El Tour a distancia (y IV)
No hay alternativa a Froome
Sergio Palomonte 29/07/2015
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En el tercer día de carrera Chris Froome ya era líder del Tour de Francia. El pelotón no había salido de Bélgica y el corredor británico ya aventajaba a todos los demás. Es un buen indicador de lo que ha sido una edición 2015 de la mejor vuelta por etapas muy mediocre, donde la supremacía apenas ha sido contestada por el Movistar de Quintana y Valverde, y donde el panorama para futuras ediciones se presenta desalentador. El propio Froome se considera a sí mismo contrarrelojista, y ha ganado un Tour sin crono y con un único ataque en montaña. Después de ese día, a administrar las diferencias. Como buen contrarrelojista.
El último cambio en la general se produjo a tres días del final, cuando un corredor valiente y que corre para ganar como es Vincenzo Nibali atacó a 62 km de meta. Es una distancia inusual en el ciclismo actual, y mucho más inusual que un jefe de filas acabe culminando ese ataque con la victoria de etapa y un espectacular ascenso en la clasificación de la séptima a la cuarta posición. Parte de ese brinco también se debe a que Geraint Thomas (Sky) se desplomó en esa jornada, perdiendo 22´ y pasando del cuarto lugar al decimoquinto.
Al ataque de Nibali no saltó ningún Movistar, lo que hubiese proporcionado una situación táctica bastante complicada para Froome. El equipo heredero de lo que un día fue el Banesto ha sido criticado por su visión de carrera extremadamente conservadora a lo largo del Tour de Francia, y las críticas se quedan cortas: en todo momento parece que hayan corrido para defender sus numerosos puestos de honor y clasificaciones secundarias, y no para desbancar al líder de la carrera. En la etapa que ganó Nibali, con final en La Toussouire, Quintana saltó a 6 km del final, cuando su desventaja en la general era de más de 3´: su botín en meta fue de 30", menos de 5" por km, por lo que hubiese necesitado cinco etapas más para alcanzar el liderato.
Sin embargo, solo quedaba una. Movistar salió a la última etapa real del Tour con varios deberes, consecuencia de una bicefalía de facto mantenida durante toda la carrera. Por una parte, intentar que Quintana recuperase más de 2´30" de desventaja en una etapa de 110 km (una distancia que es una burla a la historia del ciclismo y su carácter de deporte de resistencia) y, por otra parte, mantener el tercer puesto de Valverde en el podio, amenazado por un Nibali in crescendo y a sólo 1´19" del murciano, que siempre ha ido a menos en la tercera semana del Tour.
Este último objetivo secundario-primario, porque nunca se ha sabido bien, se facilitó sobremanera con el inoportuno pinchazo de Nibali justo antes de empezar la subida a Alpe D´Huez, al lado mismo de donde --cuenta la leyenda-- Lance Armstrong ordenó a Chechu Rubiera romper el pelotón al grito de full gas, expresión que Contador ha adoptado como propia, aunque durante este Tour la haya usado tanto como sus pistolas imaginarias. No obstante, Valverde ya había mostrado síntomas de una fortaleza inusitada cuando, en la subida a Croix de Fer, había atacado cerca de la cima para formar pareja con Quintana.
El colombiano tuvo que esperar en algún momento a su compañero de equipo y en todo caso el Sky, de la mano de Poels y Porte, se las arregló para neutralizar el que hubiese sido el primer uso de Valverde como gregario en todo el Tour. Quedaba una única montaña por subir y, por mucho Alpe d´Huez que fuese, en ningún momento se pudo pensar que Quintana lograse revertir la situación vigente durante toda la carrera: siempre ha ido por detrás de Froome. Menos aún cuando entre Poels y Porte hicieron cuatro quintas partes de la subida para su líder, en una labor de sacrificio que tantas veces se ha visto en el puerto final más mítico de la carrera francesa.
Por delante circulaba Anacona, compatriota y compañero de Quintana, al que su padre, gran aficionado al ciclismo, quería llamar Winnen (por Peter Winnen, ganador en la misma cima) Andrew (por Andy Hampsten, otro escalador de los ochenta y ganador en Alpe d´Huez en 1992, cuando Anacona ya había nacido) y que, por los duendes del registro civil colombiano, acabó llamándose Winner --que suena a que ya tienes algo andado en el ciclismo-- Andrew Anacona, autor de 10´ de subida a tope para su líder en la montaña que enamoró a su padre hace 30 años.
Fue una pieza sustancial en el postrero asalto al maillot amarillo y a la etapa de Quintana, que quiso resolver todo en un mismo día y en un mismo ataque. Primero Valverde, y después Quintana, consiguieron zafarse del Sky, pero con una ventaja tan abultada como la de Froome cualquier ataque con ese objetivo necesita de la complicidad necesaria de un desfallecimiento del líder. No sucedió, porque no suele suceder nunca en el ciclismo, donde los vuelcos en la general en el último día vienen por medio de una contrarreloj. Cuando vienen.
Valverde acabó cediendo y subió el resto del puerto al ritmo de Froome, que siempre dio la sensación de ir controlando toda la situación. Quintana no llegó ni a por la etapa, que fue para el bravo escalador francés Pinot, muy desafortunado durante toda la carrera, y que empezó Alpe d´Huez con 3´ de ventaja sobre el pelotón, y acabó con apenas 18" sobre el colombiano, derrotado en todas sus empresas, salvo la de salvaguardar la otra posición en el podio de su compañero Valverde.
Dicen las estadísticas que es la primera vez en la centenaria historia del Tour de Francia que los cinco primeros de la clasificación han ganado al menos una gran vuelta por etapas. Cuatro de esos cinco eran los predestinados en la salida de la carrera, tres semanas antes en Holanda. Esto dice mucho de la previsibilidad de una carrera incapaz de proponer caras nuevas --Greipel, de 33 años, ha ganado cuatro etapas--, casi más que el primero y el segundo sean los mismos que en la edición 2013. Así vista, esa estadística indicaría un choque de titanes que nunca se ha producido.
Froome ha dominado la carrera a su antojo. Quintana, que hubiese ganado la carrera con 4´ de diferencia de no estar el británico, también se ha movido a otro nivel. El resto de corredores se han dedicado a sobrevivir, empezando por un Valverde lloroso en la cima de Alpe d´Huez por cumplir el sueño personal de subir al podio del Tour, y siguiendo por Nibali --perdió tiempo en todas las etapas de los Pirineos-- y Contador, apenas una sombra del corredor que ha sido. A partir del madrileño, las diferencias respecto a Froome se elevan a más de 10´, la mejor prueba de que ha sido un Tour escasamente disputado y, por tanto, un Tour bastante mediocre.
Se ve en las victorias de etapa, donde no se disputaba la fuga, y donde en las etapas de montaña el Sky dejaba que se formase un grupo numerosísimo de más de 20 corredores, para así despreocuparse de bonificaciones y del control de la carrera, siempre con el consentimiento del Movistar, un equipo que lo ha fiado todo a un ataque milagroso que, a la manera de la teoría de la bala mágica del asesinato de Kennedy, lograse alcanzar varios objetivos con un único disparo. Cambiando la trayectoria en el aire, si fuese preciso.
Movistar obtiene el maillot blanco de mejor joven con Quintana, la clasificación por equipos por primera vez desde 1999, y el segundo y el tercer puesto en el podio, exactamente igual que Astana en el reciente Giro de Italia. Y entonces como ahora, la sensación es la de que no han querido ganar la carrera, por intentar abarcar todo, por usar tácticas en carrera incomprensibles, por la desasosegante sensación de que Movistar y Sky parece que hayan competido con una marcha, o dos, por encima del resto de rivales y equipos. Ya se ha indicado, pero es apropiado insistir: Quintana hubiese ganado la carrera con 4´ de diferencia de no estar el británico. Y lo hubiese hecho ante un compañero de equipo.
La diferencia final de 1´12" entre Froome y Quintana no es una diferencia real ni que permita albergar muchas esperanzas para el futuro: con una crono de la que ha carecido esta edición del Tour, Froome hubiese acabado con más de 3´ de ventaja. O quizás se hubiese tenido que mostrar más en montaña. El colombiano volverá a intentar el asalto a la carrera porque es para lo único que viven en su equipo, y también porque le han puesto a las espaldas todo un país y, dicen, un continente. Más peso para subir, y Froome cada día es más ligero.
Es una decisión equivocada. Nibali, apenas acabado el Tour, ha anunciado que el próximo año hará el Giro y los JJ.OO de Río, cuya prueba ciclista es muy exigente. Subió al podio en 2011 en el primer año del dominio Sky, y apenas les pudo atacar. Tiene cinco etapas en la carrera y una victoria. Sabe que no va a poder contra un equipo que ha ganado tres de las últimas cuatro ediciones del Tour, y que este año ha puesto en solfa a Geraint Thomas, y que da la sensación de que en cualquier momento va a sacar otro conejo de la chistera, o del motorhome, para lo que haga falta.
Un Tour que tiene de principales protagonistas, y en las mismas posiciones, a los mismos que en la edición de hace dos años es un Tour mediocre. No hay alternativa a la vista en una carrera que se sentencia en el primer final en alto, en la primera montaña que se sube, y donde el segundo de la etapa fue un gregario del campeón. Sin embargo, y como en los peores tiempos de la tiranía de Armstrong, todo el mundo asume vasallamente la situación, esperando que le caiga algo de los dos-tres equipos que, hoy por hoy, están muy por encima de todos los demás.
En el tercer día de carrera Chris Froome ya era líder del Tour de Francia. El pelotón no había salido de Bélgica y el corredor británico ya aventajaba a todos los demás. Es un buen indicador de lo que ha sido una edición 2015 de la mejor vuelta por etapas muy mediocre, donde la supremacía apenas ha sido...
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Sergio Palomonte
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