Lectura / ‘El Arenque de Bismarck’
Un modelo de maltrato social
Jean-Luc Mélenchon 11/11/2015
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El líder de la izquierda francesa Jean-Luc Mélenchon acaba de publicar en España su último libro, El arenque de Bismarck, en el que denuncia que Alemania se ha convertido en peligro para sus vecinos. El autor arremete contra su “arrogancia” y su modelo que impone al resto de Europa para su propio beneficio. Mélenchon será el encargado de clausurar la primera cumbre de Por un Plan B para Europa, que se celebrará los días 14 y 15 de novimebre en París, y a la que acudirán varios ex ministros de finanzas de la Unión -- Yanis Varoufakis, Stefano Fassina, Oskar Lafontaine--, líderes de la izquierda europea, europarlamentarios, economistas e intelectuales.
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Alemania es mucho más que su gobierno y sus élites financieras; Alemania es la historia del movimiento obrero más importante de Europa, de un sentimiento popular antifascista responsable y con memoria, de una conciencia ecológica ejemplar, de pacifismo, de todo aquello que Merkel y sus jefes están desprestigiando. La crítica a su gobierno y a sus élites económicas no es incompatible con el respeto y la admiración que los demócratas europeos sentimos por el pueblo alemán, cuyo concurso es imprescindible para construir una Europa social y democrática. Pero hoy defender la democracia en Europa significa defender la soberanía y los derechos sociales frente a las imposiciones de Alemania y frente a los cortesanos del partido del no se puede.
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¿Nos atreveríamos a decirles a los pobres que tienen mucha suerte? Claro que no. ¿Seguro...? Sí nos atrevemos: es lo que hacemos cada vez que nos unimos al coro de alabanzas al supuesto éxito alemán. Los piropos al modelo alemán son dardos de cruel indiferencia lanzados contra millones de alemanes. Porque hoy Alemania es un océano de pobreza. Cerca del 16% de la población alemana vive bajo el umbral de la pobreza. Son 13 millones de personas. Un pozo que se traga sectores crecientes de la sociedad, incluidos los propios pobres. Porque en la rica Alemania los pobres también se empobrecen. En 2012 solo les dejaban el 1% de la riqueza del país, y no es que su punto de partida fuera muy alto: en 2003 poseían el 3%. Evidentemente, en el mismo periodo los más adinerados fueron protegidos, incluso mimados. Les rebajaron cariñosamente los impuestos. ¡Uf! En 1998 los impuestos detraían hasta el 47% de los ingresos de los más ricos. En 2005, al término del gobierno de Schröder, este porcentaje había bajado al 29%. En cuanto al impuesto de sociedades, se redujo del 40% al 25% en 2011. Más dividendos para los accionistas, que por otro lado pagan menos impuestos. ¡Esto es vida!
Hoy Alemania es un océano de pobreza. Cerca del 16% de la población alemana vive bajo el umbral de la pobreza
El salario, de rebajas
Con este panorama, diga lo que diga la leyenda, para salir adelante no basta con tener trabajo. El 20% de los asalariados son trabajadores pobres. Siete millones de asalariados ganan menos de 450 euros al mes. Son los que hacen los llamados minijobs. Porque la precariedad de los asalariados se ha disparado. Las reformas del socialista Schröder facilitaron como nunca antes el trabajo a tiempo parcial y los empleos basura. Los empleos precarios, los contratos de duración determinada y los contratos interinos duplican ya a los de Francia. En Alemania el 25% de los asalariados tienen un contrato de este tipo. ¡Uno de cada cuatro! En diez años el número de trabajadores cedidos por empresas de trabajo temporal se ha duplicado, y el número de contratos de duración determinada ha aumentado más del 20%. Alemania, la mejor en todo, también es una campeona en salarios bajos. En los últimos diez años el salario promedio ha bajado un 4,2%. Pero este promedio no refleja el hecho de que los que ganan menos son el 80%. Una vez deducida la inflación, el alemán medio ganó menos en 2013 que en 1999. Las finanzas alemanas pueden alardear de este “vapuleo de clase”, el mayor que se haya dado en la antigua Europa Occidental. La parte de la riqueza producida que se reparte en salarios ha experimentado un recorte brutal: nada menos que nueve puntos en menos de diez años. Lo mismo que en Francia en 30 años. La parte de los salarios pasó del 76% del PIB alemán en 2000 al 67% en 2007. Datos de la OCDE. Aparte de eso, la lucha de clases por la apropiación de la riqueza no existe. Pero la derrota política de los asalariados salta a la vista. Todavía no se ha llegado al reparto leonino de muchos de los antiguos “países del Este”, donde se hace al cincuenta por ciento, un nivel que ni siquiera las dictaduras latinoamericanas lograron alcanzar. Esta violencia se produjo mientras en el resto de la zona la tendencia, aun siendo feroz, no alcanzaba esos niveles extremos. Entre 2003 y 2012 el precio del trabajo aumentó un promedio del 20% en la zona euro: nadie recuerda que por eso se tirasen cohetes. El recuerdo de cada cual puede servir para imaginar lo que tuvieron que aguantar los asalariados alemanes. Porque para ellos el aumento solo fue del 7% en diez años. Hoy, en nombre de la “competitividad”, la Unión Europea exige que todos los países hagan los deberes, e impone los métodos que han dado este resultado en Alemania. ¿Y por qué no al revés? Si el modelo alemán es tan estupendo, debería permitir que los salarios aumentaran, tal como pedían los sindicatos, ¿no? Pues no. Está claro que quienes toman las decisiones no se creen su propaganda. Saben muy bien que el modelo a lo que lleva es a que unos desvalijen descaradamente a los otros, y a aumentar cada vez más la brecha para mantener el carácter desleal de la competencia. Ocurrió así cuando, presionado por los sindicatos y el partido de izquierda Die Linke, el gobierno de Merkel se decidió por fin a establecer por ley un salario mínimo. Empecemos por señalar que en este paraíso social no existía salario mínimo interprofesional. Entró en vigor el 1 de enero de 2015. Pero incluso en estas condiciones, Alemania hace gala de su agresividad: el salario mínimo alemán es inferior al francés. De todos modos, la mayoría de los ramos industriales recurren a toda clase de artimañas para sortear este dispositivo legal. Quedan así en evidencia las historietas sobre la concertación social ejemplar y la lealtad rígida y legalista, supuestas virtudes del “alemán” en los desvaríos de los germanólatras franceses.
El 20% de los asalariados son trabajadores pobres. Siete millones ganan menos de 450 euros al mes. Son los que hacen los llamados minijobs
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El sueño del gran mercado transatlántico
En el marco global de la recomposición geopolítica del mundo, Alemania se comporta como una potencia en su ámbito de influencia. Pero es una potencia sin más proyecto que prolongar las condiciones materiales de su existencia. Su éxito a la hora de imponer sus normas de gestión monetarista a toda Europa le ha dado alas. Hemos podido ver cómo la señora Merkel, con una brusca maniobra, ha conseguido desatascar la negociación del tratado transatlántico, que llevaba años en el limbo. En el momento decisivo ha sabido lo que había que hacer. El presidente Obama ha hecho como si fuera algo novedoso. Se ha prestado a representar la comedia del lanzamiento de un nuevo proyecto, que en realidad se venía arrastrando desde 1996. Después de varios intentos fallidos, el compromiso de varios presidentes estadounidenses y de sus homólogos de la Comisión Europea no había logrado vencer el recelo de la mayoría de los Estados. El obstáculo se salvó a principios de 2013, cuando la señora Merkel viajó a Estados Unidos para anunciar que se entablaban “negociaciones sobre un acuerdo de libre cambio entre la Unión Europea y Estados Unidos”. Ningún pueblo europeo fue consultado al respecto. A ningún gobierno europeo se le preguntó antes de hacer este anuncio. El presidente del Consejo Europeo y el de la Comisión acudieron prestos a Washington para confirmarlo con entusiasmo. Una vez más Alemania decidió por todos. Desde entonces la canciller se ha erigido en garante de la buena marcha de las negociaciones. En particular, defiende contra viento y marea la idea de los tribunales de arbitraje, rechazados por toda la Europa de los derechos civiles. Estos supuestos tribunales están facultados para saltarse las leyes de los países en la resolución de los litigios entre los Estados y las grandes compañías transnacionales. Un mecanismo que resume el orden liberal, tal como lo conciben los dirigentes alemanes. De modo que la ley ya no tiene valor, ni tampoco el voto de los ciudadanos, sus asambleas y sus programas políticos presentados en las elecciones. Las transnacionales están de fiesta. A Australia ya la han denunciado por su política antitabaco, a Canadá por su moratoria sobre el gas de esquisto y a Alemania... ¡por su renuncia a las centrales nucleares! La señora Merkel sabe imponer su voluntad y pre- siona con fuerza para que se llegue rápidamente a un acuerdo. Hasta la Comisión ha acabado refunfuñando. A Merkel le tiene sin cuidado. El 4 de marzo de 2015, en Bruselas, dio un puñetazo en la mesa: “El plazo para acabar las negociaciones es el final de 2015”. Silencio en las filas.
Jean-Luc Mélenchon es eurodiputado y líder del Parti de Gauche francés.
El arenque de Bismarck. Jean-Luc Mélenchon. Traducción de Juan Antonio Vivanco. Prólogo de Pablo Iglesias. Epílogo de Manolo Monedero. El Viejo Topo, 2015.
El líder de la izquierda francesa Jean-Luc Mélenchon acaba de publicar en España su último libro, El arenque de Bismarck, en el que denuncia que Alemania se ha convertido en peligro para sus vecinos. El autor arremete contra su “arrogancia” y su modelo que impone al resto de Europa para su...
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