1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.347 Conseguido 91% Faltan 15.800€

EVIDENCIAS

Usos del machete II

Alain-Paul Mallard 8/11/2015

A.P.M

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

ejabana (setswana / Sudáfrica)

nonong (serere / Senegal)

sa nouglouman (baoulé / Côsta de Marfil)

nonkon (dioula / Burkina Faso)

Pisé por primera vez tierra africana en la ciudad más rica del país más rico del continente: Johannesburgo, capital mundial del alambre de púas. Las primeras impresiones raramente son de fiar. Pasé la semana inicial impartiendo mi curso de escritura —el evangelio según Jean Rouch— en un suburbio opulento —blanco, huelga precisarlo— de lujuriantes jardines con custodios armados y cartelones disuasivos. Armed response, rezaban los letreros, es decir, “nos reservamos el derecho a disparar ”. Bajo la advertencia, el dibujo de una cobra, erguida, presta a lanzar su letal colmillazo.

Tenía la prohibición formal de la Embajada francesa de pasearme solo por la ciudad: no podían ni garantizar mi seguridad ni arriesgarse a que alguna desventura me aconteciera. La paranoia ajena (no cuestiono su licitud) terminó inculcándome vagos temores. Cada madrugada despertaba en mi bungalow con doble umbral de rejas sobresaltado por una alharaca infernal: la infame turba de nocturnos ibis (Threskiornis aethiopicus) que anidaba en el alto árbol sombrío de mi traspatio.

Una valla electrificada impide que el mundo entre. Pero impide, también, salir al mundo. En cuanto tuvimos un día libre, pedí a dos de mis alumnos, Maanda y Nocks, que me sacaran a respirar.

Decidimos ir de visita al Alexandra township. Turismo extremo.

 Llegar en transporte público a Alexandra es increíblemente arduo y desgastante: caóticos transbordos en una sucesión de vetustos minibuses atestados, sofocantes, que arrancan y enfrenan de súbito, dando mil volantazos para subir y bajar pasaje. Zangoloteados, agrios de sudor propio y ajeno, llegamos a una serie de terrenos baldíos llenos de gente y de basura. Vigorosos partidos de soccer están en curso. Luego hay un terraplén, una calleja en pendiente, sin pavimentar, astrosas casitas de ladrillo. Pareciera, a primera vista, sólo una colonia modesta. En las lindes de la ciudad de México he visto cosas peores. Tras un par de requiebros, aparece la genuina Alexandra, un amontonadero interminable de casuchas de lámina picada. 

Maanda es oriundo de Venda, al extremo noreste del país (los estudiantes chic, de Joburg, Durban o Capetown, ahogan risitas cuando toma la palabra: les parece rústico y rupestre). Nocks viene de Zimbabue, país colapsado del que todo el mundo busca huir. Pero él no se considera un inmigrante: planea retornar a hacer patria en cuanto termine sus estudios. También Nocks es mirado con un altivo dejo de desprecio. No por mí: yo sentí de inmediato que Maanda y Nocks eran los más generosos integrantes del grupo, los que simplemente eran y nada aparentaban.

Nocks vivió en el township tiempo atrás, cuando recién llegara de Zimbabue y entramos pues, de su mano, al laberinto Alexandra: 20,000 chabolas miserables en que se hacinan unos 400,000 miserables pobladores. Se avanza a saltos, de piedra en piedra, pues ayer llovió y las estrechas y enrevesadas callejas son poco más que grises albañales a cielo abierto. Nos internamos un centenar de metros por entre cuartuchos y más cuartuchos de desvencijadas paredes y techos de calamina ondulada. Tiene, cada uno, su humeante chimeneíta de hoja de lata. Las puertas, fuera de escuadra, las aseguran candados y cadenas.

Mis dos guías lucen nerviosos, en tenso estado de alerta. Decenas de negros ojos nos observan en silencio. Estamos en territorio Zulú.

Ningún gesto mío, ningún movimiento, pasa desapercibido. Un par de ojos me sigue sin soltarme hasta que, en una bocacalle, me pierde de vista. Ya para entonces, otros ojos han tomado el relevo. Nunca antes en mi vida, hasta ese preciso momento, me había sentido particularmente como un blanco.

Una manera de negociar entre el mirar y ser mirado, se me ocurre, podría pasar por la mediación de la técnica. Quisiera robarme algunas vistas y, haciendo prueba de candor, saco del bolsillo mi cámara fotográfica.

Con ademán urgente y definitivo, Nocks me exige que la guarde.

Better avoid problems…

Obedezco.

Tengo sed. Muchísima, de hecho, y pregunto a Nocks si conoce algún sitio donde podamos comprar un refresco. Volvemos sobre nuestros pasos y un par de requiebros más tarde estamos ante un tendajón enrejado. Maanda insiste en que sea yo quien pida, a través de la reja, las bebidas: prefiere que su acento cerril, el acento septentrional de Venda, pase desapercibido.

Aunque tampoco yo paso muy desapercibido que digamos. Vuelvo a ser, mientras doy rasposos tragos a mi empalagosa Creme soda, el blanco de todas las miradas.

Let’s leave, man —urge de pronto Maanda. Estamos atrayendo demasiada atención.

—¡Pero si acabamos de llegar! —me opongo—. ¡Todavía no hemos visto nada!

—Vámonos, vámonos —secunda ansioso Nocks— ; no hay nada más que ver. Ya viste todo. Esto sigue así por más que camines y camines. No tiene centro.

Padecimos dos extenuantes horas de transporte y estuvimos en Alexandra quince minutos, veinte cuando más…

 Vallada, una autopista de seis carriles limita el arrabal por uno de sus costados. Al otro lado de la autopista se encuentra Sandton, barrio reputado de ser el más opulento de África.

 

koto (kikongo / República del Congo)

kiniko (swahili / Kenya)

cóñcó (wolof / Senegal)

nongo Kourou (bambara / Mali)

 

El 11 de mayo comenzaron, en el corazón sin centro de Alexandra, los ataques xenófobos que en 2008 se propagaron por los townships de todo el país. A dos años de los hechos, la memoria estaba todavía bastante viva. Al menos en la mente de Nocks. Durante el largo camino de vuelta me esbozará su historia.

El Zimbabue de Robert Mugabe —déspota sin ilustrar— es un caso de libro de Estado fallido. Cuando, huyendo del hambre y la pobreza, los emigrantes zimbabuenses empezaron a saltar la frontera —se habla de dos millones pero, al tratarse de inmigración clandestina, las cifras avanzadas son meras especulaciones—, Johannesburgo, imán económico, ejerció su potente fuerza de atracción. Claro que los únicos resquicios que ofrecía la urbe eran sus zonas periféricas, abarrotadas ya de pobres. Como Alexandra.

Nocks tenía apenas un par de meses de arribado. La noche previa a los disturbios lo pilló en la ciudad y no alcanzó a volver a Alexandra, a la casucha de un solo cuarto en la que algunos compatriotas, primos en el vago sentido africano, le permitían quedarse.

El esquema de la xenofobia es constante. Una clase empobrecida al límite, víctima de desempleo crónico y con un poder adquisitivo minado por la inflación descubre un enemigo claro e identificable: el extranjero que viene a robarse nuestros empleos y quitarnos nuestros hogares, a acostarse con nuestras mujeres y a cometer delitos… Agréguese un puñado de arengas inflamadas y… la mecha prende. ¡Que alguien pague por nuestra desesperanza!

Son sentimientos y rencores fáciles de instrumentalizar y difíciles de controlar.  Se comenzó dando caza a los forasteros —zimbabuenses, mozambiqueños, malauíes—, pero pronto otras etnias sudafricanas minoritarias —como los vendas— se vieron hostigadas.

La casucha de sus primos, nos cuenta Nocks, fue allanada por la turba, que se robó los dos colchones, la hornilla de gas, la ropa, las láminas del techo. Él perdió la maleta en que guardaba todas sus pertenencias. Por suerte —me aclara— traía el laptop consigo. A un pariente le tocó su par de machetazos. No muy profundos —aclara también—, uno en el hombro, el segundo sobre el lomo. Se repuso —acota—, pero se devolvió a Harare.

Por más rainbow nation que en himnos y banderas Sudáfrica se declare, la Zulú es la etnia que detenta el poder político, la que tiene la sartén por el mango. La mecánica durante el estallido de 2008 era la siguiente: la turba armada de teas y de machetes iba sistemáticamente de casucha en casucha. Rompía la puerta y exigía a los aterrorizados ocupantes que dijeran, en zulú, la palabra ‘codo’.

—Si la sabías —explica Nocks— te dejaban en paz. Si no, pagabas las consecuencias…

—Y tú, Nocks, ¿la conocías?

—No —sonríe—. Ahora sí que me la sé: indololowane.

—¿Y tú, Maanda?

—Yo sí, yo hablo zulú.

—Pero el acento de Venda se te nota a leguas —le hace notar su camarada.

 Indololwane —“codo”, en zulú— cumplió, pues, una función de shibolet, de signo verbal de reconocimiento dentro de una comunidad.

Dependiendo del contexto, la palabra shibolet designa en hebreo un arroyo o una espiga. Ello, en su sentido original. Pero el relato que le ha permitido llegar a nuestros días no apela a su significado sino a su pronunciación.

Tal relato, terrible como el que nos ocupa, refiere añejos hechos que pintaron de rojo el torrente de un río. Nos viene del Antiguo Testamento, Libro de los Jueces, xii 5-6, y la protagonizan dos tribus oscuras y olvidadas:

 […] Y los galaaditas tomaron los vados del Jordán a Efraín; y ocurría que, cuando alguno de los efraimitas que había huido, decía: "¿Pasaré?", los de Galaad le preguntaban: "¿Eres tú efrateo?". Si él respondía: "No", entonces le decían: "Si no lo eres, di shibolet ". Y él decía, "sibolet" porque no podía pronunciarlo así. Entonces le echaban mano, y le degollaban junto a los vados del Jordán. Y así murieron cuarenta y dos mil de los de Efraím. […] 

 La sutil distancia fonética entre shibolet y sibolet establece, entre identidad y alteridad, una frontera tan inapelable como expedita. Unos, los que reconocemos como propios, pueden franquear el vado. Otros, rechazados como extraños (el extranjero es el enemigo) merecen sin miramientos el filo, ya mellado, del machete.

De arroyo / espiga, la palabra shibolet pasó a significar un inclemente “santo y seña” que integra o excluye.

 Indololwane.

 

¿Qué dictó en el Alexandra township el 11 de mayo de 2008 la elección del shibolet "codo"?

Imposible saber qué otras palabras candidatas votó, antes de partir de cacería, un exaltado conciliábulo. Prefiero no aventurar hipótesis. Constato sin embargo que la articulación del brazo es, sí, una elección astuta: de tan común, ningún hablante nativo podría ignorarla (lo cual protege a la comunidad). Y su prevalencia de uso en la cotidianidad es lo suficientemente baja para que, muy probablemente, escape a los forasteros. Va para dos años que me instalé en Barcelona —una Barcelona con banderas en sus balcones, crispada en su reivindicación nacionalista— y, aunque logro descifrar un diario en catalán, soy incapaz de decir ‘codo’…

De vuelta en Johannesburgo, Maanda y Nocks me llevan a probar el pap, la sólida polenta local. Durante la cena, la conversación toma rumbos previsibles: Ruanda, Tutsis, Hutus, Goma, los machetes. Constato que mis amigos poco saben del tema… Para ellos, el de 1994 es un invierno (el invierno austral) que irradia esperanza: Mandela tomó posesión como presidente. Mientras tanto, en otro punto del continente se exterminaba con entusiasmo.

Ya caída la noche, Nocks y Maanda me depositan en un verdinegro jardín iluminado, a salvo tras el doble enrejado de mi bungalow. No tardo en quedarme dormido.

 

—Indololwane, indololwane, indololwane —sorprendí a mi mente que repetía, en la oscuridad, un mantra de sílabas rotundas— indololwane, indololwane...

Desde el fresco, nocturno confort de mis sábanas de lino veía, in my mind’s eye, dos imágenes terribles de James Nachtwey, noble testigo del dolor humano y extraordinario fotógrafo de guerra.

Una, el impactante retrato en perfil —y el grito mudo— de un hombre que miró la cara de la muerte, del odio, del horror inefable: por rehusarse a participar en el genocidio ruandés, el joven hutu ostenta en el rostro las cicatrices de al menos cinco machetazos. No sabemos lo que carga en el alma.

La segunda, también en blanco y negro, abre una perspectiva ciega, en picada, sobre un reguero de machetes abandonados. Centenares. Llenan por completo el encuadre: las mil y un armas de mil y un crímenes…

El ruandés fue un genocidio artesanal, familiar, entusiasta, que conseguía la dilución de la culpa individual en la participación colectiva, ya fuera ésta libre o forzada. Durante cuatro meses se bebió y se salió de mañana, en gozosos grupos de amigos, de vecinos ebrios con urwaga (cerveza de plátano), a matar “cucarachas” tutsis en una vastísima operación de pillaje y despojo. Y se volvía cada tarde a brindar con más urwaga, a comentar la jornada, y repartir el botín.

El machete, implemento agrícola indispensable en toda parcela, en todo platanar, es lo que se tenía más a mano. Y terminó ultimando, según calculan los expertos, a un 52,8% del total de las víctimas.

52,8% de 800.000 muertos. Eso implica muchos, muchísimos machetazos y una proximidad casi íntima entre víctima y verdugo. (52% de 800.000 equivale, pienso con azoro comparativo, a la población entera del inabarcable township que visité esa tarde.)

Ulteriores investigaciones históricas probaron con documentos aduanales que, en previsión, los meses que antecedieron al genocidio vieron entrar al país cargamentos enteros de machetes provenientes de China, de Bélgica. Así que algo se preparaba. (Francia, por su parte, había más bien exportado a Ruanda armas de fuego).

La metonímica sobriedad del reguero de machetes abandonados en la imagen de Nachtwey deja algo en claro: el genocidio ruandés no sólo fue un fenómeno político; fue un fenómeno social. O un eficaz fenómeno político que logró instrumentalizar a la mitad de la sociedad civil para que matara a la otra mitad. ¿El medio? la propaganda radiofónica.

Un radiecito de pilas, un machete... Difícil pensar en algo más low tech.

Con el alba, la parvada de ibis viene a arrullarme y el estridente cacareo me arrastra hacia unos sueños confusos y turbulentos.

 

kigokora (kikuyu, Kenya)

kantiiga (mooré / Burkina Faso)

inkokora (kinyarwanda / Ruanda)

lukengibua (tshiluba / R.D.C., Kasaï)

roucoub (árabe chadiano / Chad)

 

Andando el tiempo, sin lograr sacudirme la historia de Nocks, comencé a compilar una neurótica lista de codos en las diversas lenguas y dialectos africanos que me salían al paso.

 

folong (toucouleur / Senegal)

cusul (afar / Etiopía)

ingqiniba (xhosa / Sudáfrica)

 

Una tarde de brisa en una ruinosa isla fluvial al norte de Senegal, años más tarde, crucé por el puente a tierra firme y pasé a ver al cordonnier que trabaja y despacha en el suelo frente al anárquico mercado Tendjiguène. Le entregué una ajada hoja de papel. Nos entendimos a señas, sin el menor problema. La observó. La dobló cuantas veces la física del papel lo permitiera y forró el compacto cuadradito en cuero de becerro. Lo cosió y decoró con un discreto patrón de rombos. Le puso un cordel y me tendió mi grigri protector.

Los grigris suelen llevar dentro suras coránicas. El mío lleva… una abigarrada lista de codos.

Cada quien sus amuletos.

 CODA:

En el México de los años veinte —época que creyó en las auroras rojas de los pueblos—, Graciela Gachita Amador, mito de la izquierda mexicana, primera mujer del muralista David Alfaro Siqueiros y excelsa escritora que optó por supeditar su literatura a la militancia, escribió una cuarteta perfecta para la cabecera de El Machete.

El Machete comenzó como órgano del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores, Escultores y Grabadores Revolucionarios de México, aunque muy pronto pasó a convertirse en el periódico del Partido Comunista Mexicano. Con inflamada, memorable elocuencia, ‘Gachita’ Amador nos ilustra,:

 El machete sirve para cortar la caña,

para abrir las veredas en los bosques sombríos,

decapitar culebras, tronchar toda cizaña

y humillar la soberbia de los ricos impíos.

 Tiempos pasados, tiempos con ideales. Me acongoja constatar cómo el arma de los más pobres se torna contra los más pobres. Casi me sentiría tentado a agregar una nueva estrofa a la cuarteta de Gachita. Una estrofa africana que la pusiera al día con nuevos y siniestros usos y abusos del machete. 

ejabana (setswana / Sudáfrica)

nonong (serere / Senegal)

sa nouglouman (baoulé / Côsta de Marfil)

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Alain-Paul Mallard

Escritor, coleccionista, fotógrafo, viajero, cineasta, dibujante, Alain-Paul Mallard (México, 1970) es autor de 'Evocación de Matthias Stimmberg', 'Nahui versus Atl', 'Altiplano: tumbos y tropiezos'. Vive en Barcelona.

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí