Lanzador de alertas
De la desigualdad ante la redacción de las leyes
Hervé Falciani 26/03/2015
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A las insignificantes actividades que absorben mis días y mis noches, se ha añadido recientemente el análisis de la directiva europea sobre el secreto comercial. 537 empresas, de las cuales 323 eran pequeñas y medianas, han sido consultadas para la elaboración de la directiva. En principio, esta ley estaría encaminada a proteger a las Pymes de sus competidores, tentados de espiarlas.
A pesar de que ya existe un conjunto de leyes sobre la propiedad intelectual, uno de los argumentos esgrimidos para justificar nuevas medidas es que los costes y la complejidad para poder aplicarlas son prohibitivos y que, a menudo, para una pequeña empresa resulta demasiado caro y difícil establecer una patente y registrarla en las jurisdicciones deseadas.
Y me pregunto: ¿Se están organizando los lobos para evitar que los más débiles no se dejen devorar por los más fuertes? ¿En qué lugar, dentro de esa organización, quedan las ovejas? Da la impresión de que lo que quieren los lobos es mejorar su habilidad para cazar a las ovejas.
No pretendo buscar el mal en cada una de las iniciativas llevadas a cabo por nuestras queridas empresas, sería absurdo. Como también lo sería tener una confianza ciega en ellas. Mi experiencia demuestra que el poder, sin un contrapoder, suele ejercerse de manera abusiva.
Al igual que las ovejas, nosotros, ciudadanos de a pie, tenemos que permanecer vigilantes con el fin de preservar la igualdad de oportunidades frente al empresario “lobo”. Porque el secreto crea desigualdad. Tendremos que asegurarnos de que a determinados ciudadanos no les crezcan colmillos afilados que, sin darnos cuenta, los conviertan en depredadores. Para evitar que el hombre sea un lobo para el hombre, para garantizar que sea el gobierno quien teme al pueblo y no al contrario. Y como las empresas gobiernan más de lo que lo hacen los Estados, tendremos también que asegurarnos de que éstas nos temen más de lo que nosotros les tememos a ellas.
Lejos de cualquier conflicto de intereses, los ciudadanos somos los únicos capaces de proteger el interés general. Aprovechemos la ocasión que brinda la redacción de estas leyes para introducir la semilla de la que saldrán nuestras libertades, hoy obstaculizadas. No tenemos ni la disciplina ni la fuerza de los ejércitos de abogados y grupos de presión que escriben estas normas, comprometidos en la salvaguarda de la mayor autonomía posible para las empresas. Y para ellos, nada es más efectivo que hacerlo al abrigo del secreto. Esto explica que las nuevas leyes se preocupen por dar más a las empresas, incluso a costa de los ciudadanos, aunque los intereses de ambos grupos no sean, en principio, contrarios. Estamos demasiado ocupados en sobrevivir como para vigilar lo que se cuece en nuestros parlamentos. Opongámonos a la fuerza bruta con los refinamientos del corazón. Nuestro deber es utilizar nuestra inteligencia colectiva, condescendiente con el prójimo que podría ser uno mismo, que nutre de sentido común, de un sentido crítico que obliga a desobedecer la orden injusta. Hagamos que estas leyes del secreto contengan las excepciones que reviertan el equilibrio de poder en favor de la comunidad.
Nuestra oportunidad es que siempre resulta más fácil revelar un secreto que protegerlo, basta con autorizar la violación de un secreto cuando contravenga los principios fundamentales de los derechos del hombre. Estos principios son mágicos; inspirémonos en ellos. El principio de la fraternidad entre los pueblos se podría transcribir a través de una cláusula de competencia desleal.
En la ley propuesta, el artículo 4, línea 2, define los casos que justifican el levantamiento del secreto comercial. En concreto, ”la divulgación de una falta, de una malversación o de una actividad ilegal con la condición de que la obtención, uso o divulgación de un supuesto secreto comercial haya sido necesario para esta revelación y que el defensor haya actuado en interés público”. Esa formulación podría cambiarse por: “la revelación de una presunta falta, una presunta malversación o presunta actividad ilegal, de una presunta competencia desleal frente a uno de los Estados miembros en relación con este secreto”. Con ese cambio empezaríamos a revertir el equilibrio de poder.
Invalidar el secreto de negocios y el secreto comercial en el caso de la competencia desleal vis-a-vis de uno de los Estados miembros debilitaría la posición de los países que viven a costa de nuestra explotación. Pienso, evidentemente, en Luxemburgo y Suiza, pero prácticamente todos los países europeos alojan empresas cuestionables. Podría citar también a Francia, aunque en una menor proporción.
Estas empresas viven de la competencia desleal; es una vida parasitaria, que, a menudo ignoran los propios habitantes de estos países. Nuestra inteligencia frente a nuestros límites nos invita a reconducir la energía consumida en la redacción de estas leyes. Nuestro deber es darles utilidad en defensa de nuestros intereses dado que no podemos eludirlas. Permanezcamos atentos a los próximos debates y apoyemos a aquellos que defiendan las modificaciones de esta ley. Nuestros puestos de trabajo están en juego.
Traducción de María Valderrama.
A las insignificantes actividades que absorben mis días y mis noches, se ha añadido recientemente el análisis de la directiva europea sobre el secreto comercial. 537 empresas, de las cuales 323 eran pequeñas y medianas, han sido consultadas para la elaboración de la directiva. En principio, esta ley...
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Hervé Falciani
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