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Ismaíl Kadaré
Traducción: Ramón Sánchez Lizarralde
Alianza Editorial, 2007
232 páginas
A veces, para escribir de política es necesario fingir que se escribe de otra cosa. Sobre todo si lo que vas a publicar no gusta a quien gobierna. Es lo que le sucedió durante años a Ismaíl Kadaré, que recurrió a la fantasía para criticar (o ridiculizar) el régimen comunista de Albania. El Palacio de los Sueños podría alinearse con otras obras de corte fantasioso-político que, bajo una superficie de realismo mágico, de distorsión de la realidad, presentan un alegato contra un sistema opresor. El estilo puede recordar a Italo Calvino o García Márquez; y en el contenido vienen a la memoria Dino Buzzati o Danilo Kis.
La novela comienza con un hombre que quiere trabajar en el Palacio de los Sueños, también llamado Tabir Saray. No es un hombre corriente ni tampoco un trabajo corriente. El hombre se llama Mark-Alem y desciende de la familia Qyprilli, una saga de visires, militares, ministros y otras personalidades del Estado. El trabajo es uno de los más importantes: detectar, a través de los sueños de los millones habitantes, el destino del imperio.
Dice un director general de este Palacio:
Es tarea nuestra vigilar dónde cae ese sueño, buscarlo entre los millones y miles de millones de otros sueños, tal como se busca una perla extraviada en un desierto de arena. Porque descifrar ese sueño, caído como una chispa perdida en el cerebro de una entre los millones de personas dormidas, puede prevenir la desgracia del Estado y su Soberano, evitar la guerra o la peste, hacer que germinen ideas nuevas. Por eso este Palacio de los Sueños no es una quimera sino uno de los pilares del Estado. Aquí, mejor que mediante ninguna clase de estudio, atestado, informe de inspectores o relación policial, se aprecia la verdadera situación del Imperio.
La escena de la entrevista de trabajo es terrorífica. La novela alcanza en estas páginas su máximo nivel: Kadaré transmite al lector el miedo que siente el protagonista ante un funcionario que ejemplifica la burocracia, muestra la distancia entre las personas y las instituciones, los grandes edificios que encierran cualquier atisbo de esperanza. Una combinación entre los ministerios de 1984, El proceso de Kafka y, por qué no, el crítico Anton Ego de Ratatouille.
Mark-Alem es aceptado y comienza a trabajar en el departamento de Selección. Su labor consiste en leer miles de sueños y separar el grano de la paja: los que son causados por el cuerpo (empacho o borrachera) de los inventados y de los reales. Todos los funcionarios leen sin parar y separan en carpetas los sueños buenos de los inútiles; luego otros revisan que estén bien seleccionados. Para el protagonista es "un trabajo infernal".
Estos sueños son proporcionados cada mañana por todos y cada uno de los habitantes del Imperio. Anotan sus sueños (o los cuentan a otros, si no saben leer) y los entregan a carteros que recorren a caballo el inmenso territorio. Todos anhelan que uno de sus sueños sea importante, un Sueño Maestro, que modifique la política del Sultán. El afortunado, piensan todos, será recompensado, le darán un premio y, tal vez, pueda casarse con la hija de un dirigente.
Pero esta capacidad de influir en los asuntos de Estado tiene un reverso terrible:
Es cierto que las multitudes no gobiernan, pero poseen un mecanismo por medio del cual influyen en todos los asuntos, en las vicisitudes y hasta en los crímenes del Estado, y ese mecanismo es el Tabir Saray.
—¿Quieres decir que todos ellos tienen responsabilidad en cuanto sucede, y que eso produciría en ellos cierto sentimiento de culpa? —preguntó el primo.
—Sí —le respondió Kurt—. En cierta medida, sí —añadió con decisión.
—Al margen de eso, en mi opinión es la institución más absurda del Imperio —dijo.
—Sería absurda en un mundo lógico —afirmó Kurt—. Pero en este mundo nuestro, a mí me parece perfectamente normal.
Así, esta perversa lógica hace que el afortunado en producir un Sueño Maestro sea después interrogado durante semanas en las profundidades del Palacio. Allí los funcionarios escriben toda su vida, con lujo de detalles, para descubrir el origen del sueño. El ciudadano termina destruido, como si le hubieran lavado el cerebro. Su final sólo puede ser uno. Al saberlo, Mark-Alem pronuncia la frase más política de la novela: ¡Monstruoso! No te basta con lo demás, necesitas devorar también a los seres humanos.
Al poco de comenzar en el Palacio, es ascendido a Interpretación, "el secreto de los secretos". Requiere mucha más responsabilidad y el trabajo termina por colapsar al protagonista: A veces pensaba que no se podían cometer más que errores y que solo por pura casualidad podría alguien llegar a una conclusión acertada. A la presión del trabajo se suma la de su familia, que en realidad lo ha infiltrado para empujar el Sueño Maestro en favor de su favor, y recuperar así el poder diluido en los últimos tiempos.
El Palacio podría tomarse como una metáfora de los antiguos archivos de la Sigurimi, la policía secreta de Albania durante el comunismo. Entre sus muros nadie pregunta: todo es misterio, silencio, hechos consumados y costumbres que nadie cuestiona. ¿Acaso puede saberse nunca el porqué de las cosas aquí?, dice un funcionario. Ismaíl Kadaré publicó la novela en 1981, al final de la dictadura de Hoxha; hay que preguntarse si una obra escrita en un momento concreto, dentro de una realidad muy especial y con una motivación clara, puede trascender y ser valorada décadas después, en un país y un contexto muy diferentes. En el caso de El Palacio de los Sueños, sí lo es; la literatura se superpone a la política.
Ismaíl Kadaré
Traducción: Ramón Sánchez Lizarralde
Autor >
Raúl Gay
Periodista. Ha trabajado en Aragón TV, ha escrito reseñas en Artes y Letras y ha sido coeditor del blog De retrones y hombres en eldiario.es. Sus amigos le decían que para ser feliz sólo necesitaba un libro, una tostada de Nutella y una cocacola. No se equivocaban.
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