Análisis
Los últimos cartuchos de Draghi
Inyectará 60.000 millones de euros al mes durante año y medio para reactivar Europa
Carlos Weishäupl 2/02/2015
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Con las ojeras que siempre lo acompañan, Mario Draghi saltó a la palestra del Banco Central Europeo en Fráncfort y, con semblante serio, voz templada y sobria corbata, presentó al mundo su plan de Expansión Cuantitativa para la Eurozona: el QE. Una medida tan reclamada por unos como controvertida para otros, según desde qué país europeo se mire. El plan incluye 60.000 millones de euros al mes hasta septiembre de 2016 y persigue dos objetivos: que desde este marzo y hasta ese otoño del año que viene la inflación vuelva al 2% y el fantasma de la deflación se aleje así de Europa (el IPC está en el -0,2% de tasa interanual) y que se reactive de una vez la economía europea, enferma desde hace demasiado.
Son los últimos cartuchos que le quedan a Draghi de aquel mensaje pronunciado en verano de 2012 en el que se comprometió a hacer “lo que sea necesario” (“whatever it takes”) para salvar a la Eurozona del colapso. No es una cuestión sencilla, el calibre de los intereses en juego es tan grueso que las informaciones aparecen a menudo de tal modo que cualquier persona pueda pensar lo mejor y lo peor del QE, según la página que se lea.
Los mercados financieros llevaban tiempo dando por descontado que el QE tendría lugar; una compra masiva de deuda pública y corporativa en el mercado. Una compra de deuda cuyas consecuencias se traducen en un aumento de la base monetaria en circulación —mayor liquidez—, mantener el precio de los activos al alza y hacer que los agentes económicos, no sólo financieros, se pasen a la compra de bonos corporativos y acciones o, en el mejor de los escenarios, coloquen esa liquidez en créditos a familias y empresas.
Hasta aquí, lo básico de un plan para el que Draghi ha soltado más la chequera de lo que se esperaba. Pero hay detalles que no pasan desapercibidos, como las desconfianzas que el programa suscita en los países menos endeudados de los diecinueve. El pasado fin de semana, la revista alemana Der Spiegel anunciaba que Mario Draghi ya se había reunido con la canciller Merkel y su ministro de Hacienda, Wolfgang Schäuble, para pulir los últimos trazos del QE. El temor de Alemania y otros países en equilibrio presupuestario es la ‘mutualización’ del riesgo a través del balance del BCE, además del temor a largo plazo de que una barra libre de liquidez hacia los países del sur derive en la relajación de las reformas estructurales forzadas por las condiciones de los rescates y por la presión de los mercados financieros.
Dice Der Spiegel que el acuerdo alcanzado sobre el QE cubriría los riesgos de la mencionada ‘mutualización’ haciendo que sea cada uno de los bancos centrales europeos los que compren deuda, exclusivamente de su país. Esto liberaría a Alemania de compartir el riesgo de otros países, mensaje clave para la opinión pública germana. Además, teniendo en cuenta la situación en Grecia y lo que queda por llegar, Atenas podría no participar en el QE por el bajo rating de su deuda, lo cual es un claro mensaje a pocos días de las elecciones griegas. De hecho, ninguno de los países rescatados podría acogerse al plan, a no ser que muestren un total compromiso con las reglas del pago de la deuda.
La cuestión es si, además del alivio que supone a los bancos, la medida tendrá efectos tangibles en la economía real. En referencia a este punto el Dr. Michael Grote, Vicepresidente de la Frankfurt School of Finance & Management, aclara que el QE “tendrá efectos limitados en la economía real” añadiendo, no obstante, que “no es así porque no sea una medida efectiva, es porque su efectividad ha tenido lugar de facto desde hace ya tiempo”. Se refiere el Dr. Grote a que los mercados entendieron el mensaje de Draghi de 2012 como una promesa futura de poner en marcha un QE si fuera necesario. “Todo lo que no acabara en QE se interpretaría como motivo de desconfianza” matiza el Dr. Grote. En cierto modo, Draghi adquirió una “deuda verbal” con los mercados en 2012. Comienza a abonarse ahora.
En una reciente entrevista para El País de Richard Koo, economista jefe del Nomura Research Institute, alguien levantaba la voz en la sección de comentarios y se preguntaba, a propósito de las palabras de Koo, “si —como aseguraba el influyente entrevistado en el titular— desde las altas esferas ya se sabe que el dichoso QE no va a tener efecto alguno en la economía real, para qué lo hacen”.
Para Javier Flores, de Asinver Investment Group, el efecto principal será “una inflación de activos financieros” ya que “la mayor parte de los recursos inyectados en la economía no se destinarán a actividades productivas sino financieras”, provocando así una desconexión entre economía real y la financiera. Por tanto, la metáfora de Friedman usada para explicar el concepto de QE con sacos de dinero cayendo desde helicópteros con la que la prensa alemana ha ido presionando en los últimos meses (“Operation Helicopter: Could free money help the Euro Zone?”, Der Spiegel, 6 de enero 2015) se quedará en eso, en metáfora. La última revisión sobre el crecimiento global del FMI que se hizo pública el martes 20 de enero no sólo presenta una expectativa de crecimiento muy pobre para Europa, sino la desaceleración de economías que hasta ahora arrastraban al resto. Es el caso de China que, en su búsqueda de un modelo más sostenible, proyecta unas tasas de crecimiento en ningún caso superiores al 7%. También el de Brasil, entrando en catacumbas y sin querer pensar en lo que pueda ocurrir una vez pasado el circo de inversión tras los Juegos Olímpicos de 2016. En cuanto Rusia, sufre un recorte durísimo en sus previsiones tanto por la caída del petróleo como por las sanciones económicas. Así, la capacidad de empuje de los BRICs anuncia sus límites.
Por ello, si ni las filtraciones ni los bandazos del franco suizo son indicadores suficientes del QE, el informe del FMI debe servir como aviso de que hace falta “lo que sea” para recuperar el ritmo cardiaco de un sistema fatigado, de un sistema bancario aparentemente sano tras los test de estrés del pasado octubre y de un modelo que parece haberse empachado de recursos finitos.
Evitemos pensar que los problemas acaban con el QE. En palabras de José Luis Martínez, Citigroup España, esto “no es la solución a los problemas estructurales de la economía europea” sino que forma parte de un conjunto de medidas “para evitar más costes en términos de deterioro financiero y de las perspectivas de los agentes económicos”.
Con las ojeras que siempre lo acompañan, Mario Draghi saltó a la palestra del Banco Central Europeo en Fráncfort y, con semblante serio, voz templada y sobria corbata, presentó al mundo su plan de Expansión Cuantitativa para la Eurozona: el QE. Una medida tan reclamada por unos como controvertida para otros,...
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