Fondo de armario
Torquemada en el siglo XXI
La primera novela de la tetralogía protagonizada por el usurero Francisco Torquemada es un relato con humor, delicadeza y ternura que muestra a Galdós como un autor ágil, actual y profundo
Raúl Gay 28/10/2015
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Torquemada en la hoguera
Benito Pérez Galdós
Prólogo de Germán Gullón
Periférica, 2006
141 páginas
Es ya casi un tópico decir que en España se lee poco por culpa de la escuela. Por esos años en los que, generación tras generación, un profesor o profesora obligaba a los alumnos a leer La Celestina, el Quijote, o La vida es sueño. Mientras los preadolescentes anglosajones disfrutaban con las aventuras de Long John Silver o seguían a un perro por Alaska, nosotros peleábamos con libros que sólo suscitaban rechazo. Es un tópico, pero es real.
Y es una lástima que una mala enseñanza de la literatura española (con excepciones, que las habrá) aleje a los lectores durante años de nuestros clásicos (me considero un buen lector, y a mí me alejó). Es una lástima que Benito Pérez Galdós aparezca en el imaginario colectivo como un señor venerable, adscrito al realismo duro y cuya obra magna son 46 novelas históricas que ficcionalizan la historia de España durante el siglo XIX. ¿Quién va a acercarse a un escritor presentado así? Sin embargo, existe otro Galdós, un Galdós que publicó novelas ágiles y a la vez profundas, literatura de calidad en la que no falta el humor, novelas que describen un Madrid que ya no existe poblado por arquetipos que todavía podemos encontrar en la calle o en el informativo de la noche.
Existe otro Galdós, uno que publicó novelas ágiles y a las vez profundas en las que no falta el humor.
Es el caso de Torquemada en la hoguera, la primera novela de una tetralogía protagonizada por un usurero cuya única razón de vivir es ganar dinero. Galdós la publicó en 1889 y al comprobar su éxito escribió el resto en los años siguientes. (Hay que recordar que muchas novelas hoy consideradas clásicos lo son en parte porque gustaron a los lectores del momento). El protagonista es don Francisco Torquemada, un señor con mujer, dos hijos y criada que se dedica a comprar edificios para alquilarlos a precios prohibitivos a personas sin recursos y a prestar dinero a intereses abusivos. Una combinación entre los fondos buitre que se quedaron con 3.000 viviendas para jóvenes en Madrid y las empresas de usura que ofrecen créditos en 24 horas. Se ve que Francisco Torquemada era un visionario.
Al inicio, se nos cuenta el ascenso del protagonista:
Desde el 51 al 68, su verdadera época de aprendizaje, andaba muy mal trajeado y con afectación de pobreza, la cara y las manos sin lavar, rascándose a cada instante en brazos y piernas, cual si llevase miseria; el sombrero con grasa, la capa deshilachada.
En los últimos años de doña Silvia, la transformación acentuose más. Por aquella época cató la familia los colchones de muelles; Torquemada empezó a usar chistera de cincuenta reales; (...) Rufina tenía un lavabo de los de mírame y no me toques, con jofaina y jarro de cristal azul, que no se usaba nunca por no estropearlo; (...) en fin, que pasito a paso y a codazo limpio, se habían ido metiendo en la clase media, en nuestra bonachona clase media, toda necesidades y pretensiones.
Se ve que Torquemada era un visionario. Una combinación entre los fondos buitre y las empresas de usura.
Pero incluso a las malas personas les suceden desgracias. Al inicio de la novela, fallece su esposa (revienta doña Silvia, escribe Galdós) y más tarde su hijo enferma de meningitis. Éste será el detonante de la historia, pues el chaval no es un cualquiera: los maestros y los curas le han dicho que es muy inteligente; superdotado, diríamos hoy. Torquemada ya se imagina el dinero que su hijo puede hacerle ganar en el futuro con sus inventos y no se resigna a perderlo por una simple enfermedad. Creyendo que es un castigo de Dios (Allá arriba alguien se había propuesto fastidiar a Torquemada), decide cambiar de actitud y comienza a hacer buenas obras. A su modo, claro. Recorre las casas como de costumbre, esta vez no para pedir pagos atrasados, sino para permitir a los deudores un desahogo. Pero, aunque la mona se vista de seda, mona se queda; y por mucha intención que tenga Torquemada de hacer el bien, su lenguaje le delata:
—¡Ay, D. Francisco! —le dijo otra en el número 11—Tenga los jeringados cincuenta reales. Para poderlos juntar no hemos comido más que dos cuartos de gallineja y otros dos de hígado con pan seco… Pero por no verle el carácter de esa cara y no oírle...
—Pues mira, eso es un insulto, una injusticia, porque si las he sofocado otras veces, no ha sido por el materialismo del dinero, sino porque me gusta ver cumplir a la gente… para que no se diga… Debe haber dignidad en todos… ¡A fe que tienes buena idea de mí!… ¿Iba yo a consentir que tus hijos, estos borregos de Dios, tuviesen hambre?… Deja, déjate el dinero…
Toda la novela está escrita en ese tono; me he sorprendido a mí mismo riéndome varias veces durante la lectura, en las formas que utiliza para hablar de la muerte de la mujer o la enfermedad del niño. Dice el médico: ¡Tanto estudiar, tanto saber, un desarrollo cerebral disparatado! Lo que hay que hacer con Valentín es ponerle un cencerro al pescuezo, soltarle en el campo en medio de un ganado y no traerle a Madrid hasta que esté bien bruto.
También hay espacio para la delicadeza. Galdós es capaz de sentir ternura por sus personajes: la fiebre de Valentín era un espectáculo tristísimo que oprimía el corazón. Y como buen realista, describe de forma magistral el físico y la personalidad de los protagonistas:
Llamábanla la tía Roma, no sé por qué (me inclino a creer que este nombre es corrupción de Jerónima); y era tan vieja, tan vieja y tan fea, que su cara parecía un puñado de telarañas revueltas con la ceniza; su nariz de corcho ya no tenía forma; su boca redonda y sin dientes menguaba o crecía, según la distensión de las arrugas que la formaban. Más arriba, entre aquel revoltijo de piel polvorosa, lucían los ojos de pescado, dentro de un cerco de pimentón húmedo.
Torquemada en la hoguera ofrece unos personajes entrañables, una historia que no caduca, un estilo directo y una literatura de altísimo nivel. Volviendo al inicio de la reseña, ojalá su autor no me hubiera suscitado tanto rechazo en mis años de estudiante. Aun así, nunca es tarde para disfrutar de las buenas novelas.
Torquemada en la hoguera
Benito Pérez Galdós
Prólogo de Germán Gullón
Periférica, 2006
141 páginas
Es ya casi...
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Raúl Gay
Periodista. Ha trabajado en Aragón TV, ha escrito reseñas en Artes y Letras y ha sido coeditor del blog De retrones y hombres en eldiario.es. Sus amigos le decían que para ser feliz sólo necesitaba un libro, una tostada de Nutella y una cocacola. No se equivocaban.
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