Tribuna
En defensa de los malvados. Sobre la corrupción
El fin de la vieja política sólo vendrá merced a una apuesta por el error, la verdad y la honestidad más allá del rédito electoral. Las mareas y los movimientos locales son quizá la respuesta
Javier Carreño 21/10/2015
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Se escucha mucho estos días, ya electorales, hablar de los corruptos. Parece que existe una fiebre de improperios en torno a los políticos que se han beneficiado de su posición. Son unos canallas, unos ladrones, unos desalmados, unos chorizos y en definitiva unos hijos de mala madre. Desde la tribuna, nunca objetiva tampoco de la psiquiatría, parece como si se hubiese levantado una epidemia de psicópatas. Como si de repente estuviésemos gobernados por lo que ahora se llama el trastorno antisocial de la personalidad. Personas malvadas que sólo buscan su beneficio propio y no tienen ningún tipo de escrúpulo a la hora de hacer realidad sus goces autoeróticos.
Sin embargo, escuchando y leyendo el relato de los imputados, personalmente, me produce otra sensación. Como si se hubiese destapado una plaga de debilidad mental. Todos estos sujetos repiten a menudo el mantra de “a mí me dijeron que se hacía así” o “fueron órdenes de arriba” o “es el funcionamiento normal de un banco”. Incluso peor, “no es ético pero es legal”. En realidad, muchos están todavía estupefactos y verdaderamente creen en su inocencia. Una inocencia no del orden de la ley sino de lo consuetudinario. Son personas, en muchas ocasiones, que creían que el rey no estaba desnudo; que si se hace así, se hace así; que lo hace todo el mundo, que no es un delito. Y es verdad, lo hace todo el mundo, especialmente en España. Se trata pues de una forma de gozar, de una forma de hacer en lo social. Todos conocemos amigos, primos, cuñados que eliden la ley de una u otra manera: facturas sin IVA, declarar a nombre de otro, vender puntos del carnet de conducir, trucar la moto, convertir un galpón en una mansión o mariscar sin licencia. Y, en general, los aplaudimos (salvo que tengas un asesor como el mío que es la señorita Rottenmeier). Solemos decir al infractor que es un figura, qué bien te lo montas y a ver cuándo me llevas en tu barco.
Digamos que el ideal, la forma de gozar, de nuestra sociedad es “engaño a la ley y lo disfruto” o más psicoanalíticamente “yo soy el único que está más allá de la castración”. Es una suerte de oda al listillo. Hasta que llega la crisis y el rey está desnudo. El rey no manda, mandan los mercados y hay que buscar culpables para poder sostener nuestra frágil identidad. Aparecen los significantes flotantes de los que hablaba Laclau, “la casta” “los recortes” y “la dación en pago”. El rey se resiste y contesta “reestructuración”, “populistas” y “prima de riesgo”. Pero el rey ya anda cojo (y campechano) y nos planteamos si la tan manida transición del 78 quizás no fuera el mismo perro con distinto collar. La hegemonía cambió o simplemente huyó hacia delante. Y todo indica que no pasó nada, que seguimos anclados en la debilidad mental que supone cualquier dictadura (incluso las democráticas). Un amo y una forma de gozar. Papá y hacerle trampas. El propio 15-M fue, como Mayo del 68, un “queremos otro amo”. No cambiar nuestro discurso sino cambiar al amo por otro más guapo, más majete y que solucione los problemas.
Se podría decir entonces que el cambio que precisamos es de un orden más profundo. Para cambiar el discurso, la forma de hacer lazo social, se necesita tiempo, educación y cultura. Podemos sabe que eso está por llegar. Optan por la salida reformista, la de hacerse dueños del sistema para cambiarlo. Se han puesto a la altura de los tiempos: marketing, logos, Twitter, televisión y difusión audiovisual. Y sueñan con crear un sujeto ciudadano libertario. Para lograr ese objetivo hay que contar la verdad sin ambages y devolver a los ciudadanos la responsabilidad de lo que pasa en su barrio, su ciudad y su país. Imprescindible primero, para que pueda elegir y no simplemente sobrevivir: salud y educación. Pero hay un miedo que nos asalta desde el espejo. ¿No será lo público algo para usar, malgastar y corromper?
La derecha no lo dice nunca pero concibe al ciudadano español como un estafador y un malversador de lo público. Es el retorno de lo reprimido, que diría Freud. Ve a Rato, Bárcenas y compañía en el resto de los españoles. Los mendigos, los parados, los que se acogen a los servicios sociales son, para la derecha, el negativo popular de los invitados a la boda de Aznar. Y no andan del todo desencaminados. El estupro, el nepotismo y la corrupción forman parte de todos nosotros. La única diferencia es que los pobres no tienen otra opción y menos si el amo lleva desde el 39 (quizás desde el medievo) planteando la misma forma de distribuir el poder. Curiosamente los grandes psicópatas, grandes conocedores de la ley, normalmente no son atrapados (Rato sí, de momento). Operan siempre desde el lugar de Vice X, de asesor, de contacto, de instigador y de fondo de inversión. Dejan siempre la primera plana para el débil mental, para el que articula su voluntad en función de lo que digan los otros. Se podría decir que la psicopatía es sistémica en este mundo capitalista. Triunfa el asocial, el nihilista, el que no tiene ataduras, el que utiliza lo social, el que es capaz de vivir sin el lazo con el otro.
¿Es Podemos la solución? Todos los partidos preconizan el fin de la corrupción. En Podemos lo incluyen en su estructura, no cobran de más, no negocian con bancos, viajan en turista, exhiben sus cuentas etc... Pero eso no es suficiente conociendo nuestra historia. El fin de la vieja política, de la corrupción institucional, sólo vendrá merced a una apuesta por el error, por el desencuentro, por la verdad (aunque sea dolorosa) y por un ejercicio de honestidad más allá del rédito electoral. La frustración de Monedero tiene que ver con eso. Como indica Lakoff, se trata de cambiar el marco. Si pasas el día demostrando tu beatitud e incorruptibilidad ya estás dentro del sistema, ya estás hablando de la cosa, de lo insoportable de nuestra cultura, de esta división que tenemos todos. Si aceptas el rol, los cargos, las comisiones, los órganos de partido, los pactos, la gobernabilidad estás poniéndote el traje del emperador. Si apelas a una pequeña ventana en la historia, apelas a la oportunidad, al mercadeo y al truco o trato.
Son quizás las mareas o los diferentes movimientos locales la respuesta a la respuesta. Cambiar el discurso no es a corto plazo, se trata de permanecer como alteridad, presentarse dividido pero honesto, y en eso las mareas no tienen vergüenza. Las mareas son plurales, de convergencia, de discusión, democráticas hasta el paroxismo. Están llamadas a representar la división subjetiva entre el sueño del ideal y la corrupción que habita en todos. Citando de nuevo a Lakoff, el desgaste de Podemos tiene que ver con que ha empezado a pensar en un elefante, es decir, ha jugado a empatar, a entrar al trapo, a ser un partido, a agasajar a su electorado. Es momento para que la nueva política apueste por el fracaso, por perder, por ser fieles a su no saber. Sólo así, desnudos, podrá sustituir al rey desnudo.
Javier Carreño Villada es psiquiatra.
Se escucha mucho estos días, ya electorales, hablar de los corruptos. Parece que existe una fiebre de improperios en torno a los políticos que se han beneficiado de su posición. Son unos canallas, unos ladrones, unos desalmados, unos chorizos y en definitiva unos hijos de mala madre. Desde la tribuna, nunca...
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