendo tan seca como su modelo de juventud, Dorothy Parker, pero sí utilizando el poder de la ironía para transmitir una idea. “La gente que se siente atraída por el periodismo suele ser gente que, por su cinismo o su desapego emocional o su timidez o lo que sea, es incapaz de ser nada más que testigo de los eventos”, escribía en la introducción de su libro Wallflower at the Orgy (1970), recopilación de algunas de sus primeras colaboraciones. “Lo que me separa de aquello que escribo es, sospecho, un sentido del absurdo que hace que me sea difícil tomarme muchas cosas en serio”, añadía.
Chica del correo, documentalista y verificadora de información para Newsweek, una revista con un sexismo tan institucionalizado que impedía su ascenso más allá de las labores de secretariado, Ephron comenzó a trabajar como reportera para The New York Post tras mofarse de él en una publicación cómica. Contratada por su editora, Dorothy Schiff, porque, según dijo, “si puede parodiar el Post, puede escribir para él”, Ephron aprendería allí todo lo necesario del periodismo de calle antes de mudarse a una revista.
En su columna mensual en Esquire relató las luchas de poder entre Betty Friedan y Gloria Steinem dentro del Consejo Político Nacional de Mujeres en 1972, y se definió como feminista pero también crítica con algunos aspectos del movimiento. Diseccionó la personalidad de su antigua superior, Schiff, como dirigente del Post, y le echó en cara no tener la ambición de hacer un periódico serio y de prestigio y limitarse a dirigir un tabloide. “Nora", me dijo [Schiff], "sabes perfectamente que aprendiste muchísimo en el Post. Por supuesto que lo hice”, explica la propia periodista en el cierre de la pieza. “Incluso me encantaba trabajar allí. Pero no se trata de eso. Se trata del producto”.
Una de sus mayores defensas de la profesión fue publicada en noviembre de 1976 en MORE, revista de periodismo, tras haber sido censurada en Esquire. Gentlemen’s Agreement disecciona una demanda interpuesta a raíz de un reportaje editado por Ephron, documentado y riguroso, cuyo protagonista (el autor de discursos presidenciales Richard Goodwin) recibió una indemnización diez veces más alta que el sueldo del periodista que lo había escrito (Bo Burlingham) y una disculpa pública, algo inaudito teniendo en cuenta que no había mentira alguna en lo relatado y la revista era consciente de la veracidad de lo escrito.
La personalidad de la autora, filtrada también en sus guiones, se forjó en esas salas de prensa y, dificultades mediante, mantuvo algo inherente a todos sus escritos, algo que la diferenciaba de Dorothy Parker: una profunda confianza en el ser humano y una fe inamovible en que las cosas podrían salir mejor.
En mayo de 1996, Ephron pronunció el discurso de graduación del Wellesley College, institución exclusiva para chicas en la que ella había estudiado. Concluyó diciendo: “Elijáis lo que elijáis, toméis el camino que toméis, espero que escojáis no ser damas. Espero que encontréis alguna forma de romper las reglas y causar algún revuelo ahí fuera. Y espero que causéis parte de ese revuelo en nombre de las mujeres”.
Tanto revuelo como el que causó una veinteañera, Dorothy Parker, hace casi un siglo, dando su opinión sobre un puñado de obras de teatro.
Dorothy Parker (1893–1967) era tan lista ya a los veintipocos años que la echaron de Vanity Fair por ello. Por lista, por ingeniosa y porque, aunque con mucha gracia, llevaba una temporada poniendo a parir cada obra de teatro que le...
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