Las enseñanzas involuntarias de Grey
José Lázaro 12/03/2015
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
La mayor parte de los críticos que han comentado la versión cinematográfica de Cincuenta sombras de Grey coinciden en señalar un logro que parecía imposible: la película es todavía más cursi, más folletinesca y más tramposa que el engendro literario que le sirvió de base. Y sin embargo la difusión masiva de esa historia ha puesto sobre la mesa un tema clave (que su autora ni se huele) y ha provocado un gran malentendido (que es conveniente despejar). El tema fundamental que se oculta tras esa novela rosa —aderezada con sal y pimienta bajas en calorías— es la vinculación profunda entre el poder y el placer, la tremenda fuerza erótica de las relaciones basadas en la dominación-sumisión. El malentendido tiene que ver con la falta de correspondencia entre esas relaciones y los papeles masculino-femenino.
Contra el peligroso tópico del varón dominante y la mujer sumisa pueden esgrimirse otros muchos relatos literarios y cinematográficos (que constituyen un excelente material de análisis). De entrada, una película que es todo lo contrario de la citada; es hermosa, profunda, inquietante, exquisitamente perversa: la obra maestra de Sternberg —basada en una novela de Heinrich Mann— que sirvió de lanzamiento a Marlene Dietrich, El Ángel Azul (1930). Allí se narra el encuentro de un profesor de instituto ya maduro y una joven cantante de cabaret: la fuerza personal de la mujer y la fascinación que produce en aquel hombre de vida gris dan lugar a un proceso de sumisión por parte de él que le lleva a someterse a todos los caprichos de ella, aceptar todas sus humillaciones, perder el trabajo y la situación social que tenía para acabar en un escenario cutre haciendo el payaso delante de sus antiguos alumnos.
Una relación del mismo tipo fue recogida en la reciente película de Polanski (especialista en el tema) La venus de las pieles, basada en una obra teatral que recrea la famosa novela del mismo título en que la dominante Wanda va sometiendo al masoquista Severine a todo tipo de humillaciones físicas y personales, que solo logran ir aumentando la adoración que él siente por ella.
Otro ejemplo significativo, pero esta vez entre dos hombres, se encuentra en la versión que Pinter y Losey hicieron de la novela El sirviente (original de Robin Maugham, homosexual y sobrino de W. Somerset). El poder de un aristócrata británico sobre su mayordomo se va invirtiendo a medida que la débil personalidad del primero es poseída y transformada por la inteligencia estratégica y el carácter dominante del segundo, que vampiriza paso a paso a su señor hasta convertirlo en un pelele. Las jerarquías sociales quedan definitivamente arrasadas tras un duelo de humillaciones triangulares (entre el aristócrata, su novia y el sirviente) que acaba demostrando quién era realmente fuerte y quién tenía en el fondo alma de esclavo.
En todos los casos se constata que las grandes pasiones de dominación-sumisión, con su elemento erótico más o menos claro, no están determinadas por lo masculino o femenino, sino que hay relaciones de sumisión entre dos hombres o dos mujeres y hay además muchas parejas de Domina-sumiso.
La fuerza erótica arrolladora que pueden alcanzar esas relaciones la han recogido también la literatura y el cine, desde una película casi tan mala como la de Grey (Portero de noche), hasta otras casi tan buenas como la de Sternberg (El imperio de los sentidos, Lunas de hiel o Deseo-peligro). En todas ellas se narra, mejor o peor, la intensidad de esas pasiones en que la entrega total al otro, como en el más enloquecido sueño romántico, puede llevar a cimas de placer nunca alcanzadas, pero también a la destrucción absoluta. Y no son nada infrecuentes los deslizamientos entre una cosa y otra.
La obra de Michel Foucault es un buen punto de apoyo para estudiar la relación que tiene la dominación personal con los mecanismos de humillación y castigo que se emplean en las formas tradicionales más duras de enseñanza escolar, militar o religiosa, así como en el adoctrinamiento. Con ellas se realiza la domesticación de los seres humanos que pretende anular su rebeldía y convertirlos en piezas eficaces de las instituciones sociales que constituyen el entramado jerárquico de la civilización. Y ahí aparece otra vez el vínculo secreto entre las relaciones de poder y las de placer.
En los treinta años transcurridos desde que murió Foucault, los biógrafos han ido publicando cada vez más información sobre su vida privada y, en especial, sobre su afición a los clubes de homosexuales especializados en prácticas sadomasoquistas. Parece ser que allí Foucault tuvo amplias posibilidades de contrastar empíricamente sus teorías y, aunque no llegó en su obra publicada a analizar detalladamente el tema —quizá por la prematura muerte que le provocó el sida adquirido en el curso de sus experiencias con el placer del poder— sí llegó al menos a apuntarlas en una entrevista de 1982 sobre “Sexo, poder y política de la identidad”.
Sostiene en ella que el sadomasoquismo voluntario y lúdico supone una desexualización del placer con erotización del poder y de sus relaciones estratégicas, que ya no se estabilizarían, como es lo habitual, en instituciones sociales protegidas por todo el aparato del Estado, sino que adquirirían una gran movilidad. “El juego sadomasoquista —afirma Foucault—, aun siendo una relación estratégica, es siempre fluido, flexible. Hay roles, desde luego, pero nadie ignora que los papeles se pueden invertir, intercambiándose. A veces, al principio del juego uno es el amo y otro el esclavo pero, al final, el que era esclavo pasa a ser el amo. Incluso si los papeles son estables, los protagonistas saben bien que siempre se trata de un juego: aunque transgredan las reglas, hay un acuerdo, explícito o tácito, por el que se establecen determinados límites. Este juego estratégico es una fuente importante de placer físico, pero yo no diría que suponga una reproducción, en la relación erótica, de la estructura de poder. Es una representación, una escenificación de las estructuras de poder mediante un juego capaz de proporcionar placer sexual físico.”
Quizá el secreto del éxito Grey tenga que ver, en el fondo, con la hipótesis teórico-práctica que determino la vida íntima (y la muerte) de Foucault, aunque no le diese tiempo a desarrollarla en su obra, interrumpida por los efectos colaterales de la investigación.
José Lázaro es profesor de Humanidades Médicas en la UAM. Autor de Vidas y muertes de Luis Martín-Santos (Tusquets) y de La violencia de los fanáticos (Triacastela).
La mayor parte de los críticos que han comentado la versión cinematográfica de Cincuenta sombras de Grey coinciden en señalar un logro que parecía imposible: la película es todavía más cursi, más folletinesca y más tramposa que el engendro literario que le sirvió de base. Y sin embargo la...
Autor >
José Lázaro
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí