Bomba B-61.
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Mi sensación es que las mentiras obligan más. Entre el esfuerzo de prepararlas si tienes algún interés en que parezcan verdades, el decirlas o escribirlas con suficiente determinación como para que parezca que al menos tú las crees, y luego --y aquí viene lo fundamental-- mantener el tipo recordando en todo momento lo que dijiste, a quién se lo contaste, qué evolución han podido tener las circunstancias desde entonces, detalles pequeños pero fundamentales, mantener un comportamiento acorde con lo que hiciste creer, y otros mil desvelos que obligan a una tensión permanente insoportable si no eres un coloso mintiendo y manteniendo el tipo.
A la verdad se puede fallar, todo el mundo lo hace y no sucede nada extraordinario que merezca ni unas líneas, ni unas palabritas de disculpa. Pero una mentira tiene que soportar toda clase de embestidas, de ataques de quien cree que ha descubierto qué sé yo qué, vigilancias y supervisiones que pueden acabar con el más templado y creativo mentiroso.
Si yo fuera de esos que dan consejos y hacen advertencias a los demás, dejaría bien claro desde el principio que la verdad es siempre más conveniente si no se tiene coraje, ardides, imaginación descomunal, y valor y medios para acabar sin indecisiones con la vida de todos los putos testigos que haya podido tener la tuya, la vida tuya.
Lenny Hustler es un compañero de trabajo en la Loyola University. Hustler en inglés significa timador, estafador, chapero o puto (que no sé cómo lo dices tú), y es también el nombre de una revista porno de mucha difusión mientras las revistas porno tuvieron aceptación. Con lo que son aquí, me choca un montón que admitieran en Loyola (los jesuitas) a un individuo como Hustler.
Este elemento trabajó antes en un centro de desarrollo que los militares tienen en Los Álamos --en Nuevo México--. En la universidad da clases de física y no llama la atención especialmente; si acaso porque es aún menos sociable que el resto de profesores. Conmigo habla algo más, poco, y lo hace en un buen español con acento correcto y bastante neutro. Suena como esas personas que han aprendido y bien un idioma pero que nunca han vivido en un país donde ése sea el lenguaje corriente, el del lugar. No comete incorrecciones gramaticales pero hace el hombre combinaciones endiabladas y sorprende con las frases hechas que es capaz de utilizar: yo le he oído decir cosas como que “ronca como una tapia”.
Las pocas circunstancias reservadas que sé de Lenny Hustler las conozco porque Lucille, que tiene una buena posición en la secretaría de la universidad, es una deslenguada (en esta ocasión quiero decir que habla mucho, porque de otras utilizaciones de la lengua que ella pueda hacer he oído mucho pero no tengo por qué llegar a ese punto de indiscreta grosería).
Desde que conozco a Lucille, y ahora ya hace un tiempo, sigue viviendo con su marido de manera “permanentemente temporal”, como ella dice. Tiene tomada desde años la decisión de divorciarse pero se diría que no encuentra cuándo. Desde la primavera pasada se ve con Hustler en la casa de él, en Kenwood por debajo de la 47. Los dos son originales disfrutando.
Hustler tiene una B-61, que debió traer de Los Álamos cuando terminó mal con los militares, y que él considera como algo suyo. La 61 es una bomba termonuclear que nadie quiere tener en casa y menos desde que la guerra fría es de otra manera. Sé por Lucille que el artefacto está en el fondo del garaje, en pie, como si se tratara de un cohete espacial dispuesto para ser lanzado.
Parece que son muchas las personas que, si se atreven, disfrutan con experiencias nuevas que, además, si a otros les parecieran raras tanto mejor. Lucille se mueve en esos niveles, y cualquier día el otro chinado le va a pedir que le lea un cuento o cualquier otra perversión. Pero mientras llega esa situación, que llegará, me dijo ella que poniendo cara de bueno, cara de merecer un capricho, la pidió que se desnudara completamente, y que abrazada a la bomba se frotara contra ella como si hiciera el amor con el trasto nuclear.
¿Y yo que quieres que diga? En su casa cada uno… en fin…
Por lo que sé, llevada de la excitación del momento y de que a ella le pareció que en una situación así era oportuno, en “pleno éxtasis” (anoto que la expresión no es mía), la mujer exclamó, mientras mantenía los ojos cerrados y clavaba las uñas en la carcasa de la bomba: “Te quiero, Lenny”.
- También yo a ti, Lucille-, siguió el otro. - Sólo por amor, para demostrarte que te quiero, lanzaría una de estas B-61 sobre Amarillo o Austin, fíjate.
Cuando Lucille me habló de todo esto, quise sacarla de ese encierro en que se estaba dejando entrar.
- Lucy, no puede ser una B-61 auténtica, el Pentágono la hubiera echado en falta. ¿No te das cuenta de que se tiene que tratar de una réplica?
¿Quién me mandaría decir nada? Al resultar falsa la bomba, se enfadó y sufrió una decepción que sólo aliviaba el pensar que acababa de evitar la muerte a decenas de miles de personas.
- ¡Qué hijoputa! -, dijo Lucille después de recapacitar por unos instantes.
Y cuando todavía no había pasado otro minuto me miró, y ya se la veía algo recompuesta.
- Los mentirosos son los más honrados, los más auténticos- añadió Lucy, como si lo llevara pensado mucho tiempo.
Mi sensación es que las mentiras obligan más. Entre el esfuerzo de prepararlas si tienes algún interés en que parezcan verdades, el decirlas o escribirlas con suficiente determinación como para que parezca que al menos tú las crees, y luego --y aquí viene lo fundamental-- mantener el tipo recordando...
Autor >
Ángel Mosterín
Nací en Bilbao. Me he dedicado a lo que he podido. Fecha y lugar de fallecimiento: desconocidos (se comunicarán en su momento).
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