Mercedes Cabrera / catedrática de Historia del Pensamiento
“Polanco no creía que los gobiernos ganaran o perdieran gracias a él”
Francisco Pastor Madrid , 4/11/2015
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Mercedes Cabrera (Madrid, 1951), catedrática de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid y ministra de Educación con José Luis Rodríguez Zapatero, se siente “una mujer de la Transición”. Es descendiente del científico y rector Blas Cabrera, represaliado por Franco, y de los Calvo Sotelo; uno de ellos, asesinado por partidarios de la República en 1936, y otro sorprendido por el fallido golpe de Estado de Tejero cuando era investido presidente, en 1981.
Pocos relatos pueden impresionar a esta mujer de gesto amable y templado. Pero sí lo hace el de Jesús de Polanco, fundador y presidente, hasta su muerte, del Grupo PRISA, el célebre imperio editorial y mediático, firmante de El País, la Cadena SER y Santillana. El entramado que el madrileño dirigió, y del que fue accionista mayoritario durante años, fue pionero en el mercado de la televisión de pago en España y llegó a tener 15.200 trabajadores –hoy, alrededor de 11.400–.
Cabrera ha pasado los últimos tres años investigando la biografía del magnate, y el resultado, Jesús de Polanco (1929-2007). Capitán de empresas (Galaxia Gutenberg), es una larga disección, de 479 páginas, de la astucia y el saber hacer de un “empresario de la vieja escuela”. La profesora afirma que el grupo de firmas levantado por Polanco no nació de las opacidades de la dictadura, como suele acusarse a un prohombre que, de joven, había sido falangista. La autora desmiente que el éxito del empresario se apoyara en tratos de favor, también durante los gobiernos de Felipe González: “Aprovechó ciertas decisiones políticas, nunca personales”.
Al llegar a Latinoamérica, Polanco conoció a los exiliados y encontró ese otro relato de lo que ocurría en España
A través de conversaciones con amigos y familiares del gerente, como su hijo Ignacio, y de los profesionales con los que este trabajó, como Joaquín Estefanía, así como de la lectura de las actas de las reuniones de Timón –el primer grupo editorial que este fundó, allá por 1972, y que sentaría las bases de PRISA–, Cabrera dibuja a un Polanco fuerte con los fuertes y débil con los débiles. “He intentado contar lo que me consta, e incluso eso es relativo. Cuando alguien narra la vida de alguien, siempre acaba prendado del personaje”, cuenta quien ha escrito, además de esta biografía, las de Nicolás María de Urgoiti y Juan March.
En la solapa del libro no menciona que fue ministra.
Porque no tiene que ver. Este trabajo forma parte de mi vida académica y de mi trayectoria escribiendo libros. En cualquier otro currículo sí lo menciono. Pero como escritora, no se me ocurrió. No es amnesia, ni esquizofrenia, ni nada de eso.
¿Qué interesa a una catedrática en Historia del Pensamiento de figuras tan empresariales como Urgoiti, March y Polanco?
Desde que me doctoré, me he preguntado por las relaciones entre la empresa y la política, entre las figuras públicas y las privadas. En otros países, como en el mundo anglosajón, se presta mucha más atención a esos grandes personajes. Aquí no se escribe sobre ellos y, además, a ellos tampoco les gusta que se escriba sobre ellos. Son menos visibles, pero son fundamentales.
Polanco era huérfano de padre y empezó vendiendo libros, pero se le asocia con ese capitalismo de amiguetes asentado por el franquismo. ¿Cuál de los dos era?
Fue un hombre hecho a sí mismo, sin duda. Puso en pie todo su mundo, no lo heredó. Fue adolescente en la posguerra y conservó esa mentalidad del ahorro: hay que invertir, pero sin endeudarse más de la cuenta. Como empresario, claro que su buena relación con los políticos fue fundamental. Y la tuvo, con los socialistas, pero también con los populares de la Transición, como Fraga. Se le ha acusado, durante toda su vida, de que sus negocios estuvieron favorecidos por sus relaciones personales, y yo intento demostrar que no fue así. Sí se vieron condicionados por cambios en la política: se desmontaron los medios de comunicación de la dictadura y él quiso entrar ahí, como cualquier otro.
Pero sí reconoce que su buena relación con los políticos fue fundamental.
Se le echa en cara su juventud en la Falange, cosa que nunca ocultó, pero al llegar a Latinoamérica, conoció a los exiliados y encontró ese otro relato de lo que ocurría en España. También se acusó a Santillana de imponerse al mercado gracias a un soplo del franquismo: que por ello sus libros de texto fueron los únicos que cumplieron, a tiempo, la ley de 1970. Investigando la trayectoria empresarial de Polanco, he visto que Santillana ya llevaba años anticipándose a esa ley. Contaba con un saber hacer diferente, de largo recorrido. Eso lo sé, como historiadora: con el máximo rigor posible. ¿Que los rumores acertaran o no? Me remito a sentencias judiciales, que dijeron que en esas acusaciones no había fundamento. Eso también lo sé.
Polanco no renunciaba al juego de la política, pero sí a la dependencia económica
¿Qué aciertos tuvo él que escaparon a los demás?
Nunca arriesgó ni se endeudó más de lo que pudiera. Polanco no renunciaba al juego de la política, pero sí a la dependencia económica. Le obsesionaba la solvencia de sus empresas, no solo por sacar las cuentas adelante, sino porque sabía que, si empezaban las deudas, se acababa el periodismo. Es curioso: cuando montó Canal +, las mismas personas que le criticaron, que le acusaron de cierto trato de favor por parte del Partido Socialista [al concederle la única licencia de emisión de televisión de pago hasta entonces], le decían que se iba a arruinar al entrar en ese mercado. A los dos años, daba beneficios.
Se decía de él que era capaz de quitar y poner gobiernos.
Esa fue otra de las etiquetas que le colocaron. El mismo Partido Popular culpó al Grupo PRISA de haber postergado su llegada al poder hasta 1996. Él era consciente del poder que tenía, pero desde luego no creía que los gobiernos ganaran o perdieran gracias a él, y criticaba a los periodistas que se creían capaces de montar y desmontar carreras políticas.
¿Qué es lo que más ha admirado de él, en lo personal?
Yo no le habré visto más de tres veces en mi vida, aunque tengo entendido que debía ser una persona difícil en el trato, muy visceral. Lo que más me ha llamado la atención es que, a diferencia de los demás empresarios que aparecieron en la década de los ochenta, y que aprovecharon la bonanza, lo que le interesaba no era la riqueza, sino poner cosas en marcha. Aunque le gustaba el poder, claro. Sobre todo, era un apasionado de los medios de comunicación; a nivel mundial, también. Él decía que PRISA era grande en España, pero muy pequeña fuera de ella.
El pasado febrero, empleados de la Cadena SER se manifestaron protestando ante unos despidos. Gritaban: “¡Que vuelva Polanco!”. ¿A qué lo atribuye?
Creo que para la gente que sigue trabajando en los medios de PRISA, él significa esa era de esplendor del grupo. Más allá de eso, si hubo allí gente que le conoció personalmente, quizá lo dijeron porque siempre se mostró muy cercano a quienes trabajaban para él. Se preocupaba por los empleados de la casa, por saber si estaban bien, cómodos en su sitio. Quizá echen de menos ese trato.
Creo que para la gente que sigue trabajando en PRISA, él significa esa era de esplendor
¿Comparte la idea de que la muerte de Polanco precipitó el cambio de modelo empresarial en el grupo?
Quizá falta la contención que había representado él: no temía arriesgar, pero siempre lo hacía paso a paso y con cabeza. Fue un cambio que se debió a su ausencia, pero también a un giro en el pensamiento empresarial global. Esas dos cosas juntas crearon una mezcla explosiva. En una reunión en Lisboa, en junio de 2007 [un mes antes de morir], Polanco advirtió a sus compañeros del grupo: “Estamos a lo que estamos”. Imagino que se refería a eso: a caminar hacia un solo objetivo.
Se recuerda a Polanco como un hombre de la Transición. ¿Qué piensa de la crítica contemporánea sobre aquellos años?
No la comparto: yo también soy una mujer de la Transición. Hoy está ganando una visión muy esquemática de lo que ocurrió entonces, cuando fue un camino complicadísimo. Se habla de que estaba todo pactado, de que no había peligros ni problemas. Mi recuerdo es radicalmente opuesto: años de amenazas de una involución política y de violencia. Se nos está olvidando hasta el terrorismo de ETA. Fue un encaje de decisiones políticas que milagrosamente consiguió consolidar la democracia. No quiero decir que no haya que hacer otras cosas ahora; defender aquellos años no significa convertirlos en intocables. Hay que revisar la Transición, pero no convertirla en una caricatura.
¿Pero estamos en una segunda Transición?
Estas etiquetas suelen venir de los políticos, también a petición de los periodistas: “¡Deme un titular!”. Yo no lo llamaría así, pero no me incomoda. Ha pasado el tiempo suficiente como para pensar que no debemos vivir de lo que hicimos entonces, que hay que hacer cambios, siempre que esto no implique olvidar el pasado y dejar de incorporarlo al presente. Pero está bien que propongamos cosas nuevas, que las llevemos a la Constitución. Me gustaría que nos demostráramos capaces de cambiarla sin una ruptura.
Mercedes Cabrera (Madrid, 1951), catedrática de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid y ministra de Educación con José Luis Rodríguez Zapatero, se siente “una mujer de la Transición”. Es descendiente del científico y...
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Francisco Pastor
Publiqué un libro muy, muy aburrido. En la ficción escribí para el 'Crónica' y soñé con Mulholland Drive.
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