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Los que llevamos dentro la funesta manía de pensar y no queremos evitarlo, ni portamos pistola al cinto que defienda nuestras razones mejor que argumentando, terminamos por colegir que si hacemos lo que hacemos y si no hacemos lo que no hacemos, será por algo. Incluso cuando lo que deducimos es que lo uno o lo otro pueda ser porque nos da o porque no nos da la gana, solemos concluir que aún cabe preguntarse ¿y por qué nos da o no nos da la gana? ¿Seremos filósofos? ¿Seremos unos tiquismiquis pijoteros, que queremos darnos pisto? Todo es posible, menos que Rajoy deje de mentir.
En la casa de mi infancia sólo hubo dos libros (y guardados en cajón con llave porque eran "fuertes"): Edad prohibida, de Torcuato Luca de Tena, y La paz empieza nunca, de Emilio Romero. Con el tiempo se añadieron varios volúmenes encuadernados de la revista taurina El Ruedo y los libritos de bolsillo de las aventuras de El Coyote, de José Mallorquí, procedentes de la biblioteca del Casino Primitivo de Albacete y traídos a mi casa por mi padre para que me hicieran compañía durante una pleuresía que casi me hace intelectual a los siete u ocho años. La edad a la que se supone que Rajoy ya mentía.
A los trece de edad ingresé en el Seminario Menor de Hellín, para no quedarme sin amigos (tres hermanos a los que les había entrado al mismo tiempo una vocación fulminante) y para evitar decirle a mi vecina de abajo que me gustaba mucho (seguro como estaba de que ella no iba a aceptar el noviazgo acuciante que yo pretendía). Semejantes impulsos tendrían que haberme llevado a la sospecha de que mi llamada al sacerdocio no era la expresión de la voz de Dios, sino el empujón de acaeceres humanos más a ras de tierra. Como la vocación de Registrador de la Propiedad de Rajoy, pongo por caso.
Y allí, en el seminario, saltó la chispa. El Día de la Madre, el profesor de literatura nos encargó a cada uno que escribiéramos un hermoso texto de felicitación a nuestras mamás. Yo, que por entonces no había escrito nunca algo que no fuera una carta, eché las patas para arriba y escribí aquello en versos octosílabos, el verso por antonomasia de la poesía española. Como el mester de clerecía, como el romancero o como Fuenteovejuna, picando alto. Aún recuerdo el poema. Comenzaba: "Y pensar que en la oración/mi pensamiento te abraza…". Como diría Rajoy, pensando en Esperanza Aguirre.
El cura profesor, don Guillermo, en sus paseos con algunos de nosotros durante los recreos peripatéticos, empezó, por el método Gila, a aludir a "alguien ha escrito un texto muy bonito…" Y al rato: "A lo mejor hacemos un concurso con las cartas del Día de la Madre…". "Puede que se lleve el premio uno que ha escrito en verso…". Juro que nunca se me pasó por la cabeza que el premiado fuera a ser yo. Pero lo fui. Cogí fama de buen escritor y hasta se me encargaban textos para las grandes ocasiones. En latín incluso me hicieron escribir. Por cierto, ahí querría yo haber visto a Mariano Rajoy.
Desde entonces pienso que mi temprana e inducida afición a la escritura se debe a aquel aleccionamiento y, dado el origen, las fuentes y el lugar de los hechos, puede que no sea de extrañar que de ahí proceda la tendencia terca al sermón, que me acompaña con frecuencia. Mi nacimiento a la literatura fue pues en verso, como el de la lengua castellana. Recuerdo de memoria el poema entero. En él me refería a la Virgen, claro; pero sólo Dios sabe si aquel pensamiento y aquel abrazo no tenían un destinatario interpuesto en la vecina de abajo. Ni amenazado con tortura lo recitaría ahora. Era malísimo. Espantoso. Pero con premio. Como Rouco Varela. E igualito que Rajoy.
Los...
Autor >
José Luis Cuerda
José Luis Cuerda Martínez es director, guionista y productor de cine español. Ha dirigido algunas de las películas más memorables del cine español, entre ellas, 'El bosque animado', 'Amanece, que no es poco', 'Así en el cielo como en la tierra' o 'La lengua de las mariposas'.
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