¿Qué sentido tendría un concierto de Manolo Escobar en el que no cantase Mi carro? ¿Te imaginas llegar ante la Torre de Pisa y no hacer la foto en la que parece que la sujetas? ¿Podrías imaginarte ir a comer a Casa Lucio y no pedir los huevos estrellados? ¿Qué sentido tendría una España retrocediendo en derechos y libertades sin una asignatura de religión a la altura de las circunstancias, sin una asignatura de religión como Dios manda? Wert parece meditar sobre esto y sobre aquello en una imagen oscura, como su tránsito al frente del Ministerio de Educación y Cultura. Un tránsito basado en dos pilares. Por un lado el yugo del 21% que inmoviliza a la cultura. Por otro lado las flechas con las que Wert pretende españolizar la educación, cual cupido con banderitas.

El gesto de Wert inclinando su cabeza y apoyándola sobre la mano nos dice que mira al futuro, pero sus ojos contradicen al gesto. Los ojos están recordando. Todos en pie. Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. ¿Cuál es el origen del universo? Dios, que es trino y uno, don Antonio. Muy bien. ¿Puede alguien alcanzar la felicidad por sí mismo? No, don Antonio, es necesaria la divinidad de Dios para ello. Muy bien. ¿Quién era Galileo Galilei? Un rojo que se pasó de listo, don Antonio. Estupendo. ¿Ave María purísima? Sin pecado concebida. Podéis salir al patio. Primero los niños en fila y luego las niñas.

Los ojos de Wert quizá estén preocupados por cómo encajará el pasado en un presente lleno de incertidumbres, avances científicos y televisiones en color. Y no les falta razón a sus ojos, porque instalar el modelo nacional-católico con una pareja de lesbianas agarradas de la mano en plena Gran Vía y un feto trasplantado de médula en un hospital andaluz no será tarea sencilla. Pero si Dios lo ha hecho a uno ministro de Educación es para que, al menos, lo intente.