La simpatía perdida
Emilio Muñoz 4/11/2015
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Me parece recordar que el día en el que el Atleti dejó de ser un equipo simpático fue un jueves. Dicen los psicólogos que el jueves es el día de la semana laboral estándar que mejor se afronta, dado que el viernes se convierte en un dejarse llevar hacia el prometido horizonte del fin de semana, pero aquel jueves fue muy distinto. Mi memoria no acierta a recomponer los sucesos acaecidos en los días previos a aquel jueves de hace más o menos dos años en el que el Atleti se liberó de esa dudosa carga, llena de condescendencia, que hacía que muchos ciudadanos le consideraran su segundo equipo. Probablemente, en las fechas que precedieron a aquel fatídico día, el Atleti osó plantar cara de nuevo e hizo morder el polvo a rivales que hasta poco tiempo antes afrontaban los partidos contra los rojiblancos con la misma preocupación con la que se espanta una mosca. Puesto que nadie había advertido previamente de la dolorosa pérdida, los aficionados colchoneros nos levantamos ese día como si fuese un día cualquiera. Nada hacía presentir el fatal desenlace. En ocasiones así, es de esperar una señal que anuncie la extinción contractual como equipo simpático. Tal vez un crujido seco. Acaso un grito desgarrador. Un punto de inflexión que permita iniciar el nuevo camino. Un suceso más o menos teatral desde el que asumir la nueva condición de seguidor de equipo antipático.
Al llegar a la máquina de café en el trabajo o al pedir un cortado con churros en la barra del bar ya se notaba que algo había cambiado. Las bromas de antaño se habían evaporado dejando en su lugar todo un catálogo de gestos avinagrados. No quedaba rastro de aquellas sonrisitas llenas de suficiencia ni de la falsa empatía que los otros nos donaban graciosamente, habían sido sustituidas por actitudes de profunda ofensa para con nosotros. Donde antes había flores ahora había dolor y rencor. El ambiente se llenó de lugares comunes: permisividad, violencia, límites del reglamento tradicionalmente respetados mancillados dentro del proceso de transmutación de la simpatía en animadversión. Fue significativo constatar cómo aquellos que nos poníamos la camiseta del Atleti pasábamos a ser sospechosos por portarla. Cómo de un día para otro nos convertíamos en cómplices de la banda que pretendía poner patas arriba el orden establecido. De qué manera los padres prohibían a sus hijas en edad de merecer hablar con ese chico del cuarto derecha porque era aficionado rojiblanco. Desde entonces, la escalada de rechazo hacia las malas artes de aquel conjunto destinado a perder que cumplió su sueño de ganar ha ido en aumento. Diariamente se vierten nuevos testimonios a los que agarrarse con fuerza para reforzar la antipatía hacia los chicos de Simeone, hacia el cuerpo técnico y hasta el oso y el madroño, que algo tendrán que ver en todo esto. Pasado el tiempo, uno recuerda ese jueves con mucha nostalgia. Ese día hubo muchos que disfrutamos una barbaridad, todo sea dicho.
Desde hace unas cuantas semanas, hemos ido notando al recoger a los niños del colegio o al departir con el frutero que esa antipatía ajena que con el tiempo se ha convertido en una inseparable y fiel compañera ha conseguido propagarse como el virus de la gripe en nuestras propias filas. Tampoco en esta ocasión hubo ninguna señal que vaticinara el hecho. Nos levantamos como cualquier otro día y no llegamos a escuchar ningún crujido. Ningún sobresalto. Ni rastro de un suceso traumático desde el que entender las posiciones de los que no piensan como tú. Ya no solo se nos mira con prevención desde otras orillas, continuamente surgen voces a nuestro lado de neoaficionados atléticos en los que el discurso de la simpatía extraviada ha calado por el método del gota a gota. De nada ha servido esgrimir la hemeroteca a modo de objeto punzante con el que pinchar el globo de los que olvidan el oscuro pasado reciente presimeoniano. Toda la simpatía que este grupo de jugadores ha ido sembrando a lo largo de su admirable camino se torna antipatía con el paso de las jornadas. Se usan argumentos sobados como el del mal juego, la falta de calidad en ciertas posiciones, la gestión de la plantilla por parte del Cholo. Se sospecha de los cambios y del sistema. Se recela del plan y se blasfema sin pudor calificando la etapa como quemada. Con este panorama, no se libran tampoco ni oso ni madroño, culpables sin presunción de inocencia por su sola presencia.
Toda la naturalidad y el regocijo con los que se había asumido la compañía de la antipatía ajena, se han tornado pesadumbre en cuanto la antipatía se ha mudado a nuestro barrio. La pregunta sobre la que uno no es capaz de encontrar respuesta posible es la de cuándo pasamos a ser un equipo antipático para nosotros mismos ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué nos hemos perdido los que no encontramos suficientes motivos para señalar al equipo como intrínsecamente antipático? A veces solo la perspectiva que ofrece el paso del tiempo permite responder a muchas de las preguntas que asaetean a los seres humanos. Quizá solo un análisis arqueológico de los restos de la simpatía perdida entre los nuestros pueda arrojar luz sobre lo que pasó el día en el que decidió irse a por tabaco. Creo recordar que fue un jueves.
Me parece recordar que el día en el que el Atleti dejó de ser un equipo simpático fue un jueves. Dicen los psicólogos que el jueves es el día de la semana laboral estándar que mejor se afronta, dado que el viernes se convierte en un dejarse llevar hacia el prometido horizonte del fin de semana, pero aquel jueves...
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Emilio Muñoz
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