La fallera cósmica
De escritores en la literatura
Marina Sanmartín 10/06/2015
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Son días de Feria.
Y también de un anticipo del verano; días imprevisiblemente agradables, en los que pienso, inmersa en una paz para mí desconocida, que no merece la pena enfadarse con nadie. He vuelto a escuchar boleros y a leer novelas que cuentan la vida de los escritores, algunos reales, otros imaginarios; novelas en las que busco mi reflejo, porque yo quiero ser escritora y no sé si estoy viviendo bien.
Desconfío de los que se llaman escritores a sí mismos y de aquellos que ocupan siempre un asiento de primera fila en los eventos literarios; desconfío de los mojigatos y de los que nadan en promiscuidad; desconfío de los malditos. Me gustaría verles a todos por un agujerito en la pared, cuando están solos en sus casas, y medir el tiempo que dedican a escribir una sola línea. Resulta cada vez más difícil deshacerse de la impostura. Decepcionada con algunas novedades que la crítica se empeña en elogiar (y que yo me trago sintiéndome algo ignorante ante la indiferencia que me provocan, porque su textura me recuerda demasiado a series del tipo Al salir de clase), sospecho que a los escritores de este siglo aún no los conocemos y me refugio en los autores muertos.
Leo a Carpenter, a Broyard, y a partir de sus obras vuelvo a Styron. Si de mí dependiera, convertiría en obligatoria para la humanidad la lectura de La decisión de Sophie, que transcurre en parte en el mismo Nueva York, cercano a los años cincuenta, por el que transita Broyard en su autobiográfica Cuando Kafka hacia furor, rescatada por La Uña Rota. Lo primero que leí de Broyard, Ebrio de enfermedad, fue lo último que escribió: un diario íntimo que comenzó cuando le diagnosticaron cáncer de próstata y prolongó hasta su muerte. Lo encontré en las estanterías de la biblioteca casi alejandrina de mi padre. Lo devoré de un tirón. El libro era bueno porque no pretendía nada, era un texto desnudo sobre el miedo y sobre el dolor. Era una despedida.
Carpenter, que trabajó en Hollywood, se suicidó. Lo hizo en 1995. Estaba enfermo y no quiso esperar. Ahora, gracias a Jonathan Lethem, responsable de rematar la labor que con su desaparición Carpenter dejó inconclusa, y a la editorial Sexto Piso, estamos de suerte: Los viernes en Enrico's ya descansa en mi mesita de noche sobre una pila de títulos que han ido quedando atrás. Aún no he terminado la novela pero no hablar de ella me resulta imposible. Narra la historia de un grupo de jóvenes estadounidenses de los sesenta unidos por una ambición: triunfar en la literatura; y hay un personaje que me gusta especialmente porque, desde el minuto uno de su presencia en la trama, se adivina en él esa paz desconocida a la que me refería al principio de este artículo. Se llama Charlie Monel y yo no puedo evitar ponerle la cara de Russell Crowe.
Los viernes en Enrico's es ágil. Se intuye en ella la fluidez en el trabajo de quien la escribió. No hay atascos en el texto, un requisito fundamental y dificilísimo: parecer, a pesar de haber sido corregida hasta el extremo, una perfecta y limpia primera versión.
Hablando de mi hartazgo ante esas novedades de jóvenes promesas que ya no lo son tanto, le confieso a una amiga que no identifico en nadie cercano el "clic" de Carpenter, un concepto muy bien explicado por Beha en Qué fue de Sophie Wilder:
"Cuando yo era niño tenía un juego solitario: cerraba los ojos y contaba los pasos mientras caminaba por la calle. Al cabo de uno o dos, todavía percibía exactamente donde me encontraba en relación con el mundo. Al tercero me sentía incómodo, y al cuarto o quinto abría los ojos con gran alivio y descubría que cuanto me rodeaba me resultaba familiar, veía que podría haber seguido durante muchos más pasos. Pero ya era demasiado tarde; lo único que podia hacer era empezar otra vez. Así era como escribía antes de conocer a Sophie".
Sophie, que en nuestro panorama literario más próximo brilla por su ausencia.
Son días de Feria.
Y también de un anticipo del verano; días imprevisiblemente agradables, en los que pienso, inmersa en una paz para mí desconocida, que no merece la pena enfadarse con nadie. He vuelto a escuchar boleros y a leer novelas que cuentan la vida de los escritores, algunos...
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Marina Sanmartín
Marina Sanmartín Pla (Valencia, 1977) se dedica a la comunicación cultural y escribe novelas; la más reciente es 'El amor que nos vuelve malvados' (Principal de los libros 2014). Desde 2009, se esconde detrás de La fallera cósmica (Mejor Blog Nacional de Creación Literaria 2010 para Revista de Letras). Colabora en MicroRevista, Madriz y Consentimiento, entre otras publicaciones.
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