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Recuerdo un día cegador de tan soleado, el intenso olor a flores de un patio sevillano, el sonido del agua, eco de voces, las risas del equipo y el encuentro con Manuel Molina frente a un espejo con hileras de bombillas que había improvisado nuestra maquilladora en un rinconcito del hotel.
Allí estaba, por fin, frente a mí, esa leyenda viva del Flamenco. Con su camisa de seda salpicada de estrellas. Melena oscura, barba entrecana, figura imponente. Y su voz, aún más rotunda. “Qué alegría, Manuel, y qué pena, a la vez, no haber conseguido, también, que viniera Lole", le dije. Recuerdo su respuesta: “Ya sabes cómo sois las mujeres”; sus confidencias, que no haré públicas, pero, sobre todo, tengo presente su risa sonora, que conquistaba por derecho cualquier territorio.
“Aquello que hacíamos era un pecado. Ellos no te entienden pero tú sabes de dónde viene y para dónde va. A veces te dejas caer, a ver dónde te lleva el viento, la música es así. Lo importante de la música es desemborracharte de los prejuicios, lo bueno para aprender y lo malo para saber lo que no tienes que hacer”, me dijo.
Era fascinante charlar con él. Tanto que casi tuvieron que arrastrarnos hasta nuestro set para empezar la entrevista. Y qué más daba. Estaba claro, desde el principio, que a Manuel Molina no le cambiaba la luz roja de una cámara, porque todo lo que dijera frente a ella sólo podría ser utilizado, precisamente, a su favor.
Clavó en mí la mirada y echó a volar las palabras. De la psicodelia de Smash al romanticismo naturalista de Lole y Manuel. Esos primeros encuentros creativos junto a ella. Un viaje a México solo. Y de aquella ausencia, cientos de versos que tintaron con su caligrafía perfecta papeles blancos para hacerse, a la vuelta, canción y carne de amores.
Brillaba al relatarme cómo fue el primer concierto del dúo más jipi que conoció el Flamenco. En realidad, dos pases. Aunque parecieran uno solo. Y cómo allí fue posible pasar de los nervios a la sorpresa hasta llegar a la carcajada al comprobar que el público era el mismo, las dos veces, porque nadie se había movido de su silla: “No se había enterado nadie de nada, pero se quedó todo el mundo alucinado, la gente volvió a pagar y a quedarse ahí, eso fue el primer día de Lole y Manuel.”
¡Cuántas historias!, imposible reproducirlas aquí sin traicionar su gracia al contarlas. Algunas quedarán para siempre en ese capítulo de “Ochéntame otra vez” titulado “Flamenco Revolution”. Otras me gustaría transcribirlas tal cual porque me emocionó escucharlas de un hombre que, minutos antes, me había confesado su enfermedad con un cigarro entre los dedos y sin mostrar un ápice de miedo o pena.
“Tengo 66 años y parece que hice la primera comunión hace 15 días. Todo se va y no te das ni cuenta. Lo chungo es arrepentirse. Yo a mis hijos les digo yo creo que esto es así, tú haz lo que veas pero procura arrepentirte lo menos posible… Eso es lo que deberíamos hacer, procurar arrepentirnos lo menos posible. Seriamos mucho más felices. Yo no soy curita... Yo a esa gente la detesto. Mi dios es de otra manera. Mi dios está en los niños, en los mayores, la gente buena. Ni la iglesia, ni los curas, ni el gobierno me interesan para nada. Yo no soy revolucionario, soy humanamente lógico.”
Su dios pisaba la tierra. Manuel también. Pero cuando se encendían los focos del escenario cerraba los ojos y abría el pecho. Y a los demás, nos elevaba unos metros sobre la madera.
No pude acompañarle a Triana esa noche. Pero me prometió viajar a Madrid. Y antes de quince días se hizo realidad la promesa. De aquella noche cálida, también de otoño, guardo un manuscrito suyo con versos dedicados y algunas fotos. Pero, sobre todo, llevo impresa la mística de su presencia escénica. Poco más de una hora que conservo intacta en mi cabeza.
“No soy buen músico, pero tengo mucho amor a mi profesión, mi vida, porque es con lo que le doy de comer a mi gente. Tengo una suerte horrorosa. O sea que yo le estoy agradecido a la vida por haberme dado esta forma de vivir”.
Aquella noche de noviembre viniste a cantar y te fuiste el último a dormir. Ganando horas a la cuenta atrás que, con inquietud, hemos seguido desde entonces a distancia.
La noche que te marchaste la pasé en casa tomando notas y viendo vídeos tuyos para mi próximo proyecto. Ése en el que, de una u otra forma, sé que estarás.
Me cuentan que en estos últimos días, a los pies de tu cama, solo estaba prohibido llorar. Así que te has ido mientras te cantaban “por los cañaverales y el arroyo cantor”.
Te quiero, Manuel. No sé si volverán genios tan grandes pero con tu recuerdo presente será más fácil ir a buscarlos.
Gracias por tu vida.
Viva el Arte.
Playlist de 'Flamenco Revolution'
Recuerdo un día cegador de tan soleado, el intenso olor a flores de un patio sevillano, el sonido del agua, eco de voces, las risas del equipo y el encuentro con Manuel Molina frente a un espejo con hileras de bombillas que había improvisado nuestra maquilladora en un rinconcito del hotel.
Allí estaba,...
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Paloma Concejero
Periodista cultural y documentalista. Ha dirigido la película Tu voz entre otras mil, sobre Antonio Vega, y el programa documental de TVE 'Ochéntame otra vez'.
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