Grecia expirante entre las ruinas de Missolonghi, por Eugène Delacroix.
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¡Las islas de Grecia, las islas de Grecia!
¡Donde la ardiente Safo cantó y amó,
donde nacieron las artes de la paz y de la guerra,
donde se levantaba Delos, y surgió Febo!
Eterno estío aún las embellece,
aunque todo, salvo su sol, haya desaparecido.
Tercer canto de Las peregrinaciones de Childe Harold. George Gordon Byron (1788-1824)
Dicen que fue después de un naufragio. Byron decidió luchar en la guerra de Grecia contra el Imperio Otomano obsesionado por el lugar al que le empujaron las olas mediterráneas: se convirtió en un gran nadador para compensar su cojera. En 1824 reclutó con su fortuna un pequeño ejército para emular la gesta de las Termópilas y sus 300 espartanos, las hazañas de Alejandro, pero también para defender las ideas del filósofo de la cicuta, el mundo de las ideas en las que brillaban Antígona y Homero. Entonces, en la mente de Europa, Grecia reclamaba un sueño histórico de libertad y muchos fueron quienes se movilizaron en su favor, evocando, casi tres mil años después, a aquellos que nunca se habían ido: Aquiles el de los pies ligeros y el llanto del rey Príamo suplicando al vencedor que le deje honrar el cadáver ultrajado del hijo vencido. Apoyar la independencia griega suponía defender lo mejor de una civilización frente a la supremacía militar de un imperio; de nuevo Leónidas se enfrentaba a los ejércitos persas.
Byron no llegó a entrar en batalla: murió de fiebres en una pequeña ciudad sin importancia llamada Missolonghi, un lugar difícil de encontrar en los mapas. Incluso hoy parece imposible hallar una fotografía del actual Missolonghi: el buscador ofrece cientos de imágenes pero casi todas pertenecen a Delacroix, a Byron, a su obra, al poema ‘Childe Harold’ y muchas portadas de libros, más cuadros -La balsa de la Medusa- y banderas griegas. La falacia de la realidad absorbida por el fantasma tecnológico aparece vomitada, devuelta a su verdadera naturaleza: Google no miente, esto es la realidad en el siglo XXI, doscientos años después de que, junto a un lago suizo, en una casa que antes habitaran Rousseau y Voltaire, otro ángel subversivo, Percy B. Shelley, enseñara a Byron la forma de construir los mitos de la modernidad. El grupito de jóvenes libertarios ilustrados, huidos de su patria por practicar el incesto, el adulterio y la homosexualidad, crearon en una larga noche de tormenta volcánica dos monstruos inmortales, perennes habitantes de nuestras pesadillas.
Ni un millón de editoriales gacetilleros, ni un millón de corresponsales de TVE salidas de las entrañas sulfurosas de Intereconomía, ni todas las serviles plumas que puedan comprar los mercaderes logran corromper el imaginario compartido, la cultura colectiva legada por esta nación europea, más europea que ninguna otra. No pueden siquiera hacer un rasguño en ese mármol griego que desprecian -olímpicamente- relegándolo a la guía del turista aburrido de low cost magalufero.
El grito liberador de Byron remando contra el viento de la tiranía, proclamando que otro mundo es posible, aún resuena en nuestros oídos, al menos en algunos europeos -no, no somos tan pocos-. A pesar del intento de acallarlo con mordazas, su eco llega a los lugares bautizados enfática y torticeramente como "Instituciones" para ocultar su condición de basileus nunca elegidos, enemigos de las decisiones salidas de las urnas como una nueva peste o fiebre mortal -son peligrosas, dice una señora de orden- que arrojan a los infiernos a los denigrados gobiernos hijos de la democracia, ese invento caído en un abismo de bancarrota. El "abismo griego", lo llaman. Canta, ¡oh, diosa! la cólera de Aquiles el Pelida, cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades a muchas almas valerosas de héroes...
Algunos europeos no estamos hechos de cifras, ni de intereses inmediatos, ni de publicidad barata, ni tan siquiera de ideologías. Somos como el monstruo creado por la mente de aquella jovencita inglesa llamada Mary Shelley; fabricados con retazos de relatos y poemas, cosidos con trozos de palabras desenterradas, de partes robadas a la Historia, de música lejana, de imágenes de héroes y filósofos grabadas en piedra, óleo, celuloide. Esa criatura todavía viva -It´s alive!- es nuestro verdadero ser, nuestra alma: aquello que no se olvida ni se olvidará, lo que permanecerá cuando el polvo del tiempo haya cubierto los huesos de pobres y ricos, de humildes y soberbios, cuando todos hayamos pagado el óbolo al barquero y cruzado el río Leteo, cuando los dioses de la Rapiña y la Codicia hayan muerto y sus estatuas hayan sido destruidas y sus templos saqueados, entonces, sólo quedarán las palabras de un poeta ciego o un poeta cojo que canten la gloria de los héroes e inventen el mito.
Cuidado con el mito, señores de la Troika: es algo más poderoso que todos los poderes del mundo. Es inmune a las amenazas, es vengativo y es inmortal, como los dioses.
¡Las islas de Grecia, las islas de Grecia!
¡Donde la ardiente Safo cantó y amó,
donde nacieron las artes de la paz y de la guerra,
donde se levantaba Delos, y surgió Febo!
Autor >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
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