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"Acaba de suceder algo que no te vas a creer -me dijeron-. Han detenido a Rodrigo Rato". Y así fue. No me lo creí. De hecho, ha pasado casi una semana y todavía me sigue pareciendo un milagro. Pero no por inexplicable, que no lo es, sino por extraordinario y sorprendente. Quién lo iba a decir. Todo un exvicepresidente del Gobierno y exdirector del FMI siendo introducido en la parte trasera de un coche policial como si de un honrado ciudadano cualquiera se tratase. Rara vez se veían antes estas singularidades.
El problema de considerar algo como un milagro es que tienes que decidir si te lo crees o no. Un acto sobre el cual Albert Einstein llegó a dividir a toda la humanidad en dos formas opuestas de ver la vida. Porque a los milagros les ocurre como a la justicia: hay tanta gente diciendo que existen como gente diciendo que no. E intenta tú convencer a cada cual de lo contrario.
En el caso de Rodrigo Rato, parece que a la justicia le ha dado por ponerse a funcionar de repente. Como una bombilla que creías fundida pero un buen día, y sin saber por qué, se enciende sola en una esquina del salón. Para que quede claro que existe. Algo tan extraño como la propia reacción del Partido Popular ante la detención de uno de sus apellidos de más peso. Hasta ahora su estilo consistía en cerrarse atrás y jugar a la contra, protegiendo la portería con todos sus hombres y dificultando mucho las llegadas del rival -es paradigmático el caso de Floriano, central derecho cedido por las Nuevas Generaciones de Extremadura, que no retiró la confianza a Fabra a pesar de haber sido condenado porque lo fue "solo por delito fiscal" y aún había que esperar la resolución del recurso-. Esta vez, sin embargo, los populares han jugado más abiertos, les han metido un pase entre líneas y parece no haberles importado que los delanteros se hayan plantado solos frente a Rato, endosándole un golazo y además por su palo.
Y sospecho que no ha sido un capricho de la probabilidad. Hace tiempo que la relación está deteriorada. El desapego comenzó cuando el exministro abandonó lo público y, como los piratas de tierra de la Costa da Morte, Cornualles y otros finisterres, sacudió la campana de Bankia desorientando a los barcos, que naufragaron contra las rocas perdiendo un cargamento que en otras manos se convirtió en botín. Luego vino el descenso a los infiernos de la entidad, el escándalo de las tarjetas black, su tira y afloja con Aguirre y la denostada amnistía fiscal, cuya designación como amnistía tal vez sea injusta, de acuerdo, pero entre eso y su verdadero nombre, que existe desde que los contables de los gánsteres montaron cadenas de lavanderías para convertir el dinero ilegal en legal, yo tampoco me quejaría demasiado.
Y ahora esto. Una investigación por supuestos delitos de fraude, alzamiento de bienes y blanqueo de capitales, con el correspondiente registro a juego y, como complemento, la detención. Con todos los medios apostados en el portal de su casa, bajo la ventana, como leones esperando lo inevitable al pie de un árbol en la sabana, incluso antes de que la propia fiscalía ordenase nada. Y la guinda del portavoz de la Delegación Española del Grupo Popular en el Parlamento Europeo, Esteban González Pons, que, mientras todavía aspira a crear tres millones y medio de puestos de trabajo en esta legislatura, se cuadra frente a un micrófono para reclamar el crédito del Partido Popular por no haber hecho nada para impedirlo, como se conoce que es lo habitual en estos casos. Todo muy feo y maloliente. Con demasiados pliegues y dobleces. Por muy bien pensada que esté la teoría de la voladura controlada que al final se descontroló.
Quién lo ha visto y quién lo ve. Elegido por Aznar como su sucesor natural para dirigir el partido, de no haber rechazado su oferta hoy podría ocupar en La Moncloa el lugar que ocupa su suplente, Mariano Rajoy. Y sin embargo se encuentra al borde de la cloaca, investigado por la Agencia Tributaria, salpicado por escándalos financieros y desheredado por su partido.
Cuesta creer que pueda terminar así quien en otro tiempo fue considerado ni más ni menos que el responsable del milagro económico español, consistente en levantar un montón de ladrillos sobre la fina piel de una burbuja. Todavía hay quien otorga a Rodrigo Rato cierto crédito por ello, lo que demuestra que Einstein tenía razón y todos, sin excepción, pertenecemos al grupo de los creyentes o al grupo de los escépticos. Si me preguntan a mí, la respuesta es muy clara: los milagros no existen. Sean de la clase que sean. Ya veremos en qué acaba todo esto.
"Acaba de suceder algo que no te vas a creer -me dijeron-. Han detenido a Rodrigo Rato". Y así fue. No me lo creí. De hecho, ha pasado casi una semana y todavía me sigue pareciendo un milagro. Pero no por inexplicable, que no lo es, sino por extraordinario y sorprendente. Quién lo iba a decir. Todo un...
Autor >
Manuel de Lorenzo
Jurista de formación, músico de vocación y prosista de profesión, Manuel de Lorenzo es columnista en Jot Down, CTXT, El Progreso y El Diario de Pontevedra, escribe guiones cuando le dejan y toca la guitarra en la banda BestLife UnderYourSeat.
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