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Me alegró mucho saber, hace ya cuatro meses, que la Mesa del Congreso había decidido adoptar por fin las medidas necesarias para garantizar la transparencia en el ámbito parlamentario. Fue uno de esos gestos decentes que suelen comenzar con alguien mesándose la barba y musitando algún aforismo. Otra cosa es cómo terminen.
El asunto de los viajes de Monago había agitado demasiado un panorama político ya de por sí nervioso y con cierta tendencia a autolesionarse, por lo que se imponía hacer concesiones a la ciudadanía para evitar que el clima de desconfianza que reinaba entre el electorado se pudiese traducir en una hemorragia de votos todavía mayor. Todos los grandes partidos, salvo PNV, UPyD y el grupo parlamentario Izquierda Plural, dejaron a un lado su tradicional rivalidad y, apenas sin deliberaciones, prescindiendo de sus habituales objeciones y desavenencias, llegaron a un acuerdo con tal celeridad que hasta los menos suspicaces creyeron que allí olía un poco a chamusquina.
Y tal vez con razón. El gran pacto sobre la transparencia -de la que, como el yeti, todo el mundo ha oído hablar pero nadie ha visto nunca- se reducía a que a partir de ese instante se informaría trimestralmente de los costes de los viajes realizados por sus señorías con cargo a los presupuestos de la cámara, pero sin indicación de quién viaja, cuándo viaja, para qué lo hace, ni cuánto se gasta. Es decir, simplemente, empezaríamos a recibir información una vez cada tres meses sobre cuál es el coste total y anónimo de los desplazamientos, lo que no tendría por qué traducirse en un nuevo agujero en el cinturón.
Muchos vieron en ello la consecuencia natural de que sean los lobos quienes cuidan del rebaño y consideraron falaz la medida adoptada por la Mesa del Congreso, previniendo a los ingenuos de que decir la verdad puede ser también el modo más sutil de mentir. De hecho, afirmar que la actividad parlamentaria va a ser "más transparente" no quiere decir que vaya a serlo lo suficiente como para ser considerada transparente. La lógica tiene estas cosas.
Sin embargo, algunos quisimos creer, y aunque San Agustín nos advirtió de las mentiras "dichas para complacer a los demás en un discurso” y Nietzsche nos avisó de que todo el mundo miente, confiamos en la promesa de transparencia por la sencilla y tonta razón de que necesitábamos hacerlo. Como esa gente a la que le toca el Gordo de Navidad y aparece en la tele diciendo "estaba seguro de que me iba a tocar porque me hacía mucha falta".
Y nadie podría culparnos. Porque en una relación tan desgastada como la que hay entre el ciudadano y el sistema, la transparencia es el mejor mecanismo de equilibrio posible, ya que la rectifica y la encauza. Es ese vecino fisgón que aclara un malentendido entre el cartero y tú porque sabe qué días tienes correspondencia. Nada tiene que ver con la confianza. De existir ésta, sería innecesaria aquélla. Y aunque tampoco sea imprescindible, duermes mejor si sabes que existe. Porque, como ocurría con el traje invisible del emperador, a nadie le gusta contemplar las vergüenzas al aire del imperio, pero todo el mundo quiere estar seguro de que puede verlas.
Pero decía Francisco de Goya que el tiempo también pinta, y al cumplirse el plazo fijado ha bastado un clic para saber si al menos ese hueso que nos tiraron era auténtico o no. Y como sospechaban los descreídos, no lo era. El Portal de Transparencia del Congreso de los Diputados es muy bonito, tiene mucha información útil -como por ejemplo que en el presupuesto se destina a "dietas" y a "locomoción" medio millón de euros en cada caso, y sin embargo a "otras indemnizaciones", ocho millones y medio; o que se prevén más de nueve millones de euros para subvenciones a los grupos parlamentarios-, pero de cuánto se han gastado sus señorías el último trimestre en viajes con cargo a los presupuestos de la cámara no dice nada. Lo único que aparece en el epígrafe ‘Viajes’, dentro de ‘Información económica, presupuestaria y contractual’, son algunas directrices y la agenda. De las migajas que se nos prometieron, ni rastro.
Pero en toda esta historia hay una parte buena, y es que las promesas incumplidas y los acuerdos ignorados, en el fondo dan igual. Se avecinan elecciones, y tenemos la inmensa suerte de vivir en un país en el que podemos elegir democráticamente quién preferimos que se ría de nosotros. Y eso, a los que nos creemos a diario mandangas como lo del pacto por la transparencia parlamentaria, siempre nos reconforta un poquito. Y nuestro voto vale lo mismo que el de los demás.
Me alegró mucho saber, hace ya cuatro meses, que la Mesa del Congreso había decidido adoptar por fin las medidas necesarias para garantizar la transparencia en el ámbito parlamentario. Fue uno de esos gestos decentes que suelen comenzar con alguien mesándose la barba y musitando algún aforismo. Otra...
Autor >
Manuel de Lorenzo
Jurista de formación, músico de vocación y prosista de profesión, Manuel de Lorenzo es columnista en Jot Down, CTXT, El Progreso y El Diario de Pontevedra, escribe guiones cuando le dejan y toca la guitarra en la banda BestLife UnderYourSeat.
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