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No es que el subjefe de policía Rocco Schiavone tenga malas pulgas: las tiene peores. Puede llegar a la grosería cuando está muy enfadado (palabra suave: que una es una señora aunque sea mayormente malhablada en la intimidad), y casi cuando ni eso, y a la violencia física cuando se le cruza un cable de su particular sentido de la justicia. La costilla de Adán es su segunda investigación en el Valle de Aosta, el infierno para un romano como él, que se obstina en patear la nieve con zapatos de urbanita meridional, y vive el frío como un leitmotiv enervante y con tacos. Su autor, Antonio Manzini, cierra el capítulo de agradecimientos de la novela, la segunda que publica Salamandra (después de La pista negra) y que acaba de aparecer, con esta frase: “A día 21 de noviembre de 2013, año en que escribí este libro, los casos de muerte por violencia machista en Italia ascienden a ciento veintidós. Hasta que esa cifra baje a cero, no podremos considerarnos un país civilizado”.
Bueno: nosotros tampoco. El fin de semana pasado cayeron otras cinco en cuarenta y ocho horas, mientras culminaba en Madrid la multitudinaria marcha contra el terrorismo machista del 7N. Nos ponemos en 54, que es la cifra anual de los dos últimos años. Y a 2015 le faltan dos meses. Esas cifras son bastante aleatorias (hay quien hace subir a 75 las que van este año), por lo restrictiva de la clasificación de víctimas, que hay que revisar y mucho.
El caso es que el subjefe Schiavone se enfrenta esta vez al asesinato de una mujer. Y como lo peor que se puede hacer con una novela negra es “contarla”, lo evitaré cuidadosamente. Pero como la literatura y la vida se tropiezan siempre, pues…. Yo creo que Schiavone está en la estela de Brunetti y Montalbano, sólo que es más canalla y más expeditivo. No es que los comisarios de Donna Leon y Andrea Camilleri se anden con tonterías. Uno y otro trampean a veces, perdonan muchas, ladeando sutilmente la Ley, y torean sus vidas privadas. El subjefe de Manzini (“No soy comisario, coño!”) es más duro: coquetea con la corrupción, se toma la justicia por su mano, y viene desterrado de una tragedia incurable, y lo que considera una manipulación y un abuso de poder extra policial, así que hablar de vida privada es casi un chiste.
Antonio Manzini es de 1964, o sea que tiene 50 cumplidos. Donna Leon es del 42, así que tiene eso, pon que setenta, que las señoras no sabemos sumar años. Y el maestro Camilleri lleva dos gloriosas décadas con su comisario siciliano, y empezó a los 69…. Cabalmente, tres generaciones, a quince años “y caballos”, que se dice en la ruleta, y que son los que signan, según Ortega y Gasset, el cambio generacional. Los tres están de actualidad al mismo tiempo: De Camilleri, Salamandra publica la semana que viene Mujeres, un libro de relatos y perfiles de chicas, míticas o reales. Donna Leon, recién premiada con el Pepe Carvalho, del Ayuntamiento de Barcelona, acaba de publicar con Planeta su Sangre o amor, donde vuelve a donde empezó, que diría el grandísimo T.S.Eliot: al teatro de La Fenice. Y Muerte entre líneas, la anterior, está apareciendo en bolsillo. La generación punk, la de Manzini, se nota. Menos comidas --ah, los recetarios de Brunetti y de Montalbano, vale decir de Adelina, su cocinera-- y más canutos, no sé cómo decir. Y, a lo mejor, hasta menos escrúpulos: sí. Menos escrúpulos.
El que las mujeres sean la víctima es bastante común en la novela negra. Y en las series de televisión. Aportan a éstas el morbo del sexo cazador, la tradición del llamado “crimen pasional”, en fin, toda esa parafernalia en la que, finalmente, el machismo encuentra una patita para apoyarse. Pero en el caso de estos tres novelistas y, en general, en la ya tópicamente llamada Novela Negra Mediterránea, que encabezaba Manuel Vázquez Montalbán, e incluía a Petros Márkaris y yo añadiría a Alicia Giménez-Bartlett, entre otros, el objetivo no está ahí. Son las relaciones sociales y económicas las que dominan. Hacen, por así decir, más sociología que psicología. Y no digo yo que falten las motivaciones personales (el móvil siempre es personal, el asesino siempre mata de uno en uno, de una en una), pero hay siempre la propuesta de una lectura más general. Más social. En La costilla de Adán (y no la voy a destripar) la reflexión va exactamente por ahí. En este caso, es el machismo, subterráneo, ferozmente incrustado en las relaciones supuestamente íntimas, en la trama de los sentimientos y las culpas, en fin.
¿Que si es una novela feminista? Pues no lo sé. Pero, aparte de que es una novedad editorial, las cinco muertas más, cuando medio millón de personas nos manifestábamos al sol de Madrid para pedir la consideración del terrorismo machista como una cuestión social y de Estado, casi me obligaban a comentarla. Es que la novela negra abre con un escalpelo singular las conductas sociales, lo que tienen de común y, si me apuran, la manera en que se vuelven internas, personales. Por abyectas que sean. Y otra cosa: el espectacular giro y final de La costilla de Adán alegrará en el alma, amargamente, eso sí, a muchas feministas. Os lo digo yo.
No es que el subjefe de policía Rocco Schiavone tenga malas pulgas: las tiene peores. Puede llegar a la grosería cuando está muy enfadado (palabra suave: que una es una señora aunque sea mayormente malhablada en la intimidad), y casi cuando ni eso, y a la violencia física cuando se le cruza un cable de...
Autor >
Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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