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Tras leer estos días que el FMI pide a España aumentar el IVA, abaratar el despido y dotar a las Comunidades Autónomas de competencias para establecer sistemas de copago sobre determinados servicios públicos esenciales, he pensado que en cualquier momento podría aparecer Christine Lagarde en rueda de prensa, diciendo: ”Y si no tienen pan, que coman pastel".
Resulta curioso. En realidad María Antonieta nunca pronunció la frase que más espoleó la aversión de sus súbditos hacia su persona. "Si no tienen pan, que les den la corteza del pastel" fueron las palabras que Jean-Jacques Rousseau escribió en 1769, cuando la archiduquesa de Austria todavía no tenía nada que ver con Francia, atribuidas por el filósofo a una cortesana de Luis XIV, su favorita Madame de Montespan. Aunque al pueblo francés le habría dado igual. Su odio habría sido el mismo con o sin frase. Querían la cabeza de María Antonieta desde el instante mismo en que ocupó el trono. Sus enormes dispendios, traducidos en fiestas lujosas y pomposos vestidos, eran interpretados como un insulto a un pueblo sumido en la hambruna y la enfermedad. Incluso el propio Napoleón llegó a declarar más adelante que el "asunto del collar" de la reina, valorado entonces en más de millón y medio de libras, había sido uno de los detonantes de la revolución.
Los levantamientos del Antiguo Régimen --y si me apuran, todos los de la historia--, además de por su contenido político, como en el caso de la Revolución Francesa, se caracterizaron por la proliferación de motines de subsistencia. En octubre de 1789, poco después del Juramento del Juego de la Pelota y de la toma de la Bastilla, y tras haber transcurrido apenas catorce años desde la Guerra de las Harinas, Luis XVI y su esposa María Antonieta aguardaban en Versalles la llegada del regimiento de Flandes, que se encargaría de la protección de la familia real mientras la Asamblea Nacional Constituyente se encontrase allí hospedada para aprobar la reforma del sistema político, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y los Decretos de Agosto, por los que se abolían los privilegios de la nobleza y el clero.
En una época tan convulsa, y tras la renuncia de los Gardes-Françaises, la seguridad del rey no podía confiarse a la simbólica guardia de corps, por lo que la presencia del regimiento de infantería, leal a la monarquía, fue celebrada con un gran banquete. Este hecho, retratado por la prensa reformista como un auténtico despilfarro, unido a las faltas de respeto de los soldados hacia la escarapela tricolor, que fue pisoteada y sustituida por la bandera blanca de la Casa de Borbón, provocó que el pueblo terminase de perder la poca paciencia que le quedaba.
El 5 de octubre, las mujeres que se encontraban en los mercados del este de París comenzaron a marchar hacia el ayuntamiento haciendo sonar a su paso las campanas de todas las iglesias. El jornal ni siquiera les llegaba para comprar pan, y las noticias que llegaban de Versalles sólo servían para avivar la llama de la insurrección. Poco a poco se les fueron uniendo miles de personas, y juntos tomaron el consistorio, donde se hicieron con víveres y armas. La Guardia Nacional, comandada por el marqués de La Fayette, se unió a la multitud. Se exigía el fin de la carestía de alimentos, el traslado del rey a París y la aprobación de una constitución liberal. Por la tarde, cuando al grupo se habían unido más de treinta mil individuos, se inició la marcha sobre Versalles.
Los cánticos pedían el regreso de Luis XVI a la capital y la muerte de María Antonieta, a quien denominaban "l'autre-chienne" --una deformación de la palabra "austríaca" que significaba "la otra perra"--. A su llegada al palacio algunos entraron en la Asamblea para afear a los diputados el banquete celebrado en honor al regimiento de Flandes. Otros consiguieron hablar con el rey, que prometió que se repartirían alimentos entre la población. Pero la mayoría de revolucionarios permanecieron en los jardines, sedientos de un final violento. Comenzaron a circular rumores sobre la posible traición de La Fayette, quien en realidad había acompañado a los manifestantes con la secreta intención de evitar cualquier posible ataque al monarca, así como las acusaciones a María Antonieta de estar detrás de las penurias del pueblo. La turba estaba convencida de que ella jamás permitiría a Luis XVI cumplir sus promesas de abastecimiento, por lo que al amanecer decidieron tomar el edificio.
Las cabezas de algunos de los integrantes de la guardia de corps pronto aparecieron clavadas en las picas que los amotinados portaban en su ataque. María Antonieta y sus doncellas corrieron a refugiarse en los aposentos del rey. El combate entre el regimiento de Flandes y la Guardia Nacional era una sangría. En el palacio reinaba el caos a pesar de que todos sabían ya que Luis XVI había accedido a acatar los Decretos de Agosto y la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. La batalla duró varias horas, hasta que por fin La Fayette apareció en uno de los balcones acompañado por el rey, quien declaró que volvería ese mismo día con ellos a París. La Fayette colocó entonces un lazo tricolor en el gorro de uno de los soldados que flanqueaba al monarca. La multitud gritó: "¡Viva el rey!".
Tres años después la familia real fue encarcelada en la torre del Temple, y, tras cinco meses de cautiverio, Luis XVI fue ejecutado en la Plaza de la Revolución, el 21 de enero de 1793. El 16 de octubre de ese mismo año, María Antonieta fue guillotinada y enterrada con la cabeza entre las piernas.
Por fortuna las cosas han cambiado y en la actualidad somos capaces de resolver conflictos políticos sin necesidad de que la sangre llegue al río. El Antiguo Régimen terminó hace más de dos siglos, y hoy la soberanía ya no está en manos de monarcas absolutistas, sino en las del FMI. Una institución que cuenta con su propia reina francesa. Con su propia María Antonieta. Una mujer a la que también persigue su "asunto del collar", que en este caso consiste en una imputación por presuntas irregularidades en la indemnización al empresario Bernard Tapie cuando Lagarde era ministra de Economía. Indemnización que, por cierto, asciende a 403 millones de euros. Ríete tú del collar. Y mientras tanto señala la longevidad de los ancianos como parte del problema. Y pide al pueblo que pague más IVA, que cobre menos al ser despedido y que pague por servicios por los que, hasta donde yo sé, ya estamos pagando entre todos.
Tiene suerte la señora Lagarde de que las multitudes, menos mal, ya no asedien palacios e instituciones hasta terminar con la cabeza de un guardia clavada en una pica y la de la reina en una tumba, entre las piernas de su dueña. Tiene suerte de que hoy las revoluciones consistan en acampadas pacíficas en plazas y en la creación de nuevas formaciones políticas, y no en el llamamento a la lucha armada. Los años nos han dotado de sensatez. Pero toda revolución cuenta con su propio motín de subsistencia cuando a la gente no le llega ni para comprar el pan. Y entonces suele montarse la marimorena. Si el futuro pasa por subir impuestos y abaratar despidos, algunos deberían plantearse hasta dónde es posible seguir tensando la cuerda sin que se rompa. No le falta mucho.
Tras leer estos días que el FMI pide a España aumentar el IVA, abaratar el despido y dotar a las Comunidades Autónomas de competencias para establecer sistemas de copago sobre determinados servicios públicos esenciales, he pensado que en cualquier momento podría aparecer Christine Lagarde en rueda de...
Autor >
Manuel de Lorenzo
Jurista de formación, músico de vocación y prosista de profesión, Manuel de Lorenzo es columnista en Jot Down, CTXT, El Progreso y El Diario de Pontevedra, escribe guiones cuando le dejan y toca la guitarra en la banda BestLife UnderYourSeat.
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