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No es posible separar su música de las heridas que sufrió. “Me siento más cómoda escribiendo blues porque entiendo ese sufrimiento”, confiesa, en las entrevistas, Melody Gardot, mujer enigmática que cada vez más gente aclama como la diva más importante del jazz actual.
Y eso, a pesar de que su último trabajo Currency man (2015) es, para muchos, un ejemplo prodigioso de Blues y R&B más que de otros estándares. “El jazz es libertad. Mientras vivimos estamos siempre en movimiento”. ¡Qué ironía que sean suyas estas palabras! De ella, la joven que quedó inmóvil en una cama, a los 19 años, víctima de un atropello, con rotura de pelvis y graves daños neurológicos. De ella, a quien, precisamente, una guitarra y la composición de canciones le fueron despertando el cerebro. De ella, a quien la movilidad de sus piernas despegaría con ímpetu su vocación musical. Una música que, en su deseo de convertirse en diseñadora de moda, no era hasta entonces nada más que simple entretenimiento.
En aquellas maquetas quedó impreso mucho dolor y un regusto añejo que no parecía corresponder a alguien por debajo de la treintena: “Mi cuerpo ha sido golpeado demasiado fuerte para mi edad. Me han expulsado del planeta un par de veces ya. Soy un alma vieja”. Lo cierto es que aprendió de nuevo “a vivir” y poco tiempo después a mirarse como una estrella de la música que conseguía vender millón y medio de copias con un solo trabajo, My one and only thrill (2009).
Melody Gardot vuelve ahora, por segunda vez, a los escenarios españoles. Y entre la penumbra, sin rastro del bastón que la ha acompañado todos estos años, se presentó en el Festival Madgarden.
Blusa con transparencias y un colgante que dirigía intermitentes brillos a la grada al calor de los focos. Short en blanco y negro. Muy corto. Largas piernas que “firmaban” dos preciosos zapatos de tacón de aguja. Y no sería en absoluto frívolo apuntar al calzado como un símbolo de su titánica lucha personal. Esos zapatos que, le aseguraron, no volvería a ponerse nunca más y sobre los que incluso íbamos a poder verla bailar esa misma noche.
Bien alejada de los fotógrafos por expreso deseo suyo, se va abriendo paso la cantante a los compases de “Don´t misunderstand” en el rumor de una voz, la suya, profunda y elegante: “ummm… I want you… ummm… I want you” y la cadencia de su caminar no desprende el mínimo atisbo de problemas. Sus lentos movimientos pélvicos son pura sensualidad. No ha lugar a malinterpretaciones.
Turbante -ya un clásico-, rastro físico del tiempo que pasó junto a tribus bereberes; enormes gafas oscuras mitigan su fotofobia. Todo en negro. Haciendo crecer el misterio, aun sin quererlo, o tal vez sí: queriéndolo.
Toma su guitarra y empiezan los latigazos eléctricos: “Same to you”. Y entre el humo se van dibujando las siluetas de sus siete magníficos. ¿Cómo si no definir a estos músicos? Banda, también estratosférica, con una sección de vientos en la que destaca el virtuosismo, al saxo tenor, de James Casey, que en un par de temas sería capaz de arrancar dulces alaridos, a un tiempo, a dos instrumentos.
Melody suena también a funky. A rock. A soul. A viejo jazz. En su escena, puro teatro, se abren haces de luz dorada junto a manchas malvas y verdes. Dan ganas de bailar. Y de repente todo arde en rojo con “Bad news”. Y apuesto que, a más de uno, con este fondo, no le importaría desnudarse. Se baten en duelo los saxos y a sexo suena la trompeta mientras ella nos dedica onduladas sílabas con sabor a lupanar. Podría ser New Orleans. Y hasta Chicago. Años 30.
Para entonces ya se habría dirigido a un público boquiabierto con un “¿Cómo estás?” que no halló respuesta dado el trance que su proximidad provoca en quien la contempla. No hay grabación alguna que sea capaz de transportarnos de la manera en que puede fluctuar el ánimo con uno de sus directos. Auténticos viajes emocionales que no permiten ni el parpadeo.
Melody Gardot se sienta después frente a un piano que deja ver su interior: cuerdas que acaricia o percute mientras pulsa las teclas y suena “March for Mingus”. “La música no es nada si no sale del corazón”, insiste. Cuando ella calla, arrancan roncos los graves del contrabajo. Un solo fascinante nacido de los dedos de Edwing Livingstone, sin duda gran explorador de atmósferas y sonidos.
Sólo unos minutos después de escuchar cómo su garganta blanca es capaz de emitir cantos inspirados por tribus africanas, la Melody más romántica se sienta a pie de escenario y pregunta a quienes la miran si están enamorados. Y lo pregunta la misma noche en que Madrid muere de amor por ella, bajo un cielo estrellado al que lanza incansable canciones eternas como “Our love is easy” o “Baby I´m a fool”que suenan a clásicos pese a tener apenas 6 años.
Esta mujer es capaz de hacer olvidar tristezas, males de amor, accidentes e infortunios. Es culpable de conciertos intensos y terapeúticos que hacen pensar en su admirado poeta sufí Rumi, por el que, asegura, quiere aprender la lengua persa y cuyos versos también la han ayudado a recuperarse:
Siempre que la belleza mira
el amor también está allí.
Siempre que la belleza muestre una mejilla sonrojada
el amor enciende su fuego con esa llama.
Cuando la belleza mora en los oscuros vallecitos de la noche
el amor viene y encuentra un corazón enredado en los cabellos.
La belleza y el amor son cuerpo y alma.
La belleza es la mina; el amor el diamante.
Juntos han estado desde el principio de los tiempos,
Lado a lado, paso a paso.
Deja tus preocupaciones
y ten un corazón completamente limpio
como la superficie de un espejo
que no contiene imágenes.”
Rumi The Divani Shamsi Tabriz XIII
Unos versos que remiten a la música y la poesía como el camino hacia lo divino. Intensidad capaz de hacer resucitar el alma. Y es así como explica Melody Gardot su vuelta al mundo de los vivos desde una cama en la que sólo intuía el movimiento de sombras blancas: “Si trabajas contra la muerte, te puedes quedar un poquito más. He visto cosas hermosas que los médicos no consiguen explicar”.
Y aunque desde entonces el daño neurológico ha hecho muy frágil su mirada, unas gafas no impiden intuir el brillo de sus ojos que nos hacen sentir románticos, enérgicos, brutalmente animales; y querer a una artista total capaz de frenarnos en seco para sacudirnos, sin piedad, segundos después.
La misma niña que soñaba París mientras paseaba por las calles de Filadelfia volvió a los bises para pedirnos hacerle coros mirando a lo alto. Y así llegó la preciosa y espiritual “Preacherman”, en el deseo de hacer viajar nuestras voces, junto a la suya, por el espacio. Desde ese cielo abierto de un Jardín Botánico.
No es posible separar su música de las heridas que sufrió. “Me siento más cómoda escribiendo blues porque entiendo ese sufrimiento”, confiesa, en las entrevistas, Melody Gardot, mujer enigmática que cada vez más gente aclama como la diva más importante del jazz actual.
Y eso, a pesar de que su último...
Autor >
Paloma Concejero
Periodista cultural y documentalista. Ha dirigido la película Tu voz entre otras mil, sobre Antonio Vega, y el programa documental de TVE 'Ochéntame otra vez'.
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