Mattarella, un presidente vaticaliano
La elección del manso y devoto juez siciliano supone la victoria final de la eterna Democracia Cristiana contra el comunismo y el berlusconismo
Concita de Gregorio Borrás Roma , 28/05/2015
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Es necesario escuchar a los viejos democristianos, cruzar su mirada y sus ojos lúcidos de emoción para entender realmente el origen, el sentido y el destino de la elección de Sergio Mattarella como nuevo presidente de la República italiana. Es un doble triunfo para la vieja Democracia Cristiana, que barre de un golpe al “partido de plástico” de Silvio Berlusconi -en el centro de la escena política desde hace más de veinte años- y a la vieja tradición comunista, cuyo último exponente relevante ha sido Giorgio Napolitano. Fin, se acabó. Desaparecen a la vez los herederos del antiguo PCI (Partido Comunista de Italia) y los mercaderes sin escrúpulos de la política de Forza Italia. El tándem Matto Renzi-Sergio Mattarella forma una pareja de católicos democráticos nacidos del mismo manantial: hijos y nietos políticos de Don Sturzo, prominente sacerdote siciliano; de Aldo Moro, asesinado por las Brigadas Rojas, y de Ciriaco De Mita, el intelectual de la Magna Grecia (Sicilia) que dominó la política italiana durante la Primera República, un hombre que habla como un concierto de música barroca y nunca sabes dónde te está llevando.
Matteo Renzi es un boy scout de 40 años que conoció a su mujer durante unos ejercicios espirituales y creció entre misas y concursos de televisión. Es despierto, hábil para detectar por dónde sopla el viento, simpático delante de las cámaras, gran usuario de las redes sociales, un político de la era digital y de eslóganes de 140 caracteres. Mattarella es un cura laico que ha crecido estudiando las encíclicas y el Eclesiastés, un profesor palermitano, silencioso y esquivo, a quien la mafia cambió la vida el día en que mataron a su hermano Piersanti de ocho balazos, cuando era presidente de la Región de Sicilia. En el funeral de su hermano, el entonces secretario de la Democracia Cristiana, Benigno Zaccagnini, le ofreció entrar en política. Muchos años más tarde, trabajaría con otro político católico, Pietro Scoppola, uno de los fundadores de la formación El Olivo, de Romano Prodi. Prodi, también ex Democracia Cristiana: Prodi, que durante el secuestro de Aldo Moro participó en una famosa sesión de espiritismo...
Después de una primera aparición como vicepresidente de Massimo D’Alemma, Sergio Mattarella desapareció de la escena política. Su partido le había obligado a presentarse –a él, siciliano- como candidato en Bolzano, donde se habla alemán. Con él no se hicieron excepciones –con muchos otros sí- a la hora de decir: “Demasiados mandatos, no puedes volver a presentarte”. Se retiró y fue elegido miembro del Tribunal Constitucional con un solo voto de diferencia, después de tres tentativas fallidas. Hace dos años murió su mujer, hermana de la esposa del hermano asesinado. Desde entonces apenas se le había visto en público.
Matteo Renzi no lo conocía. Entre ellos hay una diferencia de edad de más de 30 años y un siglo de pensamiento inconciliable. Pero el objetivo era encontrar un candidato para el Quirinal –sede y residencia de la Presidencia de la República- que aunara las dos características requeridas: no hacer demasiada sombra al primer ministro, no ser más brillante que él, y no dividir a un Partido Democrático desgarrado por el rencor entre las diferentes corrientes-.
Entonces, los viejos democristianos del partido desempolvaron el noble nombre del anciano juez palermitano. Ocurrió durante una cena, todo en Italia se cuece en la mesa. Fue el 14 de enero, en una trattoria que está detrás del Panteón, “Scusate il ritardo” (Disculpad el retraso). Un grupo de ex DC, ahora dentro del PD, pasó lista a algunos nombres en desuso, individuos sin mácula en sus currículos que no molestasen a nadie y pudieran ser votados por muchos ex DC que hoy militan en la derecha. Salió Mattarella.
Matteo Renzi habría preferido, por este orden, al ministro de Economía Pier Carlo Padoan, así hubiera podido abrir una pequeña crisis de Gobierno, pero Berlusconi no lo quería; a Giuliano Amato, ex socialista, pero Berlusconi lo quería demasiado y la izquierda no lo habría votado; a Anna Finocchiaro, ex comunista muy apreciada por sus dotes de mediadora en el Parlamento, pero su marido Melchiorre, también siciliano, está envuelto en una investigación judicial. Walter Veltroni no convenía, es demasiado brillante y hubiera oscurecido a Renzi. Mattarella, al contrario, vive en la sombra.
Y así, el joven democristiano que ha metido al PD en el Partido Socialista Europeo, cosa que sus predecesores excomunistas nunca lograron, ha realizado el milagro –el hombre cree en los milagros- de que los rojos de SEL (amigos de Tsipras y Podemos), el PD entero y todo el Nuevo Centro Democrático, lleno de democristianos, hayan votado unánimes por el mismo candidato.
Renzi ha puesto contra las cuerdas a Silvio Berlusconi, ausente de Roma porque debía cumplir su condena: realizar servicio social en un asilo de ancianos de Cesano Boscone durante el fin de semana. Votaron a Mattarella al menos 50 diputados y senadores de Forza Italia, todos excorreligionarios del nuevo presidente. En contra, solamente el Movimiento 5 Estrellas de Grillo, también esta vez políticamente irrelevante (si los grillinos hubieran presentado a Romano Prodi las cosas podrían haber sido distintas; no lo hicieron), y la nueva Liga del Norte de Matteo Salvini.
Dice un viejo político de la DC, Angelo Sanza, mano derecha del expresidente de la República Francesco Cossiga: “Los partidos con nombres nuevos mueren, pero la tradición democristiana no muere jamás".
La clase dirigente mayoritaria –los profesionales, los concejales, los dirigentes provinciales- nunca ha dejado, en los últimos 30 años, de ser DC. Y con la DC, explica uno de ellos, o te alías o te pones en contra. En los años veinte del nuevo siglo parecería que todo vuelve a los años sesenta del Novecento: Al Bano y Romina en Sanremo, Raffaella Carrà en horario prime time, y toda la clase dirigente católica de nuevo al mando.
Mattarella es amigo fraterno de algunos ancianos cardenales, y el Vaticano no oculta su entusiasmo por su elección. Hace muchos años, cuando todavía estaba en activo, fue muy crítico con un concierto de Madonna: le pareció obsceno. También Oscar Luigi Scalfaro, otro presidente DC archienemigo de Berlusconi, le dio una bofetada cuando era joven a una señora que vestía demasiado escotada. Era un democristiano menor, se convirtió en un presidente de la República protagonista: “Hay que tener cuidado con los caballeros mansos y devotos”, dice el hijo de Bettino Craxi, Vittorio, “entran grises al Quirinal y se vuelven coloridos. Si yo fuese Renzi, no estaría tan tranquilo”.
Pero el cónclave de la política italiana ha elegido a su nuevo Papa: ha elegido al que venía de lejos, como el Papa Francisco; y por las calles de Roma los viejos zorros y los viejos leones del siglo pasado vuelven a sentarse en las mesas de las viejas trattorias. El único modo de avanzar, te explican, es siempre volver atrás.
Concita de Gregorio, periodista y escritora, es enviada especial de La Repubblica y miembro del consejo editorial de CTXT.
Traducción de Mónica Andrade
Es necesario escuchar a los viejos democristianos, cruzar su mirada y sus ojos lúcidos de emoción para entender realmente el origen, el sentido y el destino de la elección de Sergio Mattarella como nuevo presidente de la República italiana. Es un doble triunfo para la vieja Democracia Cristiana, que barre de un...
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