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El fútbol es un estado de ánimo. Y sobre todas las cosas, una montaña rusa de pasiones, un carrusel de emociones. Cuando esos sentimientos se desbordan, los aficionados sacan lo mejor y lo peor de sí mismos. Las filias, las fobias, los amores eternos y los desafectos profundos. Los cariños y los odios, las certezas y las sospechas, los buenos y los malos. Sentimientos que, multiplicados por el altavoz mediático ensordecedor que ha convertido este maravilloso deporte en un cochino negocio, destripan las pasiones más puras y también los instintos más bajos. Hoy que el periodismo linda con el partidismo, que los diarios son los primeros abogados defensores de los clubes poderosos y que las empresas, acuciadas por el culto a la audiencia, empujan a que los profesionales adopten perfiles de forofos y prótesis de ultras, todos los mensajes destilan desconfianza y supuran interés.
El peor momento del periodismo deportivo ha desembocado en la simple repetición de eslóganes, prejuicios y postureos zafios. En dosis industriales de supositorios administrados por vía oral y también rectal, por televisión, prensa y radio, dirigidos a poner el acento en polémicas que no existen y morbos de cartón piedra. Cuanto más poderoso es el club en cuestión, más lo es su interés y desde luego, mayor es el nivel de intoxicación que sus medios afines propagan, por tierra, mar y aire, para generar un estado de opinión con más basura que el palo de un gallinero. Así funciona esta falsa moneda.
El último ejemplo es un clásico para los aficionados del Atlético. Una vez más, como casi todos los años por estas fechas, la locomotora mediática del Real Madrid, que rema con más fuerza que nunca y tiene una caja de resonancia única en todo el universo, usa toda su potencia de fuego para preguntarse, en voz alta, si el Atlético de Madrid se dejará perder ante el Barcelona para evitar que el equipo de Florentino Pérez pueda ganar la Liga. El debate del absurdo, ideado y puesto en escena por los habituales monstruos de barraca de feria, consiste en alimentar las esperanzas del que les da de comer, a costa de dudar del honor del que vende menos. El marrón, para el que menos lo merece. La parte, exigiendo un juez amable.
¿Se dejará ganar el Atlético ante el Barça para fastidiar al Madrid?
Primero, el Atlético no tiene que posicionarse sobre si haría esto o aquello, sobre si echaría o no una mano al Madrid, porque si el Madrid no gana la Liga será exclusivamente porque no supo o no pudo ganar la suficiente cantidad de puntos para ser campeón.
Segundo, suena patético que los voceros blancos planteen su penúltima pataleta pidiéndole al Atlético lo que el Madrid no fue capaz de hacer en Liga porque, de haber ganado al Barça en el Camp Nou, serían líderes y dependerían de sí mismos.
Tercero, la prensa afecta al régimen se atreve a dudar de la profesionalidad de los jugadores y cuerpo técnico del Atlético con impunidad, sin que nadie del Atlético sea capaz de hacerles ver que sus vómitos son tan interesados como infantiles.
Cuarto, los corifeos de la prensa madridista, no contentos con faltarle al respeto a la profesionalidad de los jugadores del Atlético, se la faltan también al resto de equipos que aún deben enfrentarse al Real Madrid, como si el equipo blanco tuviese aseguradas ya esas victorias a lo Helenio Herrera, sin bajarse del autobús.
Y quinto, el suministro de estramonio, poseído por la ventosidad de turno de Cristiano, es incapaz de plantearse que, de no haber perdido sus dos duelos ante el Atlético (1-2 y 4-0), el Madrid habría ganado esta Liga de calle.
Hoy le faltan al respeto gratis al Atlético, mañana al Sevilla, pasado al Valencia y dentro de un año al Athletic. Les da igual ocho que ochenta que ochocientos cincuenta. Para ellos lo único que importa es el Madrid, porque es el que gana casi siempre, el que más vende y el que rellena más horas de basura tóxica. Nadie podría criticarles por elegir bando, ni por abrazar esa causa, ni por hacer negocio con ese equipo. Lo patético es que, en su ansia por succionar y loar al Madrid hasta el extremo, han cruzado la delgada línea de lo permisible. Para defender al Madrid, para vender más periódicos, para seguir teniendo silla en una tertulia, no hace falta ofender al resto de equipos, ni dudar de la honorabilidad y profesionalidad de otros.
Bien está que alaben al Madrid y defiendan sus intereses. Incluso que se jacten de ello. Lo que no es de ley es que, para empujar al Madrid y poder vender más, echen porquería sobre los demás. El nombre de los clubes, su profesionalidad y credibilidad no son de usar y tirar. Alguien debería explicarles que para defender al Madrid no hace falta pisotear a los demás.
El fútbol es un estado de ánimo. Y sobre todas las cosas, una montaña rusa de pasiones, un carrusel de emociones. Cuando esos sentimientos se desbordan, los aficionados sacan lo mejor y lo peor de sí mismos. Las filias, las fobias, los amores eternos y los desafectos profundos. Los cariños y los odios,...
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Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
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