Tribuna
Colisión por desreconocimiento mutuo
Si por una parte sería obligado el posible reconocimiento de Cataluña como nación, por otra sería de esperar el posible reconocimiento del Estado español como capaz de reconfigurarse como plurinacional
José Antonio Pérez Tapias 10/11/2015
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Lo verdaderamente asombroso de la situación que en estos momentos se vive en Cataluña y, por ende, en el Estado español, es que se haya llegado hasta ella siguiendo por cada una de las partes enfrentadas un guión anunciado a bombo y plantillo, sin que se hiciera nada serio por evitar el grave conflicto jurídico-político que supone. Todo lo contrario. Diríase que de cada lado se han ido preparando las cosas para llegar al día y hora en el que el Parlamento catalán aprueba, por 72 votos frente a 63 --la mayoría de los escaños independentistas que suman Junts pel Sí y la CUP--, una resolución a favor de iniciar el proceso conducente a un "Estado catalán independiente en la forma de república"; y de inmediato, como era de prever, se presenta un recurso de inconstitucionalidad respecto a dicha resolución por parte del Gobierno de España, apoyado por otras fuerzas políticas de ámbito estatal, como es el caso del PSOE.
Vistas las cosas desde el día de hoy, parece que la tan manida metáfora del choque de trenes se ha trabajado a conciencia para que sea una realidad la colisión entre esas dinámicas: la que progresivamente ha ido avanzando hacia un planteamiento secesionista y la que regresivamente se ha ido atrincherando en una especie de búnker jurídico a la espera del momento en que elevar al Tribunal Constitucional el insoslayable recurso, pero dejando, desde un inmovilismo clamoroso, que todo rodara hasta aquí como proceso sin reconducción posible a la espera de que topara con el muro irrebasable de la Constitución.
Mesiánica temeridad por un lado y culpable impasibilidad por otro han suministrado las correspondientes cargas de combustible para que esos dos trenes choquen. Y ni siquiera se espera un guardagujas que, una vez descartada la eficacia de otros sofisticados sistemas supuestamente "inteligentes", avise con sus aspavientos para que los respectivos maquinistas, si aún controlan sus locomotoras, aminoren la velocidad y amortigüen el impacto. Los nervios cunden en el pasaje de cada convoy, como se evidencia en el lenguaje subido de tono que emplean los pretendidos líderes en los diferentes vagones. El efecto del ruido generado no hace sino incrementar los niveles de adrenalina para que por una parte y otra ocurra como en aquella famosa película de los hermanos Marx cuando todos gritaban "más madera", a fin de que no parara el tren que para volar por la vía se consumía a sí mismo. Los desastres que los humanos somos capaces de organizar se nutren de decisiones demenciales.
¿Qué cabe hacer, no sólo como espectadores de una mala representación política, sino como protagonistas que nos resistimos a permanecer pasivos frente a lo que otros, henchidos de un afán de protagonismo que la historia no absolverá, han desencadenado? En primer lugar, ante tanto ruido, podemos acordar que bajen los decibelios del discurso político para que sea posible alguna comunicación. Así quizá se puedan tranquilizar un poco los ánimos en medio de tanta tensión como se ha acumulado. En segundo lugar, cabe que los pasajeros de sendos trenes se conecten entre ellos para tirar de la alarma y tratar de frenar una marcha muy alocada, pero no imposible de aminorar. Y en tercer lugar, estando en el punto en que se está, tratar de releer la hoja de ruta de cada locomotora para ver exactamente qué pone y por qué estaciones hay que pasar aún.
Así, en el viaje planificado desde las agencias soberanistas catalanas, aunque la estación término se ha fijado en un Estado independiente, por ahora lo que hay es una resolución política del Parlamento para iniciar un proceso de "desconexión democrática" respecto del Estado español --eufemismo que soslaya la palabra "independencia"--. Y esa propuesta, como encomienda a un futuro y complejo Gobierno de la Generalitat, conlleva un trámite, como desde tiempo atrás se dice, lo cual implica tiempo disponible para tareas políticas de todo tipo y por las dos partes. Viniendo en dirección opuesta encontramos el recorrido diseñado, en definitiva, por el Gobierno del Estado, que plantea el ya aludido recurso, pero aún no hay nada sobre la aplicación del artículo 155 de la Constitución al que tanto se alude como espada de Damocles sobre cabezas secesionistas.
Entre una cosa y otra también hay distancia para tareas políticas que, ¡ahora sin excusas!, no deben soslayarse. El tiempo humano de la política, como todo tiempo antropológico --y como plasma el suspense de las buenas películas--, no es el mero sucederse de unos momentos tras otros con establecida periodicidad, sino que se contrae o se dilata según lo que acontece. Y estamos en medio de un acontecimiento que nos exige lo mejor como sujetos políticos para estar justamente a su altura.
Todavía, sin embargo, cabe preguntar para qué ese precioso tiempo que podemos y debemos reganar. Hay una inmediata respuesta posible, al menos: para evitar el choque por desreconocimiento mutuo al que parece que estamos abocados. ¿Desreconocimiento? Sí, lo contrario del reconocimiento, como resultado de la negación del mismo, expresado con palabra ya acuñada desde el mundo financiero, el cual esta vez puede venir en nuestra ayuda. Estamos como y donde estamos porque desde dos comunidades en trance de escisión, cada una niega el reconocimiento que demanda la otra --dicho sea sin demorarnos ahora en simetrías o asimetrías, causas y consecuencias, en lo que ha sido ese proceso de alejamiento político--. Tanto si es para pactar desacuerdos, como si es para lograr acuerdos, por mínimos que sean, hace falta inexcusablemente un recíproco reconocimiento político que, si no se produce, ello nos va a hacer a todos responsables de su negación.
A estas alturas, ¿en qué cifrar esos caminos del reconocimiento como contrarios al ya vigente desreconocimiento? Si por una parte sería obligado el posible reconocimiento de Cataluña como nación, por otra sería de esperar el posible reconocimiento del Estado español como capaz de reconfigurarse como plurinacional. Ante una consideración como ésta no faltarán los que piensen, de nuevo, que es voluntarista, si no extemporánea, dado el punto al que ha llegado la insumisión del independentismo respecto del orden constitucional. Desde éste se dirá que lo planteado es de ingenuidad supina, dada la cerrazón del nacionalismo españolista parapetado tras la Constitución. Pues bien, sólo queda hacer una llamada a voluntades políticas lúcidamente inspiradas para abrir paso a la --a mi parecer-- más dialogante, más democrática y más inclusiva propuesta política con la que llegar a ese acto democrático que, de una forma u otra, todos contemplan: un referéndum en el que la ciudadanía se pronuncie de manera explícita con el voto acerca del futuro, en común o separados, de Cataluña y del Estado español. Es por ello que algunos seguimos insistiendo machaconamente en el federalismo plurinacional como esa bandera que el imaginado guardagujas puede hacer ondear para que la evitación del choque se produzca en la mejor estación.
Lo verdaderamente asombroso de la situación que en estos momentos se vive en Cataluña y, por ende, en el Estado español, es que se haya llegado hasta ella siguiendo por cada una de las partes enfrentadas un guión anunciado a bombo y plantillo, sin que se hiciera nada serio por evitar el grave conflicto...
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José Antonio Pérez Tapias
Es catedrático en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Granada. Es autor de 'Invitación al federalismo. España y las razones para un Estado plurinacional'(Madrid, Trotta, 2013).
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