Manuel Chaves y José Antonio Griñán, juntos, sentados en primera fila ante el estrado. Los dos históricos presidentes de la Junta de Andalucía se enfrentaban a la toma de posesión de Susana Díaz, difuminada protagonista de la escena. Decimos que se enfrentaban porque lo que debería haber sido una celebración fue un acto extraño, una especie de huida de cuerpo presente. Notaríamos esto si el objetivo de la cámara nos permitiera observar de ellos algo más que el perfil lateral trasero de sus cabezas. Dos cabezas decoradas por décadas en política con las canas y la calvicie como ticket comprobante. Dos cabezas, las de Chaves y Griñán, que dirigieron el Gobierno de la comunidad autónoma más poblada del país durante 23 años. Dos cabezas, las que vemos en la imagen, acusadas por una jueza de ser conscientes de algo. Dos cabezas que se enfrentan al delito de haber conocido la existencia durante años de un desvío de millones de euros públicos desde consejerías de los gobiernos que dirigían, por no caer en el recurso fácil de decir encabezaban.

Entre la parte desenfocada de la escena, la mujer que llega a Andalucía, y la parte enfocada por la cámara, las cabezas que se van, se está produciendo aunque no se aprecie desde ese mismo instante una especie de pacto no escrito. Uno de esos pactos que se dan a menudo en política, consistentes en conjugar lealtad y estrategia. Pactos de dos hemisferios, como los cerebros que habitan cabezas. Un hemisferio derecho el del pacto, que pretende respeto para quienes estuvieron, y un hemisferio izquierdo del pacto, que en su parte más pragmática traza estrategias que minimicen los daños sobre la espalda del que se va, sin llenar de peso la mochila del que llega. Un equilibrio imposible, como decían Los Piratas: "Yo siento que no voy, que el equilibrio es imposible cuando vienes y me hablas de nosotros dos, no te diré que no, yo te sigo porque creo que en el fondo hay algo".