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Confieso -es sencillo confesarlo- que una de las cosas que más llamaba mi atención cuando era un adolescente era el éxtasis de Santa Teresa. El de los místicos en general, pero el de Teresa de Ávila en particular.
Los libros de literatura e historia del arte manejaban con naturalidad afirmaciones admirables sobre alguien que parecía experimentar la unión personal con Dios. Así, como quien no quiere la cosa. Como si en el siglo XVI, cuando los días se ponían un poco tontorrones y monótonos, lo normal fuese salir a dar un paseo y luego regresar a casa para participar de la naturaleza divina mediante alguna suerte de conexión espiritual entre lo terrenal y lo sagrado. Comprenderán que, como mínimo, encorvase ligeramente una ceja.
Con los años he tenido ocasión de comparar algunas de las teorías que desde una perspectiva racional ofrecen posibles explicaciones a semejante fenómeno, y aunque las basadas en la intoxicación por un hongo del pan centeno llamado claviceps purpurea o la histeria como posible trastorno psicológico se apoyen en construcciones lógicas bien armadas, sin duda la que goza de mayor solidez es la formulada por el profesor y neurólogo Esteban García-Albea, jefe del servicio de neurología del hospital universitario Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares, que relaciona los episodios de éxtasis de Teresa de Jesús con la epilepsia. Y en concreto con un tipo específico de epilepsia parcial denominada extática cuyos síntomas se corresponden con sensaciones de paz, bienestar y placer que entre los profanos es conocida como "crisis de la felicidad".
La causa no es demasiado esquiva. Cuando tenía 24 años, Teresa cayó gravemente enferma. Su salud nunca había sido buena, pero en este caso su estado llegó a complicarse hasta tal punto que fue dada por muerta y amortajada. Por fortuna su padre se negó a enterrarla, salvándole la vida con una decisión tan arbitraria como simbólica, pero cuando a los cuatro días volvió en sí lo hizo delirando, sufriendo terribles dolores y aquejada de una parálisis que le impediría andar durante cuatro años. Más adelante escribiría: "Me dieron el sacramento de la unción, y cada hora o momento pensaban espiraba, y no hacían sino decirme el credo, como si alguna cosa entendiera; teníanme a veces por tan muerta que hasta la cera después me hallé en los ojos". El doctor Alberto Gimeno, jefe del servicio de neurología del hospital Ramón y Cajal, cree probable que se tratase de un coma provocado por una encefalitis, consistiendo la epilepsia extática en una de sus secuelas.
Como consecuencia de ésta, Teresa comenzó a experimentar sus célebres arrobamientos, trances de corta duración -algunos duraban el tiempo "de un Avemaría" y otros "toda una Salve"- provocados por un desorden neuronal durante los que alcanzaba niveles muy intensos de placer que su vocación religiosa confundía con auténticos éxtasis místicos. En Vida de Santa Teresa de Jesús, tras describir a un ángel que se le había aparecido, anota: "Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas: al sacarle me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios". Es decir, creía sentir un dardo largo que un ángel le metía hasta las entrañas provocándole un grandísimo pero deseable dolor que le hacía dar quejidos y la dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Que cada uno extraiga sus propias conclusiones.
Uno de los nombres por los que la crisis de la felicidad es conocida es "la enfermedad de Dostoievski", debido a que la epilepsia que padecía el escritor ruso también era probablemente de clase extática, como la de Santa Teresa. A esta conclusión ha llegado la medicina al analizar los síntomas del príncipe Mishkin, protagonista de El idiota, a través de los cuales se cree que el autor describía su propia experiencia. En cierto punto de la novela, explica: "Siento que el cielo ha descendido a la tierra y me envuelve. Realmente he alcanzado a Dios que se introduce en mí. Todos vosotros, personas sanas, ni siquiera sospecháis lo que es la felicidad". La sensación de bienestar era tal que Dostoievski llegó a afirmar que por unos segundos de esa dicha daría más de diez años de su vida, si no la vida entera.
Resulta complicado tratar de imaginar qué clase de placer puede llevar a un hombre a razonar de esa forma, ofreciendo su propia vida a cambio de un poco más de felicidad pura. Pocas veces he escuchado atribuir a algo un efecto semejante, llegando incluso a percibir una comunión espiritual con el mismísimo Dios, y lo único que ahora mismo me viene a la cabeza son de hecho algunas drogas muy nocivas. Para desencadenar una reacción semejante, la estimulación de los centros neurálgicos del placer en ambos casos debe de ser extraordinaria.
Se cree que otros como Pablo de Tarso padecieron la crisis de la felicidad. A sus síntomas se imputa igualmente el misticismo de Juana de Arco, que afirmaba haber recibido órdenes de Dios a través de Santa Catalina de Alejandría, Santa Margarita de Antioquía y el arcángel San Miguel, a quien dijo ver con sus propios ojos rodeado de ángeles. También las revelaciones del arcángel Gabriel a Mahoma han sido interpretadas en el mismo sentido. Sin embargo nadie ha expresado con tanta pasión e insistencia sus placenteras experiencias durante el éxtasis como Santa Teresa de Jesús, que notaba incluso cómo su alma quería "estar siempre sufriendo de este mal". Pobrecita.
Estos días se conmemora el quinto centenario de su nacimiento, el 28 de marzo de 1515. Existe un dato curioso con respecto al cómputo real del tiempo transcurrido desde entonces, ya que como explica Carlos Fisas en Historias de la historia, a finales del siglo XVI el mundo tuvo que saltarse diez días en el calendario para corregir el desfase provocado por haber previsto un año bisiesto cada cuatro años. En España esto sucedió el 4 de octubre de 1582, que a las doce de la noche dio paso al 15 de octubre de ese mismo año, y siendo esa la fecha en la que Santa Teresa de Jesús fue enterrada, algunos puristas podrían sostener que en realidad el 28 de marzo todavía restarían diez días para el aniversario de su nacimiento.
Es cierto que la historia, como se acaba de aclarar, explica adónde fueron a parar esos días inexistentes, pero sabiendo lo mucho que Teresa de Ávila disfrutaba de sus éxtasis místicos, yo más bien sospecho que lo que en realidad sucedió con esos diez días es que en algún momento de su vida se le pasaron volando.
O qué se yo, levitando.
Confieso -es sencillo confesarlo- que una de las cosas que más llamaba mi atención cuando era un adolescente era el éxtasis de Santa Teresa. El de los místicos en general, pero el de Teresa de Ávila en particular.
Los libros de literatura e historia del arte manejaban con naturalidad...
Autor >
Manuel de Lorenzo
Jurista de formación, músico de vocación y prosista de profesión, Manuel de Lorenzo es columnista en Jot Down, CTXT, El Progreso y El Diario de Pontevedra, escribe guiones cuando le dejan y toca la guitarra en la banda BestLife UnderYourSeat.
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