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El penúltimo fracaso anunciado de Pep Guardiola terminó en goleada torrencial y gozosa, precipitada hacia los primeros cuarenta y cinco minutos de partido para favorecer así la reflexión profunda, y un cierto recogimiento interior, por qué no decirlo, por parte de los más críticos y atrevidos analistas: los denominados agentes del caos.
Los agentes del caos también son personas, empecemos por ahí. Detrás de estos hombres y mujeres hay una serie de familias que sufren con su batalla diaria, librada sin cuartel; amigos que lloran las heridas recibidas como propias, espalda con espalda; y un país entero detrás por educar, si se me apura. Su misión es redentora, pulcra, aseada y sobre todo desinteresada, aunque no lo parezca, y a ella se entregan en cuerpo y alma con la palabra como única arma y el teclado como su buen amigo, el fusil. Aquí mi fusil, aquí mi pistola: uno dispara, la otra consuela, desfilan los cadetes y becarios por alguna redacción de la Avenida Diagonal, en espectáculo tan enternecedor como dantesco.
Yo estaba borracho y oí por mis adentros: ¡El Apocalipsis!, iu iu iu iu iu, ¡El Apocalipsis!, iu iu iu iu iu, pensaría el técnico catalán, la semana pasada, cuando se levantó cierta mañana a ver qué decían sobre él en las noticias. Sin poder explicarse cómo, más allá de una derrota llena de resbalones y regalos indecentes en Oporto, se encontró a sí mismo a las puertas del infierno y rodeado por los agentes del caos: todos con pinturas de guerra y los ojitos teñidos en sangre; nada de Paco Rabal vestido de guardia civil e interpretando a San Pedro, como si todo este despropósito lo hubiese orquestado Cuerda, no: demonios, hidras, gárgolas y todo tipo de alimañas lo invitaban a entrar en aquella cueva roja de piedra incandescente y aromas de azufre… Y como no tenía un duro para seguir bebiendo, pues me dejé llevar.
Cien partidos cumplió Pep Guardiola como técnico del Bayern en la vuelta de la Champions, con Julen Lopetegui y Oliver Torres como invitados de honor a los festejos. Cien partidos de los que ha ganado setenta y ocho, lo cual arroja un porcentaje de victorias muy similar al de todas sus campañas como entrenador jefe de algún equipo profesional. Son diez puntos de ventaja estadística sobre otros técnicos reputados y bañados en la gloria de los máximos trofeos, lo que me recuerda aquella famosa frase de Raúl Caneda: Guardiola le resta incertidumbre al juego. Otro gallego, este de película, el bueno de Pazos, lo resume de un modo más sencillo, todavía: somachigún.
Ni más ni menos que diez puntos de distancia objetiva sobre el resto de competidores, lo que no parece poca cosa en este fútbol moderno que todo lo escruta, informatiza y analiza con ayuda de formidables aplicaciones de última generación, no digamos ya el futuro a las puertas: el Bielsamóvil. De sus cuatro años en Barcelona habla su legado por encima de las opiniones de cada cual, o al menos lo que queda de él. De lo que está sucediendo en Múnich, en su segunda aventura como técnico en la élite, hablarán sus jugadores y alguno de ellos ya va diciendo por ahí que él no quiere jugar nunca más de defensa. Que él quiere tocar y tocar como el pianista negro aquel de Casablanca, el que jugaba con el seis y se quejaba de la hierba, ¿cómo se llamaba? ¿Sam? ¿Xavi?… Siempre se me olvida su nombre.
Guardiola amenaza a familias, ahí donde lo ven. Amenaza la tranquilidad de muchos hogares, amenaza el futuro de los niños en edad escolar y, por encima de todo, amenaza la credibilidad de quienes llevan explicando sus fracasos desde que perdió en Numancia y empató en casa, contra el Racing de Santander. Al día siguiente se nos volvió a prevenir del horror al que estábamos abocados en manos de este señor y su idealismo holandés pero en el vestuario, la noche anterior y tras el partido, Andrés Iniesta y Leo Messi se habían acercado a su apesadumbrado entrenador para transmitirle su total confianza y asegurarle que, jugando como acababan de hacerlo, lo ganarían todo esa misma temporada.
Y así lo hicieron, no creo que haga falta recordarlo. Leo y Andrés limitan el daño al terreno de juego y a cortos intervalos de noventa minutos, alguna que otra vez más la prórroga correspondiente, reglamentaria y redentora. Pero sus anhelos destructivos entre las defensas en línea no se pueden comparar, en modo alguno, con la actitud terrorista de los agentes del caos con títulos en regla y el carnet de manipulador recién renovado, los que no persiguen más objetivo que la destrucción aleatoria y dolosa. Yo los llamo las viudas de Heath Ledger, me lo van a permitir. Los veo como los únicos continuadores de su legado como mejor Joker de la historia del cine, y de sus graciosas maneras de amenazar la paz en Gotham aunque sea disfrazado de enfermera, comentarista freelance o redactor: Instaura una pequeña anarquía, altera el orden establecido y comenzará a reinar el caos. Soy un agente del caos, ¿y sabes qué tiene el caos? Que es justo. Pobre payaso loco.
El penúltimo fracaso anunciado de Pep Guardiola terminó en goleada torrencial y gozosa, precipitada hacia los primeros cuarenta y cinco minutos de partido para favorecer así la reflexión profunda, y un cierto recogimiento interior, por qué no decirlo, por parte de los más críticos y atrevidos analistas:...
Autor >
Rafa Cabeleira
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