El Clásico de Don Manuel
Rafa Cabeleira 26/03/2015
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Para los partidos grandes siempre se trae Don Manuel al bar una novelita de vaqueros, por si acaso. No es que quiera él despreciar a nadie. Es hombre de orden y de respeto, gente del partido, pero también inclinado a no perder el tiempo, al menos dentro de lo posible, así que tan pronto como detecta que el encuentro ha nacido torcido, sin más brillos que los excesivos de la vieja televisión, se cambia las gafas doradas habituales por otras marrones, de pasta, y se pone a leer su Estefanía por donde la había dejado en el anterior envite.
Para marcar las páginas usa trozos de cajetillas de tabaco que recoge del suelo y despedaza con cuidado, así siempre tiene un cartón a mano cuando lo necesita. Don Manuel piensa que el cartón puede servir para muchas cosas en la vida y que nunca está de más tener un poco encima, no vaya a ser. Dice que se puede calzar una mesa coja, por ejemplo, o apuntar en él los tantos de una partida, algún recado importante, un número de teléfono… Cuando el locutor anuncia las alineaciones, Don Manuel las copia con mimo en uno de sus cartones pero sin prestar excesiva atención a la correcta ortografía de cada nombre; total, para qué.
Por lo general, no han pasado ni diez minutos de partido y ya se puede ver al pequeño viejo pasando páginas, mojando la yema del dedo con la lengua y las piernas bien cruzadas bajo la mesa, recostado en el respaldo de la silla con la serenidad de quien tiene a los hijos alimentados y la hipoteca pagada, que para eso ha trabajado Don Manuel como un cabrón toda su vida; eso bien lo sabe dios. Algunos de los más habituales se meten con él y le dicen que no haga teatro, que no sabe leer, a lo que Don Manuel contesta sin apartar la mirada de las páginas de color sepia, un tanto arrugadas por tanto viaje en el bolsillo de su chaqueta. ¡Que alguien avise al difunto de Pavlov de que se le ha vuelto a soltar el perro!, dice. Y entonces ríe todo el mundo. Y él queda tan satisfecho que se moja la yema del dedo aunque esta vez no toque pasar página.
Don Manuel solo se altera con los goles: ahí sí. Salta entonces de la silla como un pobre escaldado y aprieta muy fuerte los puños mientras se cambia las gafas a toda velocidad y pregunta quién ha sido, ¡que quién ha sido! Luego, como si se avergonzara por tan impropio comportamiento, Don Manuel se persigna y exige calma a la concurrencia, advirtiendo que se está bajo techo cristiano y que lo primero de todo, en esta vida, es respetar. Se sienta y vuelve a la lectura, no sin antes advertir las semejanzas del portero con uno de los indios de la novela: gente de espíritu noble pero con muy mala suerte en la vida, dice, siempre con la suerte atravesada, como los cenizos. Entonces es cuando Higinio, que es celador en el hospital provincial, socialista y del Real Madrid, dice aquello de que el partido está resultando muy vistoso, de poder a poder, todo ello sin quitarle ojo a una tragaperras a la que trata de tú y acaricia todo el tiempo como si fuese su esposa. Don Manuel lo mira por encima del pequeño librito con muy mala idea y cierta lástima, no nos vamos a engañar, y para sí se dice que el pobre jugador está bebiendo demasiado últimamente, y que es una pena: un hombre con tan buena salud, desde siempre…
Con el segundo gol, Don Manuel vuelve a dar un respingo en la silla y esta vez se abraza con Paco, el Práctico, quien ya no tiene uñas que morder y se sorbe las gotitas de sangre que le manan de unas heridas pequeñas pero muy molestas, incluso para un marinero de manos curtidas y callos ásperos, como él. Eufórico, al menos en apariencia, Don Manuel comienza a entonar el clásico ‘campeones, campeones’ y, antes de rematar la primera estrofa, el bar estalla en un coro heterogéneo y desafinado que hace temblar el local, al menos entre la mitad citada para la gloria. Entonces aprovecha Don Manuel para recogerlo todo: las gafas, la novela, la chaqueta, el paraguas… Se desliza entre la marabunta hasta la barra, como si fuese una sombra, y apoyado en el mármol negro reclama mi atención levantando la mano como un niño en el colegio, o como un prudente cadete en la escuela naval.
-¿Ya se va, Don Manuel? Pero si aún queda partido, le digo.
-¡Boh! Este fútbol de hoy no te vale para nada, muchacho, y con el ruido que arman estos desgraciados ya no puede uno ni leer en paz, siquiera. Cóbrame ahí, anda.
Para los partidos grandes siempre se trae Don Manuel al bar una novelita de vaqueros, por si acaso. No es que quiera él despreciar a nadie. Es hombre de orden y de respeto, gente del partido, pero también inclinado a no perder el tiempo, al menos dentro de lo posible, así que tan pronto como detecta que...
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Rafa Cabeleira
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