Escena parlamentaria, 1855. Obra de Eugenio Lucas Velázquez.
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No hace ni medio año, solía observar las instituciones desde fuera, con un ojo académico y con otro activista, y el dictamen era el mismo: ¡qué viejas están! La crisis generacional que atraviesa la política institucional no se da sólo en España. Existe un debate global sobre cómo se puede modernizar este parlamentarismo que, prácticamente, ha cambiado más bien poco en los últimos 200 años.
Así, los nuevos partidos emergentes prefieren hablar de nueva y vieja política, fijando un eje discursivo que los diferencie, más allá del clásico izquierda-derecha, de sus ancianos competidores. Pero el reto de este rejuvenecimiento de la política debería ser algo más que retórica y, de momento, lo que se aprecia es cómo las arrugas y las canas van apareciendo también en los nuevos partidos.
Ahora, que me encuentro trabajando en sus tripas, me doy cuenta de que la institución viene replegándose sobre sí misma durante décadas, de manera que pueda deshacer cualquier intento y neutralizar cualquier afán de cambio que llegue desde fuera. Para ello, se establecen una serie de normas de procedimiento y de ‘usos’ que terminan por consumir la energía e imbuir a los nuevos huéspedes en el cansino ritmo del bucle infinito institucional.
Os pondré un par de ejemplos:
La actividad parlamentaria andaluza se suele regir y ordenar desde la llamada Mesa del Parlamento, donde hay, al menos, un miembro de todos los partidos con representación parlamentaria. La Mesa se encarga de calificar favorablemente o de tumbar las diferentes iniciativas que los grupos parlamentarios van registrando, de formalizar los contratos de obras, servicios o suministros del propio Parlamento y, también, de elaborar la propuesta de orden del día de los plenos.
Por si no lo sabíais, los grupos parlamentarios no pueden presentar todas las iniciativas que quieran, el pleno sigue limitado por el tiempo y el espacio, de manera que existen, normalmente en el Reglamento del Parlamento, unas reglas para repartir los cupos que les corresponden a cada partido en función de su representación. Sin embargo, estas reglas de procedimiento se pueden sustituir por los acuerdos a los que lleguen todos los grupos parlamentarios, que se tendrán que hacer valer en la Mesa.
En el Parlamento de Andalucía llegamos a un acuerdo entre todos los grupos para repartirnos los cupos de iniciativas pero, curiosamente, al final está siendo Podemos el que menos está presentando. Semana tras semana, el resto de partidos se sacan una regla nueva, que no estaba en el acuerdo, para bloquear sus iniciativas. Hemos llegado a escuchar “usos y costumbres” tales como “equilibrar un pleno” para dar preferencia a una Proposición No de Ley (PNL) de Ciudadanos por encima de una de Podemos, a pesar de que no le correspondía por turno. En otra ocasión, los representantes de los partidos mayoritarios recriminaron al de Podemos que la portavoz, Teresa Rodríguez, no se dirigía personalmente a los portavoces de PPSOE para avisar de las iniciativas que se registraban para el pleno y, utilizando sus votos, “colaron” a IU cuando tampoco le tocaba. Hace un par de semanas, tras observar que PPSOE e IU habían registrado cuatro PNL fuera de plazo y en un espacio de veinte minutos, justo antes de empezar la Mesa, incluso repitiendo una que ya habían presentado, de manera que bloqueaban de nuevo a Podemos, comprendimos que los viejos zorros del Parlamento estaban utilizando su experiencia para castigar al novato peleón, al que los llama casta, mientras protegen al novato dócil.
Los viejos partidos no temen las propuestas políticas de Podemos. Es más, demostraron con la Ley de Cuentas Abiertas que basta saber utilizar los trucos parlamentarios para bloquearlas y que caigan en el olvido. Lo que temen los apoltronados políticos es la denuncia de sus privilegios: que un partido nuevo done las dietas y denuncie que se cobran incluso en meses donde no hay actividad parlamentaria. Que un partido nuevo pida que se trabaje los viernes y los plenos duren más para poder ejercer un control real al ejecutivo, que las comisiones de investigación se retransmitan para que la gente vea quién se la toma en serio y quién no. A esto es a lo que temen, porque esto es lo que más cabrea a la gente: los privilegios.
La institución te intenta seducir, primero, con sus prebendas y privilegios y, si no los aceptas y además, los denuncias, entonces funciona el cártel del resto de los partidos que, directamente, van a por ti, hasta que cedas y pases por el aro, y te hagas viejo.
Pero no sólo a través de este tipo de presiones envejece uno dentro de una institución. Las propias iniciativas parlamentarias están diseñadas para producir tan sólo una sensación de que se está haciendo algo. Y ruego que me perdonen todos los y las parlamentarias que echan horas y horas preparando iniciativas pero, por ejemplo, las Proposiciones No de Ley son una manera absurda de perder tiempo y recursos que no lleva a nada. De vez en cuando celebramos que hemos ganado una votación de una PNL contra la LOMCE, o contra la reforma del artículo 135 CE, lo que quiere decir que el Parlamento insta al Gobierno autonómico a que, a su vez, inste al Gobierno central a que retire tal o cual ley. Tengo serias dudas de si el Gobierno central se lee estas instancias para echarse unas risas o, directamente, las tira a la papelera. Ya puestos, hagamos PNL contra las olas de calor, contra El Hormiguero o contra las propias PNL, porque iban a servir lo mismo, nada.
Proposiciones NO de Ley, es decir, NO-Leyes. Legisladores haciendo NO-Leyes. Y así se va el tiempo en el Parlamento, mientras los Ejecutivos se visten de Legislativos y utilizan todos los recursos de la Administración (técnicos, jurídicos, documentales…) para preparar y aprobar Decretos y Proyectos de Ley.
La tarea de rejuvenecer la política desde dentro tiene ese riesgo: o lo consigues o, de repente, te das cuenta de que has envejecido 150 años y todas esas ideas renovadoras que tenías ya se te han olvidado o te parecen una locura. Y así sobrevive y se reproduce la política zombi.
No hace ni medio año, solía observar las instituciones desde fuera, con un ojo académico y con otro activista, y el dictamen era el mismo: ¡qué viejas están! La crisis generacional que atraviesa la política institucional no se da sólo en España. Existe un debate global sobre cómo se puede modernizar este...
Autor >
Francisco Jurado Gilabert
Fue asesor del grupo parlamentario de Podemos en Andalucía. Es Jurista e investigador en el Instituto de Gobierno y Políticas Públicas (IGOP) de la Universidad Autónoma de Barcelona. Especializado en campos como la tecnopolítica, el proceso legislativo y la representación. Activista en Democracia Real Ya, #OpEuribor y Democracia 4.0. Autor del libro Nueva Gramática Política (Icaria, 2014).
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