Análisis
Acabemos con la diplomacia de las bombas
El ataque terrorista ha intentado y, seguramente conseguido, dejarnos el siniestro horizonte de una polarización Le Pen / ISIS que interesa a ambos actores: islamofobia y racismo contra la locura yihadista. Debemos frenar esa dinámica.
François Ralle Andreoli 15/11/2015
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El ataque terrorista del 13N ha traído la muerte y el caos al corazón de París: líneas de metro cortadas, gente encerrada en bares durante horas, miles de espectadores atrapados en el Estadio de Francia, batallones militares desplegados y más de 120 muertos. El gobierno francés ha reaccionado decretando el estado de emergencia, lo que no se había producido, a escala nacional, desde la Guerra de Argelia. Nuestro universo cambia como si paulatinamente nos dirigiéramos hacia una de las pesadillas cinematográficas que pretendían, precisamente, prevenirnos de este tipo de derivas, como la película Brazil del genial Terry Gilliam, donde los «terroristas» irrumpían aleatoriamente con atentados sangrientos que al mismo tiempo justificaban el mantenimiento de un orden totalitario sobre los ciudadanos.
La emoción, la rabia frente a los asesinos y su terror ciego y, por definición injusto, no impide que los que ya padecimos el terrorismo islámico en la capital parisina en 1995 nos hagamos una serie de preguntas legítimas. Legítimas, porque frente al terrorismo se necesita, por supuesto, unidad nacional, pero también defender el uso de la razón inherente a la democracia. Veinte años después de los atentados de los trenes que conmocionaron París, parecen haber fracasado nuestros planteamientos internacionales, y haber sido inútiles las numerosas leyes de seguridad (recortando derechos) que nos hemos impuesto.
Las sociedades europeas, supuestamente más protegidas que nunca detrás de vallas todavía más altas y herméticas para la gente del Sur, están en realidad en una situación más insegura y frágil que nunca; por lo menos los ciudadanos de a pie, como los caídos del 13N. A algunos les interesa que se piense que se ha acelerado en crescendo una suerte de «guerra de civilizaciones» global, según el concepto propuesto por pensadores y gobiernos norteamericanos (adoptado, por cierto, hace poco por el mismo gobierno francés en boca de Manuel Valls). La visión geocultural, plasmada por los discípulos de Huntington, intenta hacernos creer que hay algo en el «ADN», la cultura, la religión de las poblaciones que viven al Sur y el Este de nuestro espacio de vida (con ramificaciones migratorias en nuestros países formando una suerte de «enemigo del interior») que las convierte en amenazas naturales para nosotros. Es, en realidad, el fundamento del discurso político de Marine Le Pen, quien puede, de nuevo, sacar un gran rendimiento politico a los atentados del 13N. La pesadilla de una polarización del mundo entre la violencia ciega de los yihadistas y la llegada al poder de Le Pen no ha sido nunca tan tangible. Frente a ello, no necesitamos más discursos o demostraciones de fuerza de políticos a la deriva, intentando imitar a la fracasada Global War on Terror de Bush, la misma que nos ha traído más violencia y más terrorismo.
Para los republicanos y demócratas franceses, solo existe una civilización, la de la libertad, los derechos humanos y la democracia. De esta civilización universal, como recuerda en su artículo Edwy Plenel, formaban parte Ahmed Merabet, policía de origen argelino que sacrificó su vida bajo el edificio de Charlie Hebdo en enero pasado, y Lassana Bathily, ciudadano musulmán de Mali quien salvó a varios rehenes del supermercado judío Híper Cacher. No nos equivoquemos de enemigo. Debemos reconocer que todos los franceses nos ha entrado el miedo, en particular cuando nos informan desde el Ministerio del interior de la presencia en Francia de más de 1.800 personas pertenecientes a redes sirio-iraquíes, ciudadanos que han transitado por los principales conflictos del Oriente Medio y campos de entrenamiento y adoctrinamiento.
Después del 13N, será difícil contener la psicosis colectiva, el miedo a que los «lobos solitarios» y otras «células durmientes» puedan volver a cometer nuevas masacres. El desamparo es muy grande frente a la facilidad con la que un hombre fanatizado y sin miedo a morir puede atacar cualquier espacio público con métodos de terrorismo « low cost, low tech »: un arma automática, unos cuantos cargadores y un cinturón de dinamita. Parece difícil de creer, pero se ha radicalizado hasta el propio terrorismo. Los hombres de las bombas en los trenes parisinos de 1995 intentaban salvarse. El asesino de hoy es un kamikaze, no teme perder su vida.
Pero volvamos a la razón para dominar el miedo y el odio. ¿Qué procesos han podido explicar la producción de candidatos a tal desesperación suicida? ¿Qué responsabilidades y soluciones políticas podemos exigir?
Se cruzan fenómenos complejos, pero en ningún caso abstractos o meramente etnoculturales. En el análisis, una vez más, de las dinámicas de su génesis radica la posibilidad de construir soluciones metódicas frente a estas nuevas amenazas y estos nuevos enemigos tan difíciles de combatir. Por ejemplo, la disponibilidad de una parte ultraminoritaria de los jóvenes franceses (y de otros países) para ser candidatos al yihadismo (da igual que los del 13N lo fueran o no) se explica por los mismos problemas socioeconómicos que padecen los suburbios franceses desde hace décadas, y por la incapacidad para integrar en el relato republicano nacional a una parte de los jóvenes marginados.
A ese substrato antiguo, al que no se aportó nunca una respuesta nítida, se suman factores modernos como el papel de las redes sociales que favorecen la globalización de la captación de jóvenes o también la financiación con petrodólares de una galaxia de escuelas coránicas radicales en Europa por países "amigos" sobre los que no se ejerce ningún tipo de presión, como Qatar o Arabia Saudí. En realidad, el fenómeno es más complejo todavía porque un cuarto de estos yihadistas franceses son conversos, a veces originarios de pequeños pueblos sin ningún origen musulmán. Lo que sí parece seguro es que la permanencia de focos conflictivos en el Oriente Medio y África es la mayor máquina de generar violencia in situ (ahora entendemos mejor porque huyen tantos sirios del avispero) y de exportarla al mundo. Una vez más, los conflictos de Medio Oriente han irrumpido sin invitación en Europa. Ingenuo el que imaginaba otro escenario.
El desarrollo de la amenaza terrorista originaria de Oriente Medio no es tampoco un hecho abstracto, producido por la fricción de civilizaciones antagónicas. Hasta el terrible movimiento fanático y sanguinario ISIS tiene sus lógicas, objetivos e intereses. Su desarrollo ha sido potenciado, obviamente, por las intervenciones militares de los países occidentales como las de Irak, o las de Francia en Libia y más recientemente en Siria. La diplomacia del bombardeo de Occidente le ha llevado a ser un blanco privilegiado del terrorismo radical que el mismo ha potenciado a escala global. Es sintomático que países que históricamente jugaban un papel político central en la gestión diplomática de las tensiones en Oriente Próximo, como Francia y España, hayan sido los principales objetivos de los terroristas después de haber cedido a las sirenas de las intervenciones militares fáciles y la OTANización de la política internacional.
El antiguo primer ministro Dominique de Villepin, el mismo que se opuso en las Naciones Unidas a la guerra de Irak, había claramente avisado en sus intervenciones públicas de que nuevas aventuras militares en Siria producirían más guerras y más violencia (léase Más bombas o cómo acelerar la “libanización” de Siria). De Villepin traza un análisis preciso del ISIS que (una vez más) no es un fenómeno abstracto o irracional. El Estado Islámico se nutre tanto del apoyo que recibe de la población suní de Siria como de la de Irak o de más allá, hasta Libia. Estas poblaciones golpeadas por años de conflictos se ven amenazadas por otras entidades y encuentran en ISIS una forma de escudo frente a presiones externas. Por eso, para él, es necesario desconectar al ISIS de sus bases sociales ofreciendo alternativas a estas regiones y poblaciones, lo que no permitirían en ningún caso los bombardeos, que al contrario refuerzan las tensiones y el repliegue identitario. Villepin (como otros) propone, en particular, cortar los suministros que recibe el ISIS, empezando por el petróleo que le compran a través de redes clandestinas que transitan por países de la zona, seguramente cómplices. Eso supone una presión diplomática y una coordinación política internacional.
No se escuchó a la voz de la razón y de la experiencia y se eligió la facilidad aparente de las aventuras neocons. De tal manera que, frente al miedo y la absurda muerte de inocentes, mas allá de la emoción y el luto colectivo, debemos de entender que nos estamos jugando el futuro de nuestro modelo de vida colectivo en Europa. Porque nos hemos encerrado en nuestra fortaleza, abandonando a nuestros vecinos del Mediterráneo al caos político y económico. Porque hemos desmantelado con recortes el trabajo de cooperación al desarrollo y de acompañamiento político y diplomático de los esperanzadores movimientos democráticos árabes de 2011. Porque nos hemos olvidado de que hay otra manera de abordar los problemas internacionales que la de la OTAN o Rusia. Porque hemos dejado erosionarse todas las herramientas de diálogo multilateral, incluida la propia Unión Europea. Porque hacemos peligrar los derechos universales por los que hemos luchado cuando cuestionamos la posibilidad de brindar asilo político a los que huyen de la barbarie. Porque nos hemos encerrado en la lógica tecnocrática de los banqueros de Bruselas asfixiando nuestras economías, empobreciendo nuestras sociedades y nuestras capacidades imaginativas, cuando necesitaríamos un gran plan Marshall de reordenación del modelo productivo europeo y volver a ilusionar a nuestros jóvenes.
El momento que eligen los terroristas para una masacre de inocentes nunca es ingenuo, como vimos en España el 11M de 2004. Estamos a unas semanas de las elecciones regionales en Francia y a un mes de la cumbre mundial sobre el cambio climático, la COP21 de París. Momentos claves de nuestra vida democrática y de nuestra visión del futuro. El rebote terrorista habrá intentado y, seguramente conseguido, dejarnos el siniestro horizonte de una polarización Le Pen/ISIS de nuestro universo que interesa a ambos actores: islamofobia y racismo contra la locura yihadista. No es una fatalidad, es la consecuencia de decisiones políticas fracasadas contra las que debemos de seguir luchando sin caer en las trampas que nos tenderán los discursos oficiales para intentar generar mas polarización. La cuestión central del reapoderamiento de la política por la gente también es central para construir un escenario internacional más seguro.
El ataque terrorista del 13N ha traído la muerte y el caos al corazón de París: líneas de metro cortadas, gente encerrada en bares durante horas, miles de espectadores atrapados en el Estadio de Francia, batallones militares desplegados y más de 120 muertos. El gobierno francés ha reaccionado...
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François Ralle Andreoli
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