Supervivientes
La prensa deportiva convencional se ha transmutado en un No-do moderno desde el que ensalzar tabletas de abdominales o edulcorar fraudes fiscales
Emilio Muñoz 9/12/2015
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De vez en cuando me aventuro a salir de Madrid. A hacer una tournée por provincias, como decían antes los comediantes o las folclóricas. Así, con ínfulas de pionero me planto en cualquier rincón de este país nuestro y disfruto de los paisajes, de las gentes y del comer bien, que es principalmente a lo que va uno, no nos engañemos. Encuentra uno tiempo, entre digestión y digestión, para pasear despreocupadamente por las calles y no deja de sorprenderse de la cantidad de souvenirs futbolísticos que habitan en los escaparates de colmados, mercerías y pequeño comercio en general. Eso sí, siempre con el factor común de ser productos oficiales –o casi– de Zipi y de Zape.
Plumieres, ceniceros, carpetas, albornoces y batamantas en blanco o en azul y grana gozan de un espacio preponderante entre el género a expender. Una vez vi incluso un despertador, lo que me produjo una muy lógica turbación al pensar en las consecuencias que para el frágil equilibrio espacio-temporal del universo tuviera que un ciudadano se levantara de la cama cada mañana tras sonar un despertador tatuado con un escudo en forma de despertador. Apresuré el paso, despavorido, no fuera a caerme encima un trozo de satélite sacado de órbita por tal atrocidad.
Uno, que es muy de tocar las narices y más cuando está fuera de casa y no le conocen tanto, en muchas ocasiones accede al establecimiento y pregunta por la disponibilidad de productos –merchandising me parece una palabra terrible, digna de bautizar a un síndrome– del Atleti. Es que eso no vende, suelen contestar mirando por encima de las gafas los tenderos. Como mucho se ofrecen a pedir el artículo en cuestión por encargo, sin duda a algún distribuidor lo suficientemente bohemio para representar mercancías sin mercado. Normalmente, comienzo en ese punto un sentido alegato destinado a hacer ver que a lo mejor no se vende porque no se oferta. Me enciendo y censuro el cerril bipartidismo al que se condena a las futuras generaciones locales por no ofrecer otras alternativas que las fáciles.
Eso no vende, suelen contestar los tenderos. Como mucho se ofrecen a pedir el artículo en cuestión por encargo a algún distribuidor lo suficientemente bohemio
En una ocasión, mientras andaba yo argumentando contra el duopolio a voz en grito, la amable dueña de una tienda en una localidad que no viene al caso se adentró en la trastienda y depositó frente a mí, con la misma veneración con la que se traslada una reliquia, unas zapatillas de estar por casa bordadas con el escudo del equipo de la provincia sobre las que descansaba un manto de polvo antiguo, casi primigenio. Tampoco se vendían a pesar de la cercanía, del tirón de la tierra. La mayoría de los encargados de los comercios encogen los hombros y, desganadamente, dirigen sus miradas hacia los periódicos deportivos o el televisor que descansa en una repisa. No les quito un ápice de razón a la hora de señalar a los culpables.
La prensa deportiva convencional, siempre con el mantra del no vender entre los dientes, se ha transmutado en un No-do moderno desde el que ensalzar tabletas de abdominales o edulcorar fraudes fiscales. Los últimos peinados y los chantajes por un quítame allá esos vídeos se han convertido, debidamente maquillados, en los nuevos pantanos inaugurados. Victorias elevadas a gestas y derrotas que ningunean al contrario, no vayan a distraerse de la hercúlea tarea de diseccionar las miserias de los de siempre. Más allá de la estricta dieta que cada uno se autoimponga con respecto al aparato mediático que diariamente transforma retazos de palabras sueltas en noticias a triple columna, cierto es que algo de responsabilidad también recae en los dirigentes del resto de equipos. Famélicos pero contentos recogen las migajas del reparto televisivo que perpetúa el régimen establecido.
Bipartidismo y biequipismo
Mención especial merecen los prescritos próceres de nuestro Atleti, jugando a una desvergonzada suerte de escondite inglés donde no es una opción ser pillado en movimiento, por lo que pudieran hablar de ellos y del ejército de esqueletos que pueblan sus armarios. Se preguntarán ustedes por el orden de llegada entre huevo o gallina en el asunto informativo: ¿Se habla de ellos porque son los que venden o venden porque solamente se habla de ellos? Si son ustedes –lo dudo– de los que creen con la primera parte de la pregunta, ahí les lanzo otra, ¿de verdad interesa a alguien este titular –abro comillas, aquí no hay una pizca de inventiva– "Bale deja los Lamborghinis porque cree que le lesionan"? No hay edredón conseguido a base de cartilla de cupones que tape esta realidad.
A veces, pocas, la verdad, durante esos paseos por las tripas de nuestras ciudades de los que antes les hablaba, uno encuentra alguna joya. Una flor nacida entre el estiércol del pensamiento único bidireccional. Alguien como Antonio, que dedica un estante entero del escaparate de su estanco a productos del Atleti pero se niega a exhibir los de otros equipos bajo la firme creencia de que matan más rápidamente que fumar dos paquetes diarios. Lugares de celebración de la disidencia en las que ustedes y yo, acostumbrados a vivir en multitudinaria minoría, nos sentimos como en casa.
¿Se habla de ellos porque son los que venden o venden porque solamente se habla de ellos?
En esos oasis rojos y blancos se alimenta un sentimiento que por estar geográficamente más lejos del Calderón no es menos intenso. Ciudadelas en los que los periódicos deportivos se empiezan a leer a partir de la página diez, reductos en los que no se da crédito a tanto interesado rumor sobre supuestas ventas de jugadores colchoneros. Como decía antes no son muchas, pero son las mejores.
Cuando salgo de Madrid acostumbro también a dejarme caer por los parques de los lugares que visito. No es raro encontrar en ellos a grupos de chavales corriendo tras un balón. En los últimos tiempos, por obra y gracia de los triunfos de la era cholista, cada vez es más frecuente ver a uno o dos niños, a veces incluso más, que portan la sagrada zamarra atlética. Siempre que eso ocurre me acerco a ellos para brindarles una palabra de aliento. Para animarles a seguir resistiendo frente a los que toman el camino fácil con la paupérrima excusa de lo que vende. Si puedo saludo efusivamente a los padres o madres que curiosos, o quizás precavidos, se acercan para vigilar la escena de cerca y les felicito por la exquisita educación que están brindando a su hijo.
De vuelta a casa, con el baúl de folclórica en gira lleno de sabores, olores y experiencias de otras tierras, tengo la sensación de que esos niños, ese Antonio, el del estanco, son héroes. Supervivientes. Nadadores contra corriente que afrontarán las pruebas que la vida les ponga enfrente de mejor manera que otros. Aunque solo sea por el hecho de tener tan claro lo que querían que no les importara esperar pacientemente a que llegara tras encargarlo.
De vez en cuando me aventuro a salir de Madrid. A hacer una tournée por provincias, como decían antes los comediantes o las folclóricas. Así, con ínfulas de pionero me planto en cualquier rincón de este país nuestro y disfruto de los paisajes, de las gentes y del comer bien, que es...
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