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Diré, yo que tiendo a exagerar, que toda fotografía es en esencia una falacia, ya que muestra un instante que no existe y que no volverá a existir jamás. Lo mantiene en un presente ficticio, ajeno al paso del tiempo como en una ilusión perversa y teatral. Apenas unos segundos después de ser tomada, nada ni nadie es ya igual a su fotografía. Es la imagen de lo irreal. El truco de magia perfecto.
Esta idea es suficiente para obsesionarse con un sentimiento de pérdida que, en un ataque de pánico poético, nos lleve a considerar que todo lo que no sea registrado por la cámara pueda desparecer para siempre en el olvido. Abunda en ello Italo Calvino en ‘La aventura de un fotógrafo’, relato contenido en la antología Los amores difíciles, cuando reflexiona sobre lo breve que es el paso entre la realidad que ha de ser fotografiada porque nos parece bella y la realidad que nos parece bella porque ha sido fotografiada, corriendo el riesgo de pensar, en última instancia, "que todo lo que no se fotografía se pierde, es como si no hubiera existido, y por lo tanto para vivir verdaderamente hay que fotografiar todo lo que se pueda". En su conclusión, señala la estupidez y la locura como los únicos desenlaces posibles de ese pensamiento. Coincido con él.
No obstante, en el mismo texto lamenta el autor italiano el carácter conmemorativo que la realidad fotografiada asume en seguida, "aunque sea una foto de anteayer". Entendido por tanto el presente como una nostalgia inmediata de sí mismo, el engaño sutil del fotógrafo logra sustraer al pasado una pieza, retirándola de la fila y convirtiéndola en eterna. Porque aunque no todo deba ser fotografiado, hay momentos que son fotografía.
Linda McCartney describe bien esa sensación en Portrait of an Era, un libro escrito a cuatro manos entre ella y Steve Turner en el que se recopilan los retratos que durante su vida realizó a numerosas estrellas del rock así como diferentes anécdotas de su carrera como fotógrafa. Me gusta especialmente el pasaje en el que cuenta cómo conoció a un todavía desconocido Jim Morrison en el invierno de 1966.
Linda se encontraba en un club de Nueva York llamado Ondine's, cercano al Puente de Queensboro, famoso por acoger como bandas residentes a grupos de fuera de la ciudad durante cortos periodos de tiempo. Había escuchado que esa noche tocaba allí el último fichaje del sello Elektra Records, un grupo de Los Ángeles llamado The Doors, y se había acercado a verlos con unos amigos. Por aquel entonces todavía no habían publicado ningún disco y desde luego Manhattan no había oído hablar de su carismático cantante.
Cuenta en el libro que lo que más llamó su atención en un primer momento no fue la imagen de Jim, sino la poesía contenida en sus canciones y cómo él se sumía totalmente en ellas mientras las interpretaba. Algunos meses más tarde, en marzo de 1967, cuando su primer disco ya los había colocado en el centro del panorama musical estadounidense, The Doors regresarían a Ondine's para tocar de nuevo como banda residente; pero cuando todavía eran anónimos, aquella noche a finales de 1966, Linda tuvo la sensación de ser la primera en contemplar un tesoro hasta entonces oculto al mundo. Aprovechando la sensación de privacidad que el pequeño club ofrecía, cogió su cámara e inmortalizó a Morrison en un instante único, arrebatándoselo al paso del tiempo.
Escribe Italo Calvino: "Y solo cuando tienen las fotos delante de los ojos parecen tomar posesión tangible del día transcurrido, solo entonces el torrente alpino, el gesto del nene con el cubo, el reflejo del sol en la pierna de la esposa adquieren la irrevocabilidad de lo que ha sido y ya no puede ser puesto en duda. Lo demás puede ahogarse decididamente en la sombra insegura del recuerdo".
Tal vez sea verdad. Tal vez el registro del momento vivido sea más real que el propio momento vivido, ya que aquel es innegablemente cierto y los años, sin embargo, suelen torcer a su antojo la memoria. De no ser por las fotografías de Linda McCartney, el recuerdo de Jim cantando en Ondine's en 1966 sería una imagen sesgada. Resultaría difícil afirmar sin reservas que estuvo allí, intentando entonar mientras colocaba la mano detrás de la oreja. Incluso resultaría difícil asegurar que estuvo Linda. Las fotografías de una vida llegan a ser a veces más auténticas que la vida misma, que sin ellas pudo no haber existido jamás, salvo en el olvido.
Hace unos días, comiendo con un amigo en su casa, éste me comentaba que había oído hablar de una empresa que vende momentos. Para evitar que algunos acontecimientos se pierdan para siempre en el pasado, la compañía los encapsula metafóricamente envasando el aire del día y el lugar en el que se han producido. El aire que había en el estadio en aquel concierto de Bob Dylan en París. El aire de Washington durante la próxima conferencia de Obama. El de Maracaná cuando Alemania se proclamó campeona del mundo. "Servirá para recordar el pasado, como una nueva clase de fotografía", dijo él inspirando sin saberlo este artículo. "Nada retrocede más que el progreso", le contesté yo. Sospecho que E.E. Cummings habría estado de acuerdo conmigo.
Diré, yo que tiendo a exagerar, que toda fotografía es en esencia una falacia, ya que muestra un instante que no existe y que no volverá a existir jamás. Lo mantiene en un presente ficticio, ajeno al paso del tiempo como en una ilusión perversa y teatral. Apenas unos segundos después de ser tomada, nada...
Autor >
Manuel de Lorenzo
Jurista de formación, músico de vocación y prosista de profesión, Manuel de Lorenzo es columnista en Jot Down, CTXT, El Progreso y El Diario de Pontevedra, escribe guiones cuando le dejan y toca la guitarra en la banda BestLife UnderYourSeat.
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