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He sabido hace poco que Rodrigo García Barcha cursó parte de sus estudios universitarios en Londres, lo cual no ha afectado demasiado a mi existencia porque hasta ese momento no tenía ni idea de quién era Rodrigo García Barcha y he comprobado que desde entonces me levanto a la misma hora, sigo fumando y me peino más o menos igual.
Quienes tampoco sabían mucho de él eran sus profesores y compañeros de universidad, y esto ya es más extraño. Con el tiempo ha adquirido cierta fama como realizador, llegando a dirigir varios capítulos de A dos metros bajo tierra, Carnivàle y Los Soprano e incluso colocando a las actrices de alguna de sus películas entre los nominados a los Oscar, pero cuando presentó su trabajo para el examen final de semiótica a mediados de los 80 muy pocos tenían constancia de su vida personal. La prueba consistía en analizar el simbolismo del gallo en la novela de Gabriel García Márquez El coronel no tiene quien le escriba, y a diferencia de los demás alumnos y sus profundas teorías, Rodrigo defendió que el gallo solo era el gallo y que no se requerían otras disquisiciones. Dado que su exposición conducía irremediablemente al suspenso y al ser tachada de pobre y simplista, el joven García Barcha explicó que había telefoneado a su padre, autor de la obra, y eso era exactamente lo que le había contestado. "Dile a tu profesor que el gallo es el gallo. Y que no joda". La sorpresa, como es natural, fue mayúscula. El gallo resultó ser el gallo, y Rodrigo el hijo del recién elegido premio Nobel de Literatura. Un dato que no había hecho público antes porque no lo había creído necesario.
Admiro esa clase de discreción. Siempre advierto en ella cierta tutela de los lazos familiares. No cabe duda de que es una cautela comprensible cuando la falta de prudencia puede jugar en tu contra. Quién no se ha puesto en la piel de Frank Pentangeli cuando echa un vistazo a su hermano, sentado al lado de Michael ante la comisión del Senado, y niega conocer a ningún "padrino" o haber pertenecido a la familia Corleone al ser preguntado por su relación con Don Vito y Peter Clemenza. Pero incluso cuando evitar el sigilo pudiese resultar provechoso, como en el caso de Rodrigo García Barcha, guardar reserva en cuanto a la filiación de uno es una conducta ejemplar, porque en el fondo se esconde la encomiable voluntad de proteger a tu familia.
Y tu familia puede ser cualquiera. A veces lo son tus amigos. Otras veces lo es el enfermero que te echa una mano a diario mientras estás impedido en el hospital. Puede serlo el tío al que acabas de conocer y con el que acabas arreglando el país mientras cerráis todos los bares. O incluso esa gente a la que te abrazas en el estadio cuando tu equipo marca un gol. Y no me refiero a un concepto alegórico de familia. Estoy hablando de familiares de verdad. De personas con las que compartes una notoria coincidencia genética. De hecho, por simple probabilidad, en un estadio como el Camp Nou podrías estar sentado, sin saberlo, al lado de quinientos primos lejanos. Y lo más asombroso de todo es que los quinientos podríais ser descendientes del mismísimo Gengis Kan. Ahí es nada.
Actualmente, uno de cada doscientos hombres tiene como antepasado común a Gengis Kan. Paseando por la calle un domingo cualquiera puede uno cruzarse con varios miembros del linaje del Príncipe Universal. Algunos estarán paseando al perro. Otros comprando pipas. Habrá quien se haya pasado la noche entera de copas y todavía esté deambulando en un estado lamentable mientras su mujer, en casa, maldice la hora en que se casó con semejante crápula. Pero a ver quién es el chulo que le dice nada a uno de los hijos del emperador más sanguinario de la historia.
Aunque la fama de Temuyín, como se llamaba en realidad el señor de todos los océanos, es ciertamente injusta. Es considerado por muchos como un hombre cruel y despiadado que llevaba a cabo prácticas atroces, propias de un ser sin compasión al que no le importaba el dolor y el sufrimiento ajenos, cuando en realidad lo único que hacía era comandar hordas de guerreros a caballo que ejecutaban matanzas masivas y lanzaban los cadáveres de sus víctimas mediante catapultas a la siguiente ciudad que fuesen a conquistar, sembrando el terror y la histeria entre sus habitantes ante la espantosa visión de lo que pronto les iba a ocurrir a ellos. Lo que haría cualquiera en su situación de emperador mongol, vamos.
Y precisamente en el fragor de esas conquistas, que duraron dos décadas, nace el frondoso árbol genealógico de Gengis Kan. Mientras los suyos se dedicaban a saquear y destrozar todo cuanto se encontraban, el kan oceánico aprovechaba para someter a todas las mujeres que caían a los pies de su caballo. Se estima que fueron miles, y mediante el crecimiento exponencial de su descendencia a través de los hijos de sus hijos, hoy en día hay aproximadamente diecisiete millones y medio de hombres que tienen como antepasado común a Gengis Kan.
Y digo bien: hombres. Sería imposible determinar cuántas mujeres pertenecen también al mismo linaje, ya que la coincidencia genética que permite determinar la inclusión de una persona en tan selecto grupo se encuentra únicamente en el cromosoma Y, como señaló en su momento Chris Tyler-Smith, genetista evolutivo del Instituto Wellcome Trust Sanger en Hinxton, Reino Unido, y director del estudio que determinó que un 0,5% de la población mundial masculina era descendiente de Temuyín.
Poco después del hallazgo, el genetista de la Universidad de Oxford Bryan Sykes, contratado por la compañía Oxford Ancestors, encontró al primer occidental emparentado con el gran kan mongol tras analizar 25.000 muestras de ADN. Su nombre es Tom Robinson, y en su cromosoma Y se encuentran siete de los nueve marcadores genéticos que se corresponderían con el genotipo de Gengis Kan.
Tom recibió la noticia a su regreso de un crucero por Alaska que había hecho con su mujer para celebrar sus bodas de plata, y lo cierto es que no reaccionó con especial efusividad. Ni siquiera cuando le comentaron que el embajador de Mongolia en Estados Unidos quería que fuese su invitado de honor. Sospecho que la vida de Tom, un profesor de Contabilidad de la Universidad de Miami residente en Palmetto Bay que ronda los cincuenta años, es tan alocada y excitante que saber que es descendiente del hombre que fundó el imperio continental más extenso de la historia no es muy diferente a encontrarse un premio en el palo de un helado. En la montaña rusa de su día a día, ya solo los misteriosos secretos ocultos de las ciencias contables suponen un estímulo para este antiguo presidente de una sociedad de analistas financieros.
Cuando le preguntaron si creía que se parecía en algo a su antepasado, Tom despejó cualquier duda contestando: "Bueno, creo que tengo un cierto número de habilidades administrativas". Pero por si no había quedado claro, bromeó: ”Aunque no he conquistado nada per se".
Asumámoslo, el primer descendiente occidental conocido de Gengis Kan es probablemente el típico tío que se ríe con sus propios chistes. La historia esta llena de pequeñas maldades como ésta. Su respuesta es un magnífico ejemplo de por qué la discreción en cuanto a los lazos familiares siempre juega en favor de uno. Puedo imaginar las sensaciones encontradas de cualquiera a quien le comenten que es al mismo tiempo pariente de Gengis Kan y del bueno de Tom. Sería lógico que se lo callase. Al fin y al cabo, nadie presume nunca de cuñado.
A veces me gustaría telefonear a alguno de sus alumnos de Contabilidad de la Universidad de Miami y decirle: "Dile a tu profesor que el gallo es el gallo. Y que no joda". Pero luego pienso que a lo mejor Tom es primo mío y se me pasa. No tentemos al diablo.
He sabido hace poco que Rodrigo García Barcha cursó parte de sus estudios universitarios en Londres, lo cual no ha afectado demasiado a mi existencia porque hasta ese momento no tenía ni idea de quién era Rodrigo García Barcha y he comprobado que desde entonces me levanto a la misma hora, sigo fumando y...
Autor >
Manuel de Lorenzo
Jurista de formación, músico de vocación y prosista de profesión, Manuel de Lorenzo es columnista en Jot Down, CTXT, El Progreso y El Diario de Pontevedra, escribe guiones cuando le dejan y toca la guitarra en la banda BestLife UnderYourSeat.
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