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Las apariencias son importantes. No deberían serlo, pero lo son. Una vez alguien me dijo que parecer inteligente era más importante que serlo. Por supuesto, no estoy de acuerdo, pero el tipo que me lo dijo y todos los que consideran inteligente a cualquiera que tenga pinta de serlo sí lo están. Y sospecho que no son pocos.
Yo dejo mi casa recogida antes de salir por pura apariencia. En realidad soy un desordenado, pero no quiero que se note. Siempre he considerado el caos como una sutil y eficaz forma de organización. Acaso la mejor. Esto no quiere decir que ignore que la disposición de las cosas de acuerdo a una regla es una opción ventajosa, pero requiere de un esfuerzo continuo que la convierte en molesta y responde a criterios estéticos y funcionales con los que no todo el mundo tiene por qué estar de acuerdo. El caos es objetivo e incontestable.
Sin embargo, además de desordenado tiendo a ser hipocondriaco, así que no se me ocurre salir por la puerta sin encerrar antes la anarquía en algún rincón, aunque sea a gritos y empujones, por si acaso cualquier molestia se complica, termino en urgencias entre servicios privatizados y recortes en sanidad, y alguien tiene que entrar en mi casa para agenciarme, qué se yo, el libro de familia, una muda limpia o alguna posesión preciada como mi colección de discos de Manolo Escobar. Lo último que quiero que piense nadie es que soy poco organizado, como efectivamente soy.
Pero si se trata de apariencias, la palma se la lleva el dinero. En alguna ocasión he escuchado a Woody Allen defender que ser rico es mejor que ser pobre, aunque solo sea por razones económicas. Lamento tener que disentir.
El dinero solo conduce a la ruina. Recuerdo el caso de un gallego al que le tocaron nueve millones de euros que acabaron con él. Se acostumbró a vivir contando de cien en cien, con la mirada apartada del cuentakilómetros, y cuando sus bolsillos comenzaron a rugir de hambre se endeudó de tal manera para mantener su tren de vida que al final terminó suicidándose.
No hace falta llegar tan lejos. Cualquiera que gane mucho dinero conoce las responsabilidades que eso conlleva. Un gran sueldo no te permite fallar. Te exige rozar la perfección porque es mucho lo que obtienes a cambio. Vives en un estado de tensión constante y creciente, como esas partidas del Tetris que se alargan hasta lo inoportuno y las piezas descienden tan rápido que te entran ganas de girarte y echarle la culpa a alguien.
Con el dinero justo se respira mejor. El día dura un poco más, el tráfico es más fluido y en la nevera siempre queda cerveza fría. Sin embargo, si algo es más importante hoy en día que vivir tranquilamente es aparentar que se tiene más dinero del que se tiene. Más o menos como Jenaro García y Gowex, pero sin estafar a cientos de personas miserablemente.
La cosa consiste en vestir bien, aunque barato. En comprarse un buen coche, pero de tercera mano. Vivir en el centro en veintidós metros cuadrados. Frecuentar los locales de moda desde lejos. Dejarse ver con según quién. Que parezca de todo menos lo que es, sin tener que cargar con el peso de una cuenta bancaria abultada. Lo mejor de ambos mundos.
Hace unos días me desayuné con un artículo en la sección de deportes en el que se contaba cómo Daniel Norris, estrella estadounidense de béisbol de los Toronto Blue Jays, había pedido a sus asesores que a pesar de ganar cerca de dos millones de euros al año solo le ingresasen 736 euros al mes. Es un hombre de gustos sencillos y no necesita más que lo necesario para vivir, lo que incluye la caravana que desde hace cuatro años hace las funciones de vivienda y que por la noche aparca en la explanada de unos grandes almacenes. Desautorizando a Ortega y Gasset y su circunstancia, declara en un reportaje de ESPN: "Me siento bien con mi estilo de vida. En realidad, estoy más cómodo siendo pobre".
Daniel tiene un gran sueldo. Uno de esos que no te permite fallar y te mantiene en un estado de tensión constante y creciente. Sin embargo cualquiera que no lo conozca y lo vea vistiendo mal, viviendo en una caravana vieja y despertándose entre carros de la compra, pensará que se trata de un pobre hombre.
Basta echar un vistazo a la decisión que ha tomado en cuanto a su economía para darse cuenta de que lo está haciendo todo al revés. De que no ha entendido nada. O tal vez, en este mundo de absurdas apariencias en el que vivimos, lo haya entendido ya todo. Quién sabe.
Las apariencias son importantes. No deberían serlo, pero lo son. Una vez alguien me dijo que parecer inteligente era más importante que serlo. Por supuesto, no estoy de acuerdo, pero el tipo que me lo dijo y todos los que consideran inteligente a cualquiera que tenga pinta de serlo sí lo están. Y...
Autor >
Manuel de Lorenzo
Jurista de formación, músico de vocación y prosista de profesión, Manuel de Lorenzo es columnista en Jot Down, CTXT, El Progreso y El Diario de Pontevedra, escribe guiones cuando le dejan y toca la guitarra en la banda BestLife UnderYourSeat.
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