Conciliación y política: cuchillo de palo
Víctor Gómez Frías 18/08/2015
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La maternidad de Susana Díaz vuelve a traer a los medios y a las sobremesas la importante pero manida controversia acerca de si debe tomarse una baja “normal”. Quizá se ha dicho ya todo al respecto, y puede que lo más significativo sea la escasa frecuencia con que se dan estas situaciones en las más altas esferas institucionales (Soraya Sáenz de Santamaría hace cuatro años, Carmen Chacón hace siete), lo que demuestra la escasa paridad que aún caracteriza la representación política en España.
Sin embargo, al interés mediático de estas circunstancias no suele seguir un análisis más general de la conciliación y la política. La conciliación entre responsabilidades profesionales y personales es uno de los tótems consensuales entre todos los partidos, siendo también un rasgo extendido que sus ambiciosos objetivos no se han visto acompañados de propuestas concretas ni de determinación política para llevarlas a cabo al gobernar. Para enmascarar la falta de resultados o de ideas sobre conciliación, se recurre con frecuencia a mezclarlos con los de otras aspectos de la lucha por la igualdad entre mujeres y hombres donde la acción pública sí ha sido más decidida –especialmente durante el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero–, como es el caso de la paridad (por ejemplo, las cuotas en la política y las empresas).
Los avances modestos pero ciertos que hemos logrado se deben casi exclusivamente a la propia iniciativa de muchas empresas que han sabido comprender que productividad y clima social no son factores opuestos. Los responsables políticos han contribuido a “poner de moda” la conciliación, pero su desinterés por legislarla frena los cambios estructurales que permitirían alcanzar niveles de conciliación (y de paso de productividad, penalizada por las largas jornadas) como los que disfrutan otros países. Propuestas como la racionalización de horarios (con medidas como cambiar de huso o utilizar a las administraciones de cabeza de lanza) están condenadas desde hace varias legislaturas a consumirse en una ponencia de expertos, unos cuantos titulares y un informe similar a los anteriores y que acaba igualmente en un cajón.
¿Por qué este persistente fracaso respecto a la conciliación? No se explica por algunas de las dificultades más habituales para llevar a cabo políticas públicas. Ni hay escasa demanda (concierne a millones de personas) ni los propios políticos tienen “desincentivos” (no les mermaría poder ni recursos). Tan solo en parte se puede argumentar la complejidad o riesgo de las medidas (de amplio alcance pero con bastante acuerdo entre expertos y numerosos modelos en otros países) o la oposición de ciertos grupos de interés (según se ha visto, la conciliación no es en absoluto pura pérdida para el empresario, sino con frecuencia lo contrario).
Quizá la razón es que la homología que tanto se busca entre representantes y representados (políticos que “se parezcan” a sus votantes) está muy lejos de cumplirse en las aspiraciones personales que respecto a la conciliación tienen los políticos. Los mismos que proclaman a los cuatro vientos que la conciliación es un gran reto social (aunque no sepan muy bien qué hacer para enfrentarlo) adoptan muchas veces un modo de vida poco conciliador –respetable en cuanto elección personal– pero además, cuando alcanzan responsabilidades orgánicas en su partido, no hacen nada para corregir una “vida de partido” donde la presencia y disponibilidad a todas horas constituye el primero de los méritos, lo cual además resta valor a la creatividad, la experiencia, la eficacia y otros valores que una organización debe promover.
A nadie extraña que, a la cabeza de los principales partidos, unos cuantos de sus dirigentes tengan no solo un intenso ritmo de trabajo sino una dedicación efectiva que desborde con frecuencia a las tardes-noches y los fines de semana, de igual manera que les ocurre a bastantes directivos de empresas con miles de trabajadores a su cargo. ¿Pero imaginan una empresa donde se esperara –hasta del empleado con menores responsabilidades– que acuda a la sede en buena parte de sus tiempos de descanso y que, incluso cuando esté en casa, siga promocionándola desde las redes sociales? Pues así ocurre en los partidos (tradicionales como emergentes), de tal manera que el primer obstáculo al que se enfrentan quienes desean asumir alguna responsabilidad –incluso en niveles locales o alejados de la primera fila institucional– es el de estar dispuestos a sacrificar la conciliación, mucho más que en niveles equivalentes en la empresa o las administraciones.
El resultado es que, entre los cuadros e incluso militantes de los partidos, aun sin estadísticas que permitan cuantificarlo, salta a la vista una distribución sociológica de “situaciones familiares” poco homogénea con la del conjunto de la sociedad española. Por supuesto, este factor no impide que se aborden políticas que no corresponden a su sensibilidad personal, pero desde luego no lo facilita. En otras palabras, la falta de conciliación en la política lleva a que la política se olvide de la conciliación.
“En casa del herrero, cuchillo de palo”: si algún responsable lograra en su partido que la absoluta disponibilidad no fuera el valor supremo y casi único, ganaría mucha credibilidad para ser nuestro primer gobernante decidido a que desde los poderes públicos se diese un impulso decisivo a la conciliación.
Víctor Gómez Frías (@vgomezfrias), profesor en ParisTech, es miembro de "Socialismo y libertad".
La maternidad de Susana Díaz vuelve a traer a los medios y a las sobremesas la importante pero manida controversia acerca de si debe tomarse una baja “normal”. Quizá se ha dicho ya todo al respecto, y puede que lo más significativo sea la escasa frecuencia con que se dan estas situaciones en las más...
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