En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
En estos tiempos confusos de desesperanza y anhelo de otras políticas vuelven a irrumpir los defensores de la nación sostenida en la identidad. Vienen intentando mezclar nuestro dolor contra el exasperante sistema con recursos post románticos del viejo “volksgeist”, aquel “espíritu del pueblo” que sostenía que los ciudadanos son aquellos que comparten cultura, lengua, etnia o raza.
Por mucho que lo enmascaren sigue llamándose por el mismo nombre.
Uno mira desde lejos (apuntes porteños). Y lee. En estos días, un clásico, Stefan Zweig, la Novela del ajedrez, una novelita —un relato— de apenas cien páginas que hoy ningún autor de mérito despacharía con menos de 800. Se desarrolla en mitad del Atlántico, en un barco rumbo a Argentina. Dos personajes, el campeón mundial de ajedrez y un tipo anónimo, el Dr. B. El campeón es una máquina casi perfecta, ideas fijas, soluciones eficaces; el Dr. B., un hombre apagado, culto, destruido por la Gestapo pero todavía integro, es decir, libre, mientras que el mundo se había derrumbado a su alrededor. Durante las partidas de ajedrez de la travesía se plantean cientos de preguntas al lector. Inevitablemente he vuelto a recordar el otro libro que escribió Zweig en América, El mundo de ayer, donde evoca con extrema lucidez el universo perdido de la civilización centroeuropea. Un libro conmovedor, repleto de detalles de estilo. Hasta los nombres de los capítulos —Eros matutinus, Universitas vitae— evocan frescor, optimismo. No esconde las miserias. Natural. Fue, probablemente, la generación más culta de la historia europea. La cumbre de la civilización humanista, la esperanza en el futuro. Stefan Zweig, ahora proscrito por judío, exiliado en Petrópolis (Brasil), había sido uno de los autores de mayor éxito de Europa. En 1942, viendo cómo el nazismo seguía avanzando, decidió acabar con su vida. Estas obras, el ajedrez y el mundo de ayer, que subtituló Memorias de un europeo, fueron su testamento literario.
Un autor lleva a otro. Varias tardes escuchando las disquisiciones de los polemistas que pueblan las novelas de Sándor Márai. Varias tardes releyendo esa delicia de historia alrededor de doscientas figuritas de madera y marfil, ninguna de ellas mayor que una caja de cerillas (los netsuke), a través de las cuales Edmund de Waal nos enseña una Europa ida para siempre (La liebre con ojos de ámbar). Un viaje circular, que empieza y acaba en Japón, conjugando amenidad, erudición y gracia. Conceptos demasiado delicados para extraviarse. Una familia judía, los Ephrussi, rica gracias al comercio de trigo con Odesa, expande sus negocios en las dos grandes capitales europeas de los siglos XIX y XX, París y Viena. Con ellos recorremos los impulsos de la época. En realidad, su epifanía. Por si fuera poco, De Waal acredita pericia quirúrgica para escarpelar los efectos del odio en el tejido humano y su asombrosa capacidad de regeneración. "Mire el azul de los jacintos —recomienda Rilke a una de las protagonistas—, antes que leer literatura".
De modo que, como suele suceder, descubriendo obviedades. Verificando ignorancia.
Primera: La mayoría, lo mejor del siglo XX que hemos vivido es, en lo esencial, producto y artículo de exportación austrohúngara: Viena, Praga, Budapest. A partir de 1880 y hasta 1938, la representación de nuestros símbolos, nuestras inquietudes, nuestras dudas. La Escuela de Viena y el gran Wittgenstein, los padres de la filosofía, enseñándonos el valor esencial del lenguaje. Kafka, Robert Musil y Broch, quienes se atrevieron a resquebrajar el territorio de la narrativa penetrando en la introspección literaria. El Jugendstil vienés y el expresionismo checo abriendo las sendas del art déco, los ríos que desembocaron en la Escuela de Nueva York y el action painting. Sigmund Freud fue más allá de la apertura de nuevos caminos: nos cartografió la vida interior. ¡Qué decir de la música! Bastan los nombres. Pilares de ambas tendencias. Por un lado Mahler, Béla Bartók y Bruckner. Por el otro, Schönberg, Alban Berg y Webern. Es verdad, la mejor arquitectura estaba en la orilla alemana —el Bauhaus de Weimar—, pero Otto Wagner y Adolf Loos habían puesto los cimientos del funcionalismo. La extraordinaria sátira política de Kraus. La ciencia (Ernst Mach abriendo la puerta a Einstein), la economía (Schumpeter, Hayek). La sociología, las ciencias naturales. Toda la cultura que Estados Unidos consolidó —y nos exportó— en la segunda mitad de siglo XX bebe de estas fuentes. En la implosión, el elemento impuro, judío, —Freud, Mahler, Kafka, Schönberg y tantos otros— fue determinante.
Segundo correlato (o segundos). Lo cercano, un poco más humilde. Jodidos nacionalismos. De nuevo una lectura. También una canción. Casi nada es casual. La canción, Virus Nacional, de Bilillo y Los Sullos, bilbaínos de pro. Les dejo el YouTube. Háganme caso, oigan también El Sur de Armenia.
El poema, de José Emilio Pacheco, un grande mexicano.
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
ciertas gentes,
puertos, bosques de pinos, fortalezas,
una ciudad deshecha, gris, monstruosa,
varias figuras de su historia
montañas
(y tres o cuatro ríos)
Tercero: Todavía más cercano, más humilde. En tiempos no turísticos, tenemos pendiente viaje familiar por la Centroeuropa que no nos explicaron bien. Hay que seguir honrando las deudas con los mayores.
En estos tiempos confusos de desesperanza y anhelo de otras políticas vuelven a irrumpir los defensores de la nación sostenida en la identidad. Vienen intentando mezclar nuestro dolor contra el exasperante sistema con recursos post románticos del viejo “volksgeist”, aquel “espíritu del pueblo” que sostenía que...
Autor >
Pedro Jesús Fernández
Pedro Jesús Fernández, madrileño de Albacete, vive en Buenos Aires por los mismos azares que antes le hicieron recalar en México DF y Roma. Escribe artículos ligeros en CTXT, El País y otros medios. También, a veces, con constancia pero sin prisa, dedica su tiempo a otros menesteres literarios, y de tarde en tarde, pinta acuarelas.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí