“Yo marcho pero soy consciente de la confusión y de la hipocresía de la situación”. Una manifestación dentro de la manifestación. Es la anti foto. La de este joven es la típica imagen que de entre un millón nunca sería la escogida por un periódico para ilustrar en su portada la información sobre un gran evento mundial, como lo fue la manifestación del pasado domingo en París. El 90% de las veces la instantánea elegida sería la de los líderes mundiales, cada uno de su madre y de su padre, cada uno con sus leyes contra las libertades en sus respectivos países, sus guerras o sus negocios, perdón por la redundancia, todos posando en foto de grupo, unidos todos inquebrantablemente alrededor de esta tragedia concreta. El otro 10% de las veces, la imagen elegida sería una panorámica del millón y medio de personas que acudieron a la cita, millón y medio al que se le atribuirá un Je Suis Charlie monocromático y sin matices, como si no supiésemos que, de toda la vida, en todos lados ha habido gente más Charlie y gente menos Charlie.

Cuando muere un Nelson Mandela o cuando nos convertimos repentinamente todos al mismo tiempo en defensores de la libertad de expresión se hace inevitable el derroche de escenas confusas e hipócritas que se repiten como ráfagas de disparos contra el sentido común. Este fenómeno podríamos bautizarlo como folclore internacional. A pesar de ser consciente de la inevitabilidad de este fenómeno, el Quijote de la imagen intenta poner un gramo de razón, un poco de decoro, convirtiéndose en un lobo solitario que, con ese trozo de cartón atado al palo de una escoba, pretende atentar él solo contra toda la ceremonia oficial. Podríamos haber averiguado esto sin necesidad de leer la pancarta. El gesto retador lo delata.