Mundo culé
Un ballet de Boinas Verdes
Rafa Cabeleira 19/02/2015
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Alguna cosa debe de estar haciendo razonablemente bien Luis Enrique, al menos en los últimos tiempos, cuando los partidos del Barça se me escapan en un agradable suspiro y sin necesidad de recurrir al habitual trago, los ansiolíticos de amplio espectro o cualquier otro remedio casero, más o menos ancestral, de los que suelo echar mano para templar el espíritu ante la previsión de noventa minutos más de terror reglamentario, que es lo que nos venía ofreciendo esta propuesta guerrera y esforzada, de "lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor", orquestada por el técnico asturiano y sus fieles escuderos desde su llegada.
Lo cierto es que el equipo derrocha esfuerzo y muchas otras virtudes en cada partido, incluido un Leo Messi que vuelve a recordar, por fin, al pequeño y adorable dictador que solía imponer su ley en nuestro nombre con apenas levantar la cabeza del césped y arrancar el eslalon, zigzagueando hacia la portería contraria sin necesidad de levantar la voz, torcer el gesto ni enseñar el hierro. Sostienen algunos especialistas que ahí reside el gran mérito de un Luis Enrique que, al parecer, ha sabido dotar a Messi de una libertad de acción sobre el terreno de juego de la que se benefician todos sus compañeros, sin excepción, mientras que otros señalan que las libertades se las toma el mismo Leo por propia cuenta, como los retratitos de la famosa canción y sin necesidad de preguntar a nadie; ¡faltaría más!
Sea como fuere, poco importa quién se arrogue las condecoraciones mientras la pelota siga rodando con cierta gracia y termine los chistes. El Barça encara la parte final de la temporada con aspecto renovado, saludable, como el de esas señoras adineradas que se encuentran a las cinco de la tarde para tomar el té en la cafetería de algún Casino Mercantil o Real Club Náutico al azar: elegantes, bien perfumadas y con la piel refulgente de bótox y ginebra al cincuenta por ciento. Atraviesa un momento tan dulce el equipo que mi único temor reside, a día de hoy, en la posibilidad remota de una verdadera hecatombe como la acontecida a los pobres Peláez y Restrepo, dos antiguos coristas del Teatro de la Metrópoli, en Madrid. Cuenta Camba que ambos se pasaban la vida discutiendo sobre cualquier materia sin importar la gravedad del asunto o la naturaleza del mismo hasta que cierto director de escena les propuso actuar como secundarios en una pequeña obra suya, colocados ambos en segundo plano mientras trataban de improvisar una ficticia disputa verbal, a la vez que trajinaban coñac. Ninguno de los dos atinó a iniciar conversación alguna y se limitaron a un leve intercambio de carrasposos "¡ejem!¡ejem!", incapaces de recuperar su habitual naturaleza charlatana hasta después de haberse echado el telón. Entonces sí, y según el autor gallego, "su disputa adquirió descomunales proporciones, y en el segundo acto hubo que echarlos a la calle, porque, situados junto al escenario, dominaban con su griterío la voz del protagonista".
Tiempo habrá de comprobar la solidez real de este Ballet de Boinas Verdes dirigido por Luis Enrique, al menos, supuestamente: un equipo al que los rivales parecen temer como si Messi fuese un negro en bañador y a todos los apuntase con una Star B Model a la cabeza, como Jules Winfield en la escena final de Pulp Fiction: "¡Y os aseguro que vendré a castigar con gran venganza y furiosa cólera a aquéllos que pretendan envenenar y destruir a mis hermanos! ¡Y tú sabrás que mi nombre es Yahvé, cuando caiga mi venganza sobre ti!". ¿Me estaré volviendo loco o eso que suena de fondo son los primeros acordes de Surf Rider, camino de Berlín?
Alguna cosa debe de estar haciendo razonablemente bien Luis Enrique, al menos en los últimos tiempos, cuando los partidos del Barça se me escapan en un agradable suspiro y sin necesidad de recurrir al habitual trago, los ansiolíticos de amplio...
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Rafa Cabeleira
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